Por Miguel Ángel Sandoval
En estos días se habla, luego de las medidas por todos aceptadas aun si a regañadientes, que es necesario regresar a la normalidad, pero siempre que sea una “nueva” normalidad. En verdad suena bonito el asunto. Pero veamos un poco más de cerca. La vieja normalidad o sea, el estado de cosas existente antes de la pandemia, no es algo a lo que queramos regresar, ¿O sí? Si uno es más o menos objetivo, resulta que la vieja normalidad es la de 80% de pobreza, de explotación sin medida, sin salarios dignos, de campesinos sin tierra, de mal gobierno, etcétera. ¿Es a eso que queremos regresar? ¿Es esa la nueva normalidad? ¿Seguir viviendo como cerdos y contentos?
Para decirlo en términos un poco elegantes, la pandemia demostró el colapso mundial del neoliberalismo. O si algunos prefieren del liberalismo económico, o si les gusta más, el mercado por sí y ante sí, demostró que había encontrado tope. Que finalmente el Estado había salido en medio de la crisis, con sus falencias y todas sus debilidades, a tratar de aliviar en alguna medida los padecimientos de la gente; mientras el mercado, tratando de hacer su agosto a costillas de la gente simple, del ciudadano común y del estado.
No es casual que en medio de la pandemia que no termina todavía, Alemania haya decidido estatizar empresas quebradas o que Irlanda haya puesto los hospitales públicos y privados bajo el control del Estado para atender la crisis del covid19. Son datos más que documentados. Es igualmente cierto que durante el desarrollo de la crisis que continúa, varios países se vieran en la necesidad de crear bonos familiares, ayudas directas a la población, medidas sociales, y un largo etcétera. Algo que el mercado fue incapaz. Pero no solamente incapaz: no está en su naturaleza preocuparse por el bienestar de la gente, menos de algo tan concreto como la comunidad.
Es en este contexto que la CEPAL se pronunció por un ingreso universal, por un nuevo pacto fiscal y por un nuevo acuerdo político. Por supuesto que esto no es del agrado de los tiburones del empresariado guatemalteco, ni de los lobos disfrazados con piel de oveja y férreos defensores de la libertad y el estado de derecho; pero sin que nada cambie y que todo siga igual, y que la nueva normalidad sea la misma de antes de la crisis del covid19, solo que con un nuevo discurso.
La nueva normalidad tiene que ser con un nuevo sistema de salud, con la educación reforzada, con derechos para todos, con una ciudadanía renovada. No es posible pensar que la nueva normalidad es el uso de una mascarilla que n verdad no sirve de mucho, o que la nueva normalidad es la de restaurantes que funcionan con la mitad de mesas. Menos aún, el pésimo servicio de transporte a doble de precio. O las reiteradas practicas del pacto de corruptos. Eso no es nuevo en nada. Eso es la absurda situación de explotación, de miseria, de abandono en que vivimos antes de la crisis, durante de la misma, y seguro después de que esta haya concluido.
Igualmente la nueva normalidad no puede ser gobiernos, como el actual, que no rinden cuentas de los millones que se les ha otorgado para la gestión de la crisis, para enfrentar las pandemias. La nueva normalidad debería ser con un gobierno que sirviera a los ciudadanos, que no se dedicara a la corrupción ampliada como lo vemos en la actualidad. Pero ello demanda de una gran movilización nacional, de un nuevo y más profundo 2015. Lo demás son ilusiones por gusto.
Un ejemplo que ilustra que seguimos en la finca, viviendo a en la época feudal o esclavista, es el esfuerzo de unos cuantos analistas para defender la propiedad privada en contra viento y marea, sin importar si esa propiedad es producto del despojo de los indios como lo demuestra con creces el caso de la finca Cubilgüitz, en donde consta que hubo despojo de títulos reales, que hubo leyes y represión para obligar a los indios a trabajar como esclavos en la fincas robadas a los indígenas, etc.
Son las leyes de jornaleros de la época liberal, la ley contra la vagancia de Ubico, importada del modelo de apartheid llamado Namibia, la inexistencia de un código agrario, de tribunales del ramo o de una fiscalía agraria. En suma, sigue la ley de la finca, de los señores de horca y cuchillo, del derecho de pernada, de los señoritos cargados en anda por indios para llegar a sus propiedades. Es el modelo “competitivo” con bajos salarios y pocos impuestos. Sin derechos laborales, donde el sindicato es prohibido y los derechos ignorados. No exagero nada. La nueva normalidad no puede ser que nos encuentre viviendo como cerdos y encima de todo contentos.
Ese estado de cosas debe cambiar y solo así podríamos pensar en una nueva normalidad. Lo demás es, como he escrito muchas veces, pajaritos preñados.