Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Dante Liano

La poderosa poesía de Pablo Neruda evoca árboles prehistóricos derribados bajo la eterna lluvia primordial, neblinas y rayos de sol como juncos apagados, entre los verdes y marrones de los bosques de humedad tropical del sur de Chile. Evoca misteriosos sonidos a lo lejos, como golpes de maza inquietantes y oscuros, y bullicio de brumosos pájaros meridionales, apoyados en ramas o helechos con gotas de rocío primaveral. Evoca vegetaciones tupidas, pero no selvas, sino bosques de árboles altísimos cuyos nombres provienen de las poblaciones originarias, mapuches orgullosos y soberbios, huérfanos de Caupolicán y su altiva rebelión y nietos de algún modo de don Alonso de Ercilla, cuyas rimas fueron testimonio de barbarie y resistencia. Araucarias, algarrobos, robles, coigües, queules, avellanos… bajo el agua persistente y olorosa a humedad. Suelos alfombrados de hojas quebradizas, de colores otoñales, en lenta descomposición, lánguida y persistente.

Hay magia en ese paisaje y magia en la infancia de Neruda. Se imagina robusto al padre, empleado de las ferrovías en el lejano Temuco, más lejano en 1904, cuando el tren era medio de transporte recién llegado de las fronteras arcanas del progreso. Magia era el tren (lo es siempre para los niños) y magia su encuentro con la gran poeta y maestra Gabriela Mistral, en la escuela de Temuco. Ella reconoció la vocación del niño, pero la edad no permitía profecías. Como tantos, Neruda viaja a Santiago, la capital, para sus estudios superiores y allí ocurre una doble transformación: deja de ser el anónimo Neftalí Reyes para convertirse en el más prestigioso Pablo Neruda; y de tímido provinciano se convierte en el bohemio luctuoso siempre vestido de negro, cuya fascinación dará lugar a tormentosos amores y a Veinte poemas de amor y una canción desesperada, libro leído por millones de lectores en lengua española. Tiene, ese libro, versos que generaciones de enamorados han repetido, sin cansancio: “Es tan corto el amor /y es tan largo el olvido”….Para evitar la repetición o el agotamiento, Neruda pasará al surrealismo, con libros casi esotéricos como Tentativo del hombre infinito y las Residencias I y II. 

Ejercitará el surrealismo en el lejano Oriente, a donde lo llevan modestos cargos diplomáticos aceptados con tal de viajar y salir del ámbito provinciano. En Birmania, la celosa Josie Bliss amenaza con matarlo, muerta ella de celos, y Neruda escapa en el primer ferry, mientras escribe un célebre poema: Tango del viudo. Se casa en Rangún con María Antonia Hagenaar y no será un matrimonio feliz. El avance de la carrera diplomática lo lleva a Madrid, en donde se hace amigo de los jóvenes poetas españoles de la generación del ’27, en modo particular de Rafael Alberti y de Federico García Lorca. Esos poetas no pueden ignorar la fuerza de la poesía clásica del Siglo de Oro, pero tampoco las nuevas búsquedas literarias, del Simbolismo al Modernismo y a las Vanguardias. La voz poderosa de Neruda los seduce y lo acogen como a uno de ellos. Y entonces, en medio de la vida bohemia de un Madrid rebosante de energía y esperanza, ocurre la catástrofe. En 1936, el general Franco se levanta contra la República española y estalla la guerra civil. Neruda ve, con asombro y estupor, el asesinato de García Lorca, el exilio de sus amigos poetas, los bombardeos de las tropas de Franco contra la capital española. En ese momento, el exquisito poeta surrealista toma partido, porque hay momentos, en la historia de una persona, que no puede ser indiferente. Con indignación, Neruda cambia tono en la Tercera Residencia, y escribe: “¡Venid a ver la sangre corriendo por las calles!”

No solo cambia su poesía, cambia también su vida. De una orientación más o menos anarquista, Neruda ingresa en el Partido Comunista, al cual pertenecían algunos de los poetas amigos. Usa todos los medios posibles para combatir a las fuerzas oscuras que han surgido en su amada España. Y cuando la República sucumbe, recibe la orden del gobierno chileno para que organice un barco que llevará a Santiago a miles de exiliados republicanos. Ya no es el tímido poeta luctuoso de los veinte años, sino un formidable organizador, que embarca refugiados en la nave Winnipeg, hacia la salvadora América, en donde se acogerán algunos de los más importantes literatos españoles. Alberti, en Buenos Aires; Juan Ramón Jiménez, en Puerto Rico; Ramón Sender, en los Estados Unidos; Luis Cernuda, en México. En cierto sentido, Neruda se convierte en un símbolo del poeta civil, a la manera di Victor Hugo o Emile Zola.

Estamos en los años 50 del siglo XX. Neruda es cónsul en México y ayuda al muralista David Alfaro Siqueiros a refugiarse en Chile, después de haber intentado asesinar a Trotsky. Delante las severas críticas internacionales, también Neruda pasa un período de tranquilidad en Guatemala, en donde lo acoge Miguel Ángel Asturias, que luego será Premio Nobel. De Guatemala sale para el Perú y de allí para Chile. Son años heroicos, y su Canto General de Chile, un esfuerzo épico para cantar un país, se vuelve Canto General, monumental descripción lirica de toda América, con su acendrada “Alturas de Macchu Picchu”. Su poesía se vuelve comunicativa, un cesto lleno de metáforas e imágenes asequibles y naturales, con la facilidad genial que le hizo improvisar, tantos años atrás, una competición “al alimón” (alternada) con García Lorca. La poética de Neruda deviene esencial, sencilla, y, al mismo tiempo, avasalladora. Sus Odas elementales hacen de los objetos de la vida cotidiana materia lírica, por más que se asocien a lo prosaico: la cebolla, el ajo, un camión cargado de tomates, la sandía, el caldo de congrio. Porque nada hay que no sea poético, parece decir, o, mejor, no son las cosas, en sí, poéticas, sino el lenguaje dominado en profundidad el que las eleva a ese rango.

Su vida se vuelve novelesca. En los años 60, lo persigue el gobierno por sus encendidos discursos de oposición, desde el Senado. Escapa a través de la dura cordillera andina, a lomo de caballo. Repara en Buenos Aires, donde es diplomático Miguel Ángel Asturias, y con el pasaporte del guatemalteco (ambos son muy parecidos) se refugia en París. En 1971, recibe el Premio Nobel. Regresa a Chile, para apoyar al presidente Allende. Participa con todo lo que tiene en la construcción del gobierno de la Unidad Popular. El 11 de septiembre, el general Pinochet repite la alevosía de Franco: da un golpe de Estado contra Allende, que muere por defender el Palacio de la Moneda. Neruda, el 22 de septiembre, será asesinado, a su vez, por envenenamiento, en un clínica privada de Santiago. Parece mentira: hace 50 años de todo esto. Queda Neruda, quedan sus versos, sus millones de lectores y su construcción imaginaria de América. Al leerlo, se confirma como uno confirma: uno de los mayores poetas del siglo XX.

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