Por Edgar Gutiérrez
Mañana en EE. UU.
Mañana decide EE. UU. la composición de la Cámara de Representantes y el Senado para los próximos dos años. Excepcionalmente el partido de gobierno retiene el control de ambas; lo lograron Roosevelt (saliendo de la Gran Depresión), Clinton (con el espectacular ascenso económico) y Bush hijo (tras los ataques del 11 de septiembre).
Desde hace tres meses las encuestas anticipan que los demócratas perderán la Cámara Baja. Sobre la Cámara Alta -donde cada partido tiene 50 senadores y cuyos desempates los rompe la vicepresidenta Kamala Harris- las mediciones han ido cambiando. En septiembre la pudieron haber ganado los demócratas, con los vientos favorables de la economía. Ahora la disputa está más reñida y apunta a que se decidirá en Pensilvania, Georgia y Nevada.
Como en noviembre de 2020, estas elecciones parecen abrir un horizonte apocalíptico. Desde que Trump entró a la escena y ha ido ganando el control del partido Republicano, cada medición de fuerzas en democracia parece ser la última, sobre todo después del asalto de los ultras al Capitolio el 6 de enero de 2021, azuzados por el propio Trump.
Los negacionistas del voto -cuando lo pierden- se han convertido en la amenaza a la democracia en EE. UU. La amenaza no es China ni Rusia, tampoco los terroristas. La ira de los votantes se focaliza contra un establishment que se creyó invencible tras la implosión de la esfera soviética y que durante un cuarto de siglo instaló su propio Olimpo.
La rabia desatada es tan intensa que los votantes obvian que Trump, su líder e inspirador, es un farsante. O quizá lo siguen justamente porque él ha sabido escamotear el sistema, eludiendo impuestos, presentando declaraciones falsas para obtener más dinero y miente sin rubor.
El presidente Biden entiende la amenaza, y lo ha advertido de manera dramática en los últimos meses. Ha sido audaz al adoptar medidas de alivio social, mientras los republicanos ultras se han equivocado transgrediendo derechos de las mujeres; por eso se les complica esta elección.
- UU. atraviesa un periodo de polarización de un alcance que no presenciaron sus últimas siete generaciones. Hay un déjà vu del nacionalsocialismo que se instauró en Alemania entre 1933 y 1945 y condujo al holocausto y la II Guerra Mundial. Con matices. Esta vez no es una nación herida en su orgullo por la I Guerra mal acabada, y los saldos de la gran depresión (aunque sí pandemia y amenazas de recesión).
El malestar es con el tipo de democracia promovida por los dioses de la globalización que divide el mundo entre terrenales miserables y Olimpo. La globalización se desmonta por la confrontación con China, pero el malestar irradia. Italia, Brasil y hasta los países nórdicos. No queda de otra: o quienes creemos en la democracia construimos un nuevo pacto social internacional procurando el equilibrio entre Norte y el Sur, y extrayendo las vetas de la democracia económica o social, o entramos al oscurantismo.