Por Fabián Campos Hernández
A lo largo de estas semanas se cumple un año de acontecimientos definitorios para la política exterior mexicana que merecen ser analizados y hacer un balance. El primer aniversario que hay que rememorar es la presentación, el 30 de abril del año pasado, del Plan Nacional de Desarrollo 2019–2024. Documento esencial por ser el fundamento político y legal que rige la actuación de todo el gobierno federal.
En el PND 2019–2024 lo primero que destaca en materia de relaciones internacionales son las ausencias. En él, AMLO no le dedicó ni una sola palabra a Europa, tampoco lo hizo respecto a Asia y, mucho menos a África. Todo se centró en el continente americano. Eso no implica que estas regiones no tengan un peso en las relaciones de México con el mundo, pero su ausencia en el PND señala donde están las prioridades del presidente.
Al respecto, para la izquierda mexicana dos declaraciones fueron fundamentales en ese planteamiento. Primero la recuperación práctica de los principios de no intervención, libre autodeterminación de los pueblos y la solución pacífica de las controversias. Así como el anuncio de una vocación recuperara la vinculación política y económica con América Latina tan olvidada desde tiempos de Carlos Salinas de Gortari y durante toda la etapa neoliberal.
Después de esas definiciones venía otra que respondía a la real politik pero que no dejaba de causar suspicacias por sus posibles contradicciones con las dos anteriores. A partir de aceptar claramente que la principal relación de México es con los Estados Unidos, el PND 2019–2024 estableció dos líneas de acción primordiales. Primero que el gobierno de AMLO le apostaba el desarrollo económico de México a la firma del nuevo acuerdo de libre comercio de América del Norte. Esa medida afirmativa iba acompañada de la renuncia explícita de su gobierno a buscar una reforma migratoria en Estados Unidos. Todo enmarcado, según el gobierno federal, en una relación de respeto, colaboración y dónde el uso de las amenazas no tendría lugar por parte de ninguna de las partes.
En la relación con América Latina en general el balance es bueno a secas. AMLO apenas había tomado posesión se retiró del Grupo de Lima, la alianza de gobiernos de derecha e instrumento de los Estados Unidos para derrocar a Nicolás Maduro y entrenar al líder opositor Juan Guiadó en Venezuela. Está medida implicó que México no se inmiscuyera en los asuntos internos de otro país, ratificando la libre autodeterminación y la no intervención.
Pero al no señalar claramente la actitud intervencionista de Donald Trump tampoco su acción permitió el fortalecimiento de la soberanía latinoamericana. Aunque sí evitó la confrontación con su aliado estratégico.
En la relación con Estados Unidos, México mantuvo una dura negociación y tuvo que ceder en partes fundamentales para conseguir la firma de Donald Trump en el acuerdo de libre comercio. Aun así, no fue sino hasta el pasado 16 de enero de 2020 que el Senado estadounidense ratificó el TMEC. En un proceso legislativo estadounidense complicado, recuérdese que al mismo tiempo se discutía la posibilidad de llevar a juicio político al presidente de ese país, México no obtuvo ningún beneficio adicional a lo ya estipulado en el acuerdo. Así que el balance también es bueno a secas. El objetivo se cumplió, aunque las condiciones que regirán el comercio regional no son para nada las palancas que brindarán desarrollo acelerado a México, condición indispensable para que AMLO pueda cumplir su agenda social.
En lo relativo a la posibilidad de impulsar y cabildear una reforma migratoria que beneficie a millones de mexicanos que actualmente están residiendo ilegalmente en el país del Norte, AMLO señaló en el PND 2019–2024 que buscar la implementación de esa medida era una actitud intervencionista en los asuntos internos de Estados Unidos. A pesar de que en ello se invocó los principios de política exterior, su formulación fue más bien pragmática. El racismo y xenofobia que impulsa Donald Trump no iban a permitir ningún avance en ese sentido. Así que al quitarlo de los horizontes de la agenda, el gobierno federal eliminó un eminente punto de conflicto. Aunque al hacerlo también dejó a los mexicanos que tienen que enfrentar las políticas antiinmigrantes estadounidenses sin una herramienta de presión y a los miembros del Partido Demócratas sin un aliado en uno de los principales frentes de lucha con la Casa Blanca. Y lo peor de todo es que a cambio de ese favor invaluable no se recibieron compensaciones en el TMEC.
En la segunda parte de esta colaboración hablaremos de la relación con América Central, la migración y el plan de desarrollo para el sureste mexicano y el Triángulo Norte, donde el balance ya pasa de bueno a pésimo.
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