Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Dante Liano 

El escritor italiano Antonio Franchini no desconoce la ironía ni, tampoco, una versión despiadada del amor filial. Su última novela, Il fuoco che ti porti dentro, título que podríamos traducir, aventurosamente, El fuego que te consume, relata, como el que se asoma a una pecera y ve la realidad deforme y aumentada, la historia de Ángela, madre excesiva y napolitana del narrador. La novela se encuentra con su personaje cuando ya es adulta, con un defecto muy difícil de mostrar: la señora produce, soberbia y desenfadada, pésimos olores que son como el emblema de su peor carácter. De alguna manera, esos vapores sulfurosos son coherentes con la naturaleza volcánica de Ángela, resultan afines a su carácter. La primera descripción es, por así decirlo, temperamental: “Me fui de la casa cuando tenía 19 años para no verla nunca más. He vivido lejos por muchos años para mantener, a distancia, una relación formalmente decorosa. En seguida, el destino, que tiene con frecuencia el talento de disponer las cosas de la peor manera, nos ha reunido. […] La detesto desde siempre, desde que mi vida comenzó a separarse de la suya y se abrió al mundo, porque me tardé poco tiempo para entender que el mundo justo –aquel lugar inexistente que los jóvenes sueñan y algunos adultos idealistas insisten en hacerles creer que existe- hacía, decía, pensaba todo lo que mi madre no hacía, no decía, no pensaba”.

En literatura, uno de los argumentos más difíciles de tratar son las relaciones familiares. O el escritor realiza una operación de sublimación, al punto que resulta difícil entrever lo que se esconde detrás del relato, o se cuenta visceralmente, con el riesgo del azucaramiento (uno de los aspectos de la hipocresía) o la ferocidad. Gabriel García Márquez opta por el primero. Solo escudriñando su biografía se comprende que detrás del protagonista de El coronel no tiene quién le escriba está la figura imponente de su abuelo, el Coronel Nicolás Márquez Mejía, quien iba a esperar la carta que le iba a otorgar la pensión como veterano de guerra. Y que detrás de Úrsula, la decidida matrona de Macondo, está su abuela Tranquilina Iguarán. Más todavía, que todos sus esfuerzos para destacar en la vida provienen, probablemente, de la ácida actitud despectiva de su padre, Gabriel Eligio García, quien, al saber que había recibido el Premio Nobel exclamó: “¡Claro, si es amigo de Miterrand!” El infierno que puede ser una familia está sublimado también en La metamorfosis, de Kafka o en los tumultuosos personajes de Dostoievsky, o en las pesadillas fantásticas de Cortázar, que derivan de los íncubos de Horacio Quiroga.

El narrador de Franchini declara detestar a su madre, pero, en la medida que se avanza en la lectura, se descubre una desbordada admiración. A un cierto punto, luego de la devastadora descripción moral, se llega a la descripción física. Se descubre que Ángela no es bella, sino atractiva y que está consciente de ello. Reconoce, en sí misma, con un cierto cinismo, que no hay hermosura sino sabiduría en saber mover las caderas. Ángela es seductora no solo por el físico sino por la palabra. Se expresa en estricta lengua napolitana aunque su cultura italiana es superior a la del promedio de las mujeres y, en ciertos momentos, saca a relucir antiguos conocimientos del latín. Se deleita con las etimologías, ignara secuaz de Heidegger o de Lacan. Sus monólogos son muy divertidos, sobre todo cuando enfrenta temas de cultura literaria.

En realidad, Ángela es un pretexto narrativo para contar épocas y lugares: Nápoles de la postguerra y la Milán contemporánea. La vida de esa madre tremebunda es como el tronco de un árbol (me excuso por la banal metáfora) del cual brotan varias ramas que son varias historias. Emergen así figuras tan potentes como la de Ángela misma. El padre, tradicional figura del hombre que lleva el pan a casa y que se desentiende de la vida familiar, es como una sombra que de vez en cuando abandona su papel secundario para recuperar, de modo efímero, las riendas del hogar. Las hermanas, una devota y protegida por Ángela, y la otra, en cambio, víctima del anatema de la madre por haber perdido un puesto de maestra en la escuela católica. El abogado de familia, hombre del sur, ampuloso y sabio hasta la indiferencia, que será el verdadero mentor de los hijos de esa madre monumental. El cuñado, budista con aspiraciones pranoterapéuticas, espiritual hasta el ridículo en su proceder taimado y oblicuo.

La novela está llena de momentos memorables. En una ocasión, alguien reprocha a Ángela que considera “rameras” a todas las mujeres. Ángela no se inmuta. “Quita a todas las rameras del mundo”, responde. “¿Quién queda?”. En otra, orgullosa de que su hijo sea un escritor, es asaltada por la duda. “Eres un escritor”, comprueba, “pero ¿eres un buen escritor o no cuentas un carajo?” El escritor reflexiona: la amoralidad de la familia del sur de Italia, cuando se manifiesta, está en armonía con la existencia de la mafia o la camorra. Y cuenta una anécdota: un amigo suyo dice a la madre que el hermano está afligido porque ha dejado embarazada a una muchacha. La madre, inmutable, responde: “¿Y cuál es el problema? Basta decir que el niño no es suyo”. En fin, un relato que inicia como el anuncio de la devastación de un personaje, muestra, en realidad, la devoción de un hijo por una madre incómoda, devoción que llega, literalmente, hasta las últimas consecuencias.

Il fuoco che ti porti dentro es una novela de buenas anécdotas y de intensas reflexiones. Es la novela de Ángela, la madre, y la novela del hijo, cuyo don de la escritura se pone al servicio de una mujer extraordinaria, y que se expresa en el momento en que la madurez de una persona se convierte, casi imperceptiblemente, en sabiduría. Una invitación a la lectura de esa novela podría ser transcribir algunas de las reflexiones finales de Franchini, dignas de ser compartidas:

“El carácter se forma por oposición a los padres. Quién sabe si a nuestros hijos –acostumbrados a padres y madres comprensivos, disponibles al diálogo y a no esconder sus fragilidades- no les habrá hecho falta algo, ese conflicto que los habría hecho más duros, más aptos para la existencia.”

“Entendí que esta era su forma de amar. Una forma equivocada, pero temo que todos los amores son, de alguna manera, equivocados.”

            “¿Tal vez este tiempo de nuestra plenitud, el momento hermoso que ha desaparecido y no va a regresar, lo que nos hace sufrir, porque nos deja la nostalgia de su desaparición y nos envenena el presente con el rabioso recuerdo de nuestra vida mejor?”

            Mucho más hay en la novela de Franchini, una de las obras italianas más interesantes de los últimos tiempos. Una lectura urgente y al mismo tiempo reposada, llena de vida, de lejana pasión, de urgencia y reflexión.

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