Por: Jesus González Pazos, Mugarik Gabe
En los últimos meses el discurso dominante de la clase política tradicional del Estado español es que ya pasamos lo peor de la crisis e iniciamos la remontada. Volvemos a ser un país en crecimiento, en pleno desarrollo y, además, “no vamos a dejar a nadie atrás”. Bueno, igual se nos quedan algunos cientos de miles; aquellos y aquellas que siguen en el desempleo, quienes encuentran trabajo precario y temporal que no les permite llegar a fin de mes, otras a quienes habrá que desahuciar por impagos varios, muchos a quienes se cierran las fronteras pese a huir de la guerra o la miseria, mujeres que seguirán haciendo el invisible trabajo de cuidados y jóvenes que tendrán que emigrar en busca de un futuro laboral y proyecto de vida que aquí no tienen. Pero a estos miles de hombres y mujeres los invisibilizamos, los hacemos desaparecer de los informativos y reportajes de interés periodístico y volvemos a dibujar una irreal sociedad de individualismo, confort y consumo, en crecimiento continuo y constante.
Precisamente, en esta línea de actuación será importante aprovechar, hasta sus últimas consecuencias, los nuevos marcos sociales y políticos que la crisis ofrece a quienes han creado y modelado la misma en su propio beneficio. Reconstruimos una sociedad que sale de la crisis y es importante aprovechar el momento para eliminar toda oposición consciente y crítica al sistema ahora dominante. Éste, el neoliberalismo, lo lleva intentando hace varias décadas. Así, desde su implantación y desarrollo a partir de las políticas reaganistas y thatcherianas en la década de los 80 del siglo pasado y, en paralelo, desde la caída de los referentes equívocos de la izquierda al finalizar la llamada guerra fría, el neoliberalismo ha tratado de construir una nueva sociedad de dominio absoluto de los mercados sin oposición de las grandes mayorías y desideologizada. Esto explica que hoy el 1% más rico del planeta tenga tanto como el restante 99%, y ni así esa ínfima minoría se conforma, aspira a más.
Pero, pensemos en algunas particularidades de estas estrategias por imponer el sistema neoliberal como la única ideología posible, y para ello veamos esos elementos más cercanos a nuestra cotidianidad, aunque sin perder de vista aquellos otros que se dilucidan en las altas esferas de las principales metrópolis del mundo o, mejor dicho, en los consejos de administración de los grandes emporios financieros, bancarios y empresariales.
Por ejemplo, en los últimos meses asistimos a campañas continuas, casi podemos decir a un bombardeo constante, que tratan de convencernos del hecho de que todos debemos ser emprendedores (el uso del masculino aquí es consciente pues estas campañas apenas se dirigen a las mujeres). Debemos tener iniciativa individual, debemos hacer nuestra propia empresa, debemos ascender en la escala social, debemos enriquecernos y todo ello a cualquier precio. La pregunta fácil giraría sobre qué pasaría en nuestras sociedades si todos fuéramos empresarios, emprendedores de este tipo. Pero obviémosla ahora y centrémonos, por el contrario, en el fondo de esta campaña que rezuma ideología neoliberal por todos sus poros, aunque traten de esconderla tras la aparente preocupación por combatir algunos de los efectos más negativos de la crisis: el paro y la precariedad.
De entrada habrá que decir que, por supuesto, el hecho de tener iniciativa individual, de ser emprendedor, de querer ser autónomo, no es negativo en sí mismo. El problema es el contexto político, social y económico en el que estas proclamas se desarrollan y los objetivos que persiguen. Así, ser emprendedor se nos presenta continuamente como sinónimo oculto de ser empresario; una forma de interiorizar que en la sociedad capitalista en la que vivimos el hecho de ser empresario es, por definición, bueno para la misma: crea empleo, nos saca de la crisis, genera riqueza y crecimiento…, aunque se trate de no hablar nunca de en qué condiciones se hace todo eso y quien gana y quien pierde en este modelo económico y social.
El escritor inglés Owen Jones hablando del discurso dominante en los momentos post-crisis de las últimas décadas viene a decir que uno de los objetivos centrales de éste es “acabar con la clase obrera como fuerza política y económica en la sociedad, reemplazándola por un conjunto de individuos o emprendedores que compiten entre sí por su propio interés”. Pero esto no es nuevo. El dictador Augusto Pinochet en su momento ya señaló que la meta es “hacer de Chile no una nación de proletarios, sino de emprendedores”; y hay que recordar que los principios rectores del neoliberalismo se pusieron en práctica por primera vez precisamente en el Chile pinochetista. Solo estas dos frases nos permiten entender mejor todas las campañas de propaganda en torno al emprendedurismo y su objetivo de borrar, como hecho histórico y como sujeto político, la existencia de la clase trabajadora. Ya todos y todas somos clase media y, si queremos, podemos ser nosotros mismos (“se tu mismo”) sin condicionantes sociales o económicos, salvo que seamos unos fracasados.
Claro que este mismo discurso tiene añadido un segundo objetivo importante en estos momentos históricos, como es hacernos entender que la culpa del desempleo, del trabajo precario y temporal, de que al final de nuestra vida laboral no tengamos pensiones o de que la juventud tenga que emigrar, entre otras consecuencias del nuevo modelo, radica en nosotras y nosotros mismos. El sistema neoliberal dominante no tiene la culpa, la ambición desenfrenada del empresariado y los mercados por aumentar sus beneficios tampoco, ni las enormemente favorables condiciones para el despido, la precarización del trabajo o los recortes de derechos, como no la tienen esas élites económicas que hoy marcan los dictados de la política local, regional o internacional; la culpa de la situación de las grandes mayorías pareciera que está mayormente en su incapacidad por ser emprendedoras.
Y entendemos así mejor otros discursos complementarios en esta construcción ideológica como el que trata de convencernos de que “todos estamos juntos en esto” (nueva invisibilización de las mujeres), por lo que, por ejemplo, no tiene sentido ya la vieja lucha de clases porque éstas se han difuminado y ahora todos debemos de sentirnos parte y necesarios en el mismo barco para recuperar las sociedades del bienestar. Claro que la realidad, también en esta metáfora, es otra muy distinta que nos esconden. Tomemos la imagen del Titanic. Todos y todas estaban en el mismo barco, todos navegaban hacia “la tierra de oportunidades” que era el nuevo mundo. Pero todos y todas ocupaban espacios claramente definidos y compartimentados y, a la hora de acceder a los botes salvavidas (momento de crisis), unos (los menos) tenían ese privilegio y otros (los más) debían de esperar, rezar y confiar en la divinidad para sobrevivir. La desigualdad de clase, de quienes están arriba y quienes están abajo, pese a la apariencia pretendida, se hacía una vez más trágica evidencia.
Este es el marco del discurso. “Más de 80 oportunidades de negocio para emprendedores”, “11 recomendaciones al G-20 para ayudar a los jóvenes emprendedores”, “Premios a las administraciones que apoyan el emprendimiento”, “Nace…, el primer café-bar dedicado al emprendimiento”, “Persona desempleada/emprendedora”…. pero hay otra realidad sin tanta propaganda: “La mayor parte de los emprendedores fracasa antes de los 3 años” o “el 70% de los autónomos (emprendedores?) preferiría ser asalariado”. Luego, la meta para, por ejemplo acabar con el paro, la precariedad y el empobrecimiento, igual no debería ser que todos y todas seamos emprendedores, algo materialmente imposible, sino simplemente que todos y todas podamos ser parte activa en la construcción de una sociedad más justa y equitativa.