Por Eguizel Morales Ramírez
Somos una sociedad de doble moral hacia las mujeres. Sin duda alguna lo hemos experimentado una infinidad de veces. Las “víctimas” perfectas a quienes criticar muchas veces son las mujeres, las madres solteras y las jóvenes.
Es un hecho, esta sociedad es patriarcal, antroprocentrista, racista, aporofobista, fascista, clasista, “cristiana” y machista. Se critica con facilidad a las mujeres por todo. Sobre cómo crían a sus hijos, cómo se visten, pero no nos preocupamos si sus hijos o hijas tienen que comer, que ponerse, si van o no a la escuela. Y nos llamamos cristianos, pero estamos muy alejados del propósito del principal protagonista: Jesús de Galilea.
La sabiduría, la ternura, la libertad, el compromiso al que nos invitaba, las hemos dejado abandonadas en el camino y han sido sustituidas por el egoísmo, la ignorancia, los prejuicios, el narcisismo, las incoherencias, la maldad, la prepotencia, el hambre por el poder y la indolencia.
Hemos matado a nuestros hermanos y nos hemos ensañado con nuestras hermanas por pensar diferente, por sus opciones de vida, por sus opciones políticas, por tener otro color de piel u otra religión.
Nos hemos parado en un pedestal creyéndonos que somos superiores al resto y nos hemos atribuido la potestad de quitarles la vida. La situación se nos ha ido de las manos por décadas y aparece una sola alternativa o nos unimos todas y todos o nos hundimos en el abismo en el que estamos.
En el caso del departamento de Petén, en menos de una semana desaparecieron tres niñas, una joven y hay una periodista petenera que hace más de 440 días no aparece. Lo que nos ha impactado es que Sharon Figueroa Arriaza, de solo 8 años, apareció asesinada después de ser secuestrada mientras jugaba con su bicicleta en el patio de su casa.
Nos duele tanto ver y sentir lo que pasa. Imaginar que las niñas no pueden salir a jugar a la calle, que muchas mamás y papás no pueden cuidarlas porque deben trabajar, nos llena de impotencia, pero también de rebeldía y esperanza.
De niña viví la experiencia triste de oír llorar a mujeres cuando les inventaban chismes y muchas cosas más. Muchas conocidas fueron y son sobrevivientes de esas críticas. En un caso particular que conocí, una mujer no podía más, no podía hablar con nadie, porque en la boca del pueblo, todos con quienes hablaba se acostaban con ella. Al hacerse madre sus hijas fueron humilladas y discriminadas.
Sin una profesión, las mujeres tienen que luchar para sacar adelante a sus hijas e hijos. Sacrifican la niñez de sus hijas, su vida, deben trabajar en las ciudades cercanas o en la capital de Guatemala y en el extranjero.
Lo que pueden hacer en Guatemala es trabajar lugares bajo explotación laboral y maltratos. Se enteran muchas veces del sufrimiento que pasan sus pequeños, pero no tienen más alternativa que seguir, porque algunos o la mayoría de los padres nunca se hicieron responsables de la pensión alimenticia y la crianza de sus hijos e hijas. Y esa es otra arista para tratar, pues los hombres deben ser responsables. Creo que nunca se juzga a un padre por dejar a sus hijos e hijas abandonadas.
Una sociedad como la nuestra legitima estas acciones de algunos hombres y perpetua por décadas y siglos estas prácticas de irresponsabilidad. No me dejarán mentir lo que pasa a diario, cuando un hombre tiene dos o más mujeres se escuchan expresiones “este si es gallo”, “este si es macho”, “este si es hombre”, “este si los tiene bien puestos”, etcétera.
Pero si la mujer se atreve a hacer algo similar, inmediatamente vienen los insultos “la puta”, “la cualquiera”, “mal ejemplo de madre”, “vergüenza de la familia”. Sospecho que nos corresponde hacer una reflexión como sociedad. También nos tocará empezar con un cambio de paradigma. Donde todo el sistema social cambie. Les tocará a las iglesias, a la escuela, a la familia y al Estado cumplir su papel de enseñarnos a amar, enseñarnos el respeto a la diversidad cultural, sexual, a la vida, a la paternidad y maternidad responsables, para que muchos niños en Guatemala puedan crecer protegidos.
Pensemos en qué nos hemos convertido, también si nos gustaría seguir siendo así, si nos gustaría ver que nuestras hijas e hijos se sigan quedando abandonados, les sigan asesinando y violando. Porque si bien es cierto, las experiencias de vida de las niñas, mujeres y ancianas se repiten. A las mujeres les toca cargar en sus espaldas la crianza de sus hijas e hijos. Pero podemos hacer un alto y decir basta. Basta de ver a nuestras hermanas, amigas, conocidas, madres, golpeadas, humilladas, criando solas a sus hijas e hijos, como si solo ellas fueron las artífices de esas vidas.
O será que debe haber desde el Congreso leyes para fomentar la paternidad responsable, controlar la natalidad, vasectomía obligatoria a los hombres o leyes donde si mujeres y hombres se separan, antepongan los intereses de sus hijas e hijos antes que los propios, porque la niñez es y seguirá siendo víctima directa de nuestras acciones, lo hemos visto. No sigamos repitiéndolo.
A mí me gustaría que mis sobrinas, mis sobrinos, la niñez de mi pueblo, de mi país y del mundo puedan correr, pasear en bicicleta, subirse a los árboles, jugar al fútbol, básquetbol, nadar en el río, jugar jacks, la cuerda… y que sean respetados y que respeten. Sigamos soñando y empecemos a actuar. Que nos hace falta mucho para ser realmente un país civilizado que respete la vida.
Ya no queremos que les pase a las niñas y mujeres lo que le pasó a doña Toribia, a Yurika Moto, a Virgilia Gómez, a Karen Barrera, a Griselda Gutiérrez, a Sharon Figueroa, a Cristina Siekavizza, a Hillary Arredondo, a las 53 niñas quemadas y a cuantas más. Recuerden que no somos culpables de que nos maten, nos toquen y nos violen. Este sistema patriarcal se ha querido apropiar de nuestros cuerpos y los cuerpos son solo nuestros. ¡Vivas nos queremos!
*Las opiniones vertidas en este texto son de exclusiva responsabilidad de quien la emite y no representan, necesariamente, la línea editorial de Prensa Comunitaria.