Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Miguel Angel Sandoval

Me animo a decir que en estos días asistimos a un debate que tiene en verdad, alcances históricos. Digo ello pues luego del levantamiento de los pueblos indígenas y otros sectores sociales en el mes de octubre, -que continua a la fecha- ha salido a luz, una discusión en los medios sociales, de prensa, particularmente digitales, o en los chats de diferentes agrupaciones democráticas, una serie de artículos bien fundados, sobre la emergencia de los pueblos indígenas en la vida política de nuestro país. Es por ello que antes que una visión académica que es indispensable, se impone una visión política. En unos casos con sorpresa, en otros con muestras de satisfacción, y en ocasiones idealizando lo desconocido, o al menos lo que no se conocía. Ahora hay un serio esfuerzo por entender una dimensión mas de nuestra compleja realidad del país que todos habitamos.

En esa producción intelectual, con rasgos académicos unos, políticos otros, hay la participación de indígenas y no indígenas, de activistas o analistas del más diverso tipo, pero que, de manera general, ubican con bastante propiedad, el centro del tema: los pueblos indígenas irrumpieron con el levantamiento de octubre en la vida nacional, con el objetivo más claro del periodo: la lucha democrática. Y no solo ello, fueron catalizadores del profundo descontento social que se puede valorar en la participación de barrios populares o en sectores como los mercados, o los universitarios.

No solo irrumpieron, sino que encabezaron con un liderazgo claro y comunitario, las luchas de ese renovado proceso en octubre. Por primera ocasión en la historia reciente, y con ello me refiero a la historia que viene desde la fundación de la república, no se había planteado con todas sus dimensiones la presencia de los pueblos indígenas en el conjunto de la vida nacional, menos en sus luchas políticas y en los últimos años con su característica democrática.

Si hacemos memoria de lo ocurrido de manera más reciente, vemos que, en el periodo de la revolución de octubre, su participación fue moderada, aunque si fueron de forma aun limitada, beneficiarios del proceso octubrista. Solo menciono el tema agrario en donde de una forma u otra les llegó la ola de la reforma agraria, luego de siglos de desojo y todo lo que ya sabemos.  Antes el derecho del voto a las mujeres indígenas de manera particular. O la abolición de los restos del libreto de jornaleros y todas las formas “legales” de explotación de la mano de obra indígena.

Pero la mayor expresión de participación política reciente de los pueblos indígenas, fue en los años de la guerra de los 36 años. En ese proceso se puede identificar desde el primer alzamiento guerrillero, la presencia de cuadros indígenas. De un liderazgo emergente, en donde hubo cuadros y jefes guerrilleros de todas las etnias o si se prefiere de la mayoría. Aunque la mayor participación se puede establecer por la vía de lo masivo en distintas regiones del país.  En momentos se contaron por miles los combatientes de los pueblos originarios. No descubro nada extraordinario. De ello se sabe con creces.

Conversando con líderes indígenas hay una idea es de suma importancia. La izquierda en armas no llego a nosotros por un proceso de cooptación o de reclutamiento, fuimos nosotros desde las comunidades que llamamos a la insurgencia como una opción ante la realidad de exclusión, represión y urgencia de cambios. Sabemos que el costo de ese desafío fue alto, que aun no se logra la sanación de las heridas en el tejido social, pero estamos en otra época. O al menos se abre una nueva época.

Acaso la más grande muestra de esa participación es la respuesta del estado racista y contrainsurgente. Miles de indígenas no combatientes fueron masacrados por el temor que despertaron, pues optaron por la lucha armada y por el cambio revolucionario que se vislumbraba en el horizonte. No fue posible, pero le imprimieron un sello indeleble a esas luchas.

No es posible hablar de la guerra reciente que concluye con los Acuerdos de Paz, sin los pueblos indígenas, como no es posible hablar sin los pueblos originarios y sus organizaciones, de la resistencia moderna a las expresiones más claras del modelo extractivista. O de otras formas de capitalismo salvaje en nuestros países y de manera particular en los territorios habitados en mayoría por pueblos originarios.

Quizás sea importante subrayar que en la visión de lideres indígenas o de estudiosos y académicos indígenas, hay la tesis de cuatro grandes olas de resistencia que inician con la resistencia a la invasión-conquista, con la lucha contra los efectos de la reforma liberal, la participación en la guerra de los 36 años y a continuación toda la oposición organizada a los megaproyectos de carácter extractivo de manera central. En relación con la lucha organizada de los pueblos en defensa de los recursos naturales y sus territorios, recordamos que se realizaron mas de 90 consultas populares y comunitarias de buena fe, pero que desde el poder económico y político del país se desconocieron, aun si las mismas estaban avalados por el convenio 169.

Una de las mayores adquisiciones en la agenda de los acuerdos de paz, es el Acuerdo de Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas -AIDPI-. Y un acuerdo de esta naturaleza sería impensable sin una reflexión que surge precisamente, desde las organizaciones indígenas que se suman al proceso revolucionario. Hay la construcción de un pensamiento que se retroalimenta, que va y viene en dos direcciones. Desde los pueblos indígenas y desde los sectores más esclarecidos de la intelectualidad revolucionaria y sectores obreros y campesinos de avanzada.  En otras palabras, los acuerdos y en particular el citado, responden a las necesidades de lo pueblos que conformamos la Guatemala que queremos.

No es solo este acuerdo. Hay otro que se refiere de forma escueta pero muy clara, a la necesidad de construir la democracia en nuestro país. Es el Acuerdo de Querétaro, que por razones que a la fecha no aparecen con toda su dimensión, paso a segundo plano ante la urgencia del conjunto de los temas agendados. Sin embargo, la cuestión de la democracia, no solamente desde la perspectiva formal, quedo planteada en los compromisos de la paz y, además, impregno el conjunto de reflexiones y compromisos consignados.

Es por ello que en el levantamiento de octubre vimos como dos de las vertientes que componen los compromisos de la paz, y los proyectan, vimos la democracia y los derechos de los pueblos indígenas emerger de una manera que no conocíamos. Quizás de alguna manera, porque desde la firma del AIDPI, existía una plataforma política que los pueblos originarios podían hacer suya, así como las ideas mas definidas de la democracia.  Es evidente, además, que todo ello impregnado con las formas de organización particular de los pueblos y con la cosmovisión propia de esas culturas.

Si durante muchos años la discusión sobre los derechos de los pueblos indígenas había quedado en los marcos cerrados de algunos bolsones académicos, o en las reflexiones de sectores de los pueblos indígenas, en la actualidad asistimos a un debate nacional en donde se mezclan visiones desde la antropología, desde la historia, desde una visión meramente cultural, con la visión política que en este periodo tiene una vigencia particular.

Este debate tiene antecedentes en los últimos años. Quizás el primero fue la participación en la consulta popular que recomendada por los Acuerdos De Paz había planteado el cambio en la definición del estado guatemalteco, el reconocimiento del pluralismo jurídico, de los idiomas y tantas cosas. En esa ocasión, 1999, el resultado fue adverso, pero las demandas continuaron. Quizás valga la pena subrayar que, si bien el resultado nacional fue de rechazo a las reformas, en particular por la manipulación a que fueron sometidas, en las regiones indígenas el resultado fue favorable a esa reforma.

Y de manera más reciente, en 2016-2017, fue el debate sobre la reforma constitucional limitada a los temas de justicia, en donde la inclusión de la reforma al 203 constitucional y la demanda de reconocer el pluralismo jurídico en el país, sirvió como la chispa para que los sectores mas conservadores como el CACIF se opusieran con toda su fuerza y sus recursos a la reforma judicial. A pesar de todo los pueblos indígenas retiraron su demanda de reforma de la justicia en el articulo 203 y continuaron la reforma que la fecha sigue estancada. De esas jornadas se recuerda plantones o bloqueos, que no fueron tan masivos como en octubre del 2023. Aunque en esa coyuntura, el peso conservador fue de mucho más alcance que la resistencia desplegada.

Cuando me refiero a la visión política es debido a que, de manera posterior a la firma de la paz, como se señala, hay varios momentos en donde los derechos de los pueblos indígenas han saltado a la vista de la opinión nacional, pero sin tener la penetración y la fuerza que en la actualidad observamos. En otras palabras, el poder y las elites, en donde se combinan la exclusión y el racismo, el clasismo y el conservadurismo, se han negado a cualquier tipo de reforma que vaya en dirección a los derechos de los pueblos indígenas.

Es por ello que la idea de que somos un país multicultural, multilingüe y multiétnico, queda en ocasiones solo como una declaración, pero vacía de contenidos. Es como casi todo en la sociedad guatemalteca, el predominio de las apariencias antes que hechos reales que sean comprobables. Es por ello que el levantamiento nacional de los pueblos indígenas marca en nuestro país y antes y un después. Se trata de que hoy la sociedad y sus sectores del tipo que sean, no pueden por mas tiempo negar la existencia de la mitad de la población que se organiza de formas que se desconocían. Que tiene una cultura, cosmovisión que le dan coherencia, que la articulan, y que ahora dicen con plenos derechos, aquí estamos.

La diferencia fundamental es que ahora, la emergencia de los pueblos indígenas con la defensa recia de la democracia, se instalaron en el imaginario nacional como la fuerza cualitativa que da como resultado el fracaso de los intentos golpistas, que buscan desconocer los resultados electorales que los pueblos indígenas, han visto como una oportunidad para hacer avanzar, tanto su agenda por años postergada, como la agenda mas general de la democracia liberal, y en este caso,, de los resultados electorales. Aquí hay un dato que merece unas reflexiones. La movilización social convertida en el ariete de la democracia, dejo sin poder articular palabra o ideas o posturas, a los partidos políticos, que se revelaron buenos para nada en esta coyuntura fundacional. Y por supuesto que como en todo, siempre hay alguna excepción, pero la norma es que los partidos se revelaron como la parte más débil de la idea de democracia que tenemos en el país.

Por estos temas vistos a vuelo de pájaro, que, por supuesto demandan su profundización pues hay no pocas ausencias, no es casual que haya ahora un nivel superior en la participación de los pueblos indígenas organizados. Ahora no se trata de pedir con actitud de espera y en ocasiones de resignación, sino que estamos ante un cambio en la vida nacional en donde los pueblos exigen, con fuerza, con beligerancia, el respeto por el orden democrático que se ha pregonado desde hace años por las elites, pero que en realidad no respetan y hacen lo contrario como ya sabemos. Es por ello que desde hace algún tiempo hemos afirmado que las elites le tienen pánico a la democracia horror a la participación política de las mayorías de este país. Y el levantamiento de octubre nos dice con creces de la nueva realidad que esta instalando en nuestro país.

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