Los funerales del Papá Grande

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 6 minutos

Por Dante Liano

(Homenaje a Gabriel García Márquez)

Cuando hasta los más alejados límites de la comarca, desde la frontera con un país de indígenas precisos que comerciaban con la puntualidad, la reserva y la acumulación de dinero; desde la otra frontera, con un ducado de presuntuosos e insaciables devoradores de queso y pomposos hígados de ganso, borrachos de un vino tinto que consideraban licor superior al resto del mundo; desde todavía la otra, un confín con imperiosos hombres rubios y rubicundos, cuya mayor virtud era comer malas salchichas y quedarse tirados después de saciarse con diez toneles de cerveza; desde que en todos esos confines se vino a saber de la muerte inexorable del Papá Grande, una maquinaria lenta y mastodóntica se comenzó a mover, con la lentitud y peso de una pirámide asirobabilónica, con la finalidad mesopotámica de organizar los más grandes, los más ostentosos, los más insuperables e inolvidables funerales que el género humano y también los otros géneros iban a conocer desde que el universo hizo bang o desde que una confabulación de dioses o el capricho de uno solo decidiera comenzar la creación. En realidad, los funerales del Papá Grande habían sido organizados por él mismo, desde que, a los veinticinco años, tuvo la iluminación de que sería grande entre los grandes de la tierra y, si se puede, el más grande de todos; y entonces, el que iba a convertirse en el Papá Grande pensó que todo tiene un fin y todo fenece, y que el cuerpo es como un automóvil, o un refrigerador, o un avión: al principio todo funciona de maravillas pero, pasado su tiempo programado, se le comienzan a saltar los tornillos, a sobar los frenos, a perder gas o fuerza, a gastar más energía de la debida, y entonces se le declara obsoleto y se le tira, de escondidas, en la calle, cuando todos los vecinos duermen, para que nadie se entere de quién se deshizo del aparato; no iba a sucederle lo mismo, pensó el Papá Grande cuando todavía no era el Papá Grande, porque él estaba destinado a soberbias y jamás vistas empresas, por lo que había que pensarlo todo y había que comenzar por el final, por los más grandiosos funerales que hubieran visto los siglos pasados y los por venir, y entonces llamó a su amigo Alquimíades, que ya era un anciano matusalémico en ese entonces, y le dijo escribamos juntos el programa de mis funerales, que serán recordados como inimitables e inigualables, y silencioso Alquimíades y charlatán el joven Papá Grande, pergeñaron en manuscrito con alargadas plumas de oca los dictados que los herederos iban a seguir el grandioso día en que se celebrara su ingreso eterno al mausoleo que ya tenía diseñado, en esa época.

Los herederos del Papá Grande no siguieron, como se dice, al pie de la letra, sus majestuosas instrucciones, sino que trataron de hacerlas más grandiosas y más exuberantes, con la venalidad del lacayo que se excede queriendo adivinar el pensamiento de su amo, y hace más y hace peor lo que el amo habría querido, o lo hace mejor, todo está en el punto de vista; y esto de que todo depende del punto de vista era uno de los más grandes legados intelectuales del Papá Grande, cuya toma del poder no solamente fue convertirse en el único, legendario e inequivocable Papá Grande de esta comarca, sino también el de imponer algunas ideas básicas, como esta de que no había blanco ni negro, ni arriba ni abajo, ni delante ni detrás, puesto que todo dependía del punto de vista con que se mirara el asunto, por lo que las leyes eran leyes para quien las obedecía, pero no para quien las aplicaba, superior a ellas, y tampoco había ciencia ni certezas, todo dependía y más que eso, todo dependía de la voluntad suprema del Papá Grande, que había suprimido las mínimas protestas de algunos intelectuales, que nunca faltan para romper las pelotas, con el devastador argumento de que no existen hechos, solo opiniones, y que era opinión suya que los intelectuales no servían más que para lamerle las botas, y según su punto de vista, que era el punto de vista de quien está en el poder, opinión contraria era comunismo, y, siendo, como predicaban sus secuaces, el comunismo el mayor mal que habían visto las generaciones, tales intelectuales debían ser confinados, derrotados y silenciados, y aunque así no fuera, porque, en su inmensa sabiduría el Papá Grande permitió que los refinados y los distinguidos, los laureados y doctorados, los premiados y los togados, cacarearan sin cesar en su contra, gallinas tumultuosas en donde un solo gallo manda, y ese cacareo se perdía entre el rumor de sus periódicos y televisiones que los acallaban a insultos, a denuestos, a infamias que rebotaban de uno a otro lado de la comarca y no tenían ningún efecto sobre la adoración que los súbditos tenían hacia el Papá Grande, el más grande Papá entre los papás del mundo.

Según lo había planificado cuando tenía 25 años, los funerales del Papá Grande se realizaron en la mayor catedral de la comarca, una iglesia que se habían tardado mil años en construir, toda de mármol, en estilo que había sido gótico al iniciar, y que tuvo ser gótico al terminar para que no desentonara o pareciera un pastiche de rastacueros, con altísimas agujas que remataban en gárgolas aterradoras y más contundentes que las de Notre Dame de París; suntuosa iglesia en donde iban a caber cien mil invitados, todos con una rigurosa tarjeta de identificación, refrendada por el reconocimiento facial que registraban las cámaras de seguridad; el resto de participantes iban a ser los millones de fieles seguidores del Papá Grande, que llenaron las calles de la ciudad, consolándose con las maxi pantallas puestas en cada esquina, para seguir la ceremonia oficiada por el Papa que había venido de Roma, en persona, no obstante sus achaques de salud, a rendir homenaje a uno que lo superaba por un acento de más; y demás está decir que, detrás del Papa, en recogimiento y lacrimeo, estaban el Presidente de la República, el del Senado, el del Congreso, el del Organismo Judicial y párele de contar con los cargos institucionales civiles y militares porque más pintoresca era la representación internacional, en donde destacaba el Presidente de los Estados Unidos, que más de una vez se había declarado humilde alumno del Papá Grande; el Sultán de Omaya, que había llegado desde el aeropuerto con sesenta camellos y tres elefantes, sobre los que se bamboleaban sus embajadores, ministros, y una representación del harem: trescientas jovencitas de lo más granado de su reino; el rey de Guayaba, llegado sobre un alazán ornado de flecos y lustrinas, con un séquito de 500 gitanos que lo seguían bailando flamenco, mientras entonaban seguirillas, coplas y saetas medievales, y que en la periferia habían instalado un circo con leones, serpientes, payasos, tigres, bailarinas de merengue y lanzadores de flechas ardientes; la presidenta de la Unión Europea había llegado con un traje típico tirolés, en la creencia de que ello habría agradado al Papá Grande, y la seguía un grupo de cantantes de canciones folklóricas de esa región, mientras hacía reverencias hasta a quien no debía; los mandatarios de todos los países del mundo, todos, sin excepción, hasta los de los países comunistas detestados por el Papá Grande, llegaron a presentar sus condolencias, aunque el espectáculo de los codazos en la cola para dar el pésame fue altamente indecoroso; reyes y reinas de todas las monarquías del mundo presentaron tacañas coronas de flores (ya se sabe que las monarquías siempre andan en quiebra), y el perfume hizo que más de una dama se desmayara.

Ahora que todo ha terminado; que el Sultán se regresó en un avión inmenso para que cupieran sus camellos; que el Papa volvió a Roma con su séquito de 150 cardenales y doscientos mil seminaristas; que los reyes de las monarquías europeas se fueron a Saint-Tropez para seguir sus eternas vacaciones; que los 30 millones de súbditos atiborraron trenes, autobuses y taxis por cuatro meses antes de poder regresar a casa; que la catedral y la ciudad se quedaron vacías, solo con el eco de los discursos fúnebres, que duraron una semana y tres horas, para ser exactos; ahora que los basureros están recogiendo cuatro toneladas de latas de Coca Cola; cinco de cerveza; dos de pañuelos desechables llenos de mocos y lágrimas; seis toneladas de plástico variado y multicolor; una modesta tonelada de excrementos de caballo, camello y gente; ahora que el vacío de poder está siendo disputado con garras y uñas por los herederos; ahora un silencio anormal desciende sobre la ciudad, como si los discursos, los chistes y las arengas del Papá Grande hubieran llenado el ambiente; una lluvia gris y ligera cae incesante, como si el Papá Grande también se hubiera robado el sol; ahora, digo, la eterna sensación de dolor de cabeza y cansancio infinito que siguen a una fiesta pareciera no disiparse nunca; ahora, en fin, sabemos que la historia no cesa de enseñar y que en menos de una semana todos olvidarán al Papá Grande y andarán en busca de otro, al que harán creer que será tan grande como su antecesor. Mientras tanto, me fumo un cigarrillo y veo las efímeras volutas de humo deshacerse luego de haber hecho un círculo, evanescente y fluctuante como la esfera del poder.

Publicado originalmente en Dante Liano blog

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