La intersección de cultura de la violencia sexual y la mirada masculina

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Sara Sánchez Castañeda

La cultura de la violencia sexual es un entorno en el que prevalece, se normaliza y excusa la agresión sexual contra las mujeres, especialmente en los medios de comunicación y en la cultura popular. La violencia sexual ocurre desde los piropos que recibimos en las calles, las insinuaciones no deseadas en la oficina, hasta la violación de nuestros cuerpos y nuestros derechos. En una sociedad que perpetúa una cultura de la violación, las mujeres son vistas como objetos valorados solo por su atractivo sexual. De hecho, es tan generalizado que no es una mentalidad que solo tienen los hombres, sino también las mujeres.

La mirada masculina (‘male gaze’ en su idioma original) es un término acuñado en 1975 por la teórica feminista Laura Mulvey, que se refiere a la forma en que los medios visuales se estructuran en torno a una perspectiva masculina heteronormada. La mirada masculina generalmente involucra la cosificación y sexualización de las mujeres, a menudo retratándolas como objetos pasivos del deseo masculino en lugar de individuos complejos con autonomía. A pesar de ser originalmente un término cinematográfico, este concepto se manifiesta de forma tangible en la realidad.

El predominio de esta mirada en nuestra sociedad ha provocado que las mujeres también absorban inconscientemente este concepto y, por lo tanto, ha causado que lo internalicemos. Los deseos y aspiraciones personales de las mujeres se ven obligados a pasar a un segundo plano, para atender al público imaginario masculino que existe en sus cabezas, que las sigue a lo largo de su día a día. Margaret Atwood, autora de la novela distópica feminista, El cuento de la criada, resume este concepto con su famosa cita: “Eres una mujer con un hombre dentro de ti. Eres tu propio voyeur”.

Asimismo, es necesario hacer una distinción entre la sexualidad en los medios y cómo la mirada masculina crea una versión deshumanizada de la mujer. No estoy sugiriendo que la sexualidad representada en ellos sea inherentemente algo malo. Es más, al darle un lugar a la sexualidad dentro de los medios podría llegar a promover la salud sexual, la educación y el consentimiento. Sin embargo, la mayoría de las veces los cuerpos y la sexualidad femenina suelen ser representados de una manera que les quita su autonomía; desplazando su poder hacia los personajes masculinos de la narrativa y, lo que es más importante, hacia el espectador. Este modo voyerista cultiva y valida un filtro masculino hipersexual de mirar a las mujeres en lo cotidiano.

La mirada masculina como una forma dominante de mirar implica que los medios que consumimos se crean casi exclusivamente para el segmento demográfico de los hombres heterosexuales. Esto puede causar un efecto perjudicial cuando obviamente existe diversidad en la audiencia, ya que facilita que la mirada masculina sea internalizada por los demás segmentos. Si ves e identificas a alguien como tú en la pantalla, una mujer que luego está siendo cosificada, al ser parte de la “audiencia”, tú estás consumiendo y participando activamente en la mirada masculina. Cuando no eres parte del grupo objetivo al que se le dirigen estas imágenes, interiorizas negativamente este comportamiento depredador. Interiorizas el miedo a no querer ser deshumanizada de esa manera. A todas las mujeres nos aterroriza la idea de que otras personas tengan el mismo poder voyerista sobre nosotras que el público tiene sobre las mujeres en la gran pantalla.

Una sociedad que está influenciada por la mirada masculina también juzga a sus víctimas en función de su apariencia y deseabilidad sexual. Las mujeres que se consideran “atractivas” según los estándares sociales pueden ser vistas como más creíbles o merecedoras de simpatía cuando presentan denuncias de agresión sexual. En contraste a esto, es más probable que las mujeres que no se ajustan a estos estrechos estándares de belleza enfrenten escepticismo o culpa al denunciar una agresión sexual.

Creo que es importante reevaluar la mirada masculina como teoría en el discurso feminista y examinar cómo opera en términos de interseccionalidad, particularmente en discursos que abordan temas raciales. La mirada masculina puede no ser solamente una cuestión específica de género, sino además abordar la exotización de identidades diferentes. Esto se debe a la forma en que las mujeres racializadas son hipersexualizadas en los medios; no solo están siendo deshumanizadas por ser mujeres, sino también por cuestiones racistas. Esta mentalidad se materializó en 2021, con un tiroteo relativamente reciente en Atlanta, Estados Unidos. Un hombre armado asesinó a 8 personas, 6 de ellas eran mujeres asiáticas. El asesino detalló que supuestamente quería “eliminar la amenaza de la tentación”, debido a su adicción al sexo. Este caso presenta un claro vínculo entre la forma en que las mujeres son sexualizadas y fetichizadas, y cómo la mirada masculina puede ser utilizada para validar la misoginia y el racismo.

Sin embargo, sería reductivo sugerir que las mujeres, como objeto de la mirada masculina, son solamente “víctimas” de este filtro, especialmente en el sentido más amplio de la violencia sexual hacia cualquier género. No quiero descartar la violencia sexual que es perpetrada por mujeres y otros hacia los hombres, un gran problema donde la violencia sexual no se trata con la suficiente seriedad. Las mujeres también pueden convertirse en abusadoras valiéndose de la mirada masculina, culpando e infiriendo que sus víctimas masculinas “nunca dicen que no” en situaciones sexuales. Los hombres han sido representados históricamente en los medios como los principales iniciadores y agresores sexuales en las relaciones heteronormadas, esto ha llevado a la creencia de que los hombres siempre buscan gratificación sexual y están dispuestos a participar en actividades sexuales en cualquier momento.

Comprender cómo opera la mirada masculina dentro de la teoría del cine y la representación mediática puede ilustrar en dónde nos equivocamos como sociedad con la forma en la que abordamos la violencia sexual, y cómo podemos guiarnos para encontrar soluciones. Gran parte de la violencia sexual masculina tiene sus raíces en la misoginia, que según la mirada masculina, puede reflejarse en la forma en que se representan a las mujeres en nuestras pantallas. Por lo tanto, reconocer el predominio de la mirada masculina en realidad es reconocer el miedo, la frustración y la ira femenina; es admitir que hay un problema mucho más amplio del cual la violencia sexual es tan sólo uno de los síntomas.

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