Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Dante Liano

Dos autores se asoman en el pasaje ambiguo y neblinoso entre el siglo XIX y el siglo XX. Uno pertenece más al XIX; otro, al XX. Desde hace unos años, la crítica insiste en la revalorización del que fue conocido como “el Príncipe de las letras españolas”, Enrique Gómez Carillo. En su época, la prosa de Gómez Carrillo era considerada un magisterio de escritores, y su fama se irradiaba desde París, o desde los diferentes países a donde viajó, incansable. Gómez Carrillo inició su carrera con una maniobra astuta: atacar a José Milla, el más conocido novelista centroamericano, conservador feroz y hábil oportunista. La polémica le valió la fama, y el Presidente de la República le concedió una canonjía: ser Cónsul de Guatemala en París, con la advertencia de que tuviera cuidado, porque en la Ciudad Luz había muchas cocottes. Gómez Carrillo no tenía necesidad de tal advertencia. Era un tombeur de femmes, caballero a la moda, hombre de mundo si los hay. No se sabe qué es más conocido de su vida, si las prestigiosas amantes o los duelos al amanecer en el Bois de Boulogne. Amigo de Rubén Darío, tuvo como secretario del consulado a don Antonio Machado, quien, a su vez, tenía parientes en Guatemala. Escribió 85 volúmenes, no todos localizables, lo que explica la escasez de especialistas en su obra. Lo que importa en él no es la cantidad, sino la calidad de su prosa. Brillante, imaginativo, original, leer sus crónicas es sumergirse en una experiencia de fresco idioma español.

José Batres Montúfa

El otro es menos conocido. Como ocurría en el ‘800, los escritores provenían de los sectores más acomodados de la sociedad. Tal era el caso de José Batres Montúfar, un poeta excepcionalmente talentoso, cuyo uso del idioma inquietó los últimos días de otro virtuoso de la lengua, Tito Monterroso.  Los dioses de la literatura guardan bizarros misterios: elevan a la fama a algunos, la mayor parte bien escogidos; esconden a la mayoría otros, sin explicar el secreto. Batres Montúfar es uno de ellos. Su dominio del idioma ha sorprendido a generaciones de escritores, y lo ha convertido en esa extraña especie de literatos llamados “escritores de culto”.

Aquellos que, en palabras de Darío, “auscultan el corazón de la noche”, o dicho en prosaico: los insomnes, se reconocen en el poema “Yo pienso en ti”, que pareciera una alabanza a la obsesión amorosa, pero que, en realidad, se refiere a la tortura de no poder dormir. Con la ironía que era su estilo, Batres Montúfar nos distrae con un tema tópico, el amor fou, pero la obsesión no es más que un pretexto para mantenerse con los ojos abiertos, descubriendo las secretas figuras del techo en penumbra, u oyendo un perro en la lejanía, el motor de un camión que pasa (de noche, los camiones se despiertan), el silbato de un tren increíble y lejano. No creo que lo inolvidable del poema sea su primera estrofa, que recrea un lugar común del romanticismo: la idea fija de la amada que no nos abandona ni siquiera cuando podríamos descansar. Como diría Lope: “quien lo probó, lo sabe”. Creo que todo el poema está en un verso terrible e infernal:

Sin lucha, sin afán y sin lamento,
sin agitarme en ciego frenesí,
sin proferir un solo, un leve acento,
las largas horas de la noche cuento
y pienso en ti.

Hay una preparación inicial para lo que se va a decir. Con admirable estructura retórica, declara la desfallecida rendición del que ha luchado toda la noche contra el helado enemigo, y se da cuenta de que no hay nada que hacer: el sueño no llegará nunca, y es mejor aceptarlo, deponer las armas, y esperar el añorado amanecer. Sobresale la abrumadora resignación de cada una de las actitudes que ya se perdieron, y se remata con ese estremecedor y verdadero verso:

las largas horas de la noche cuento

en donde pareciera sentir el ensanchamiento de las desesperadas vocales, interminables como los minutos que no pasan, insondables como la victoria del insomnio. En contradicción con el áulico Darío, que proclama la poética auscultación nocturna, el realista Batres Montúfar acepta lo único que puede hacer: contar las horas, abrumado y lúcido, despierto sin la gracia de la pequeña muerte que nos es concedida cada noche.

Grandes poetas, grandes frases memorables. Aparte del celebrado, simple y lapidario “Yo pienso en ti”, Batres Montúfar dejó acuñados algunos versos que se recuerdan como si fueran ocurrencias propias. En una ocasión, los desocupados diputados del Congreso del país quisieron cambiar el escudo nacional, ya bastante recargado. En un lugar de un Quetzal que reposa sus patas en un pergamino, los padres de la patria querían introducir imágenes de lagartos y colmenas. Tal propuesta inspira a Batres Montúfar para exclamar un apóstrofe universal: “¡Cara y desventurada patria mía!”. Por desgracia, dicha frase parecería la única posible para comenzar cada día, como ingrata e infausta declaración de identidad.

Otra frase pertenece a una experiencia íntima: la pérdida de su hermano en la construcción del Canal de Nicaragua, pronto superado por la empresa del de Panamá. Al conocer el fallecimiento de su hermano, Batres escribe una “Oda al Río San Juan”, en donde algunos versos también son memorables: “Allá en Nicaragua se extiende un desierto/ su historia…ninguna./ Su límite… el mar”. Sin embargo, lo que hace pasar a José Batres Montúfar a la historia literaria son las Tradiciones de Guatemala, poemas narrativos y satíricos basados en la obra de Giambattista Casti. El sentido del humor hace pasar en segundo grado lo que es su mayor mérito: el virtuosismo literario. La lectura discurre sin tropiezos, con facilidad, con armonía, con gracia, y ese espejo deformado no deja ver la mano ligera de Batres Montúfar, su dominio completo de la métrica castellana, su genial oído musical cuando maneja el español. ¿Sucederá alguna vez que el poeta será reconocido por lo que vale? No lo sabemos, porque la literatura es caprichosa y como los antiguos dioses, elige y descarta no por mérito, sino por azar, por despecho, por casualidad.

Publicado originalmente en Dante Liano blog

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