Hay que aprender a vivir

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Fernando Espina 

La Argentina que me ha tocado vivir (2022 y 2023) es compleja en términos financieros, el peso argentino cada día vale menos y los precios suben sin parar. En el país existen más de diez tipos de cambio del dólar (Oficial, MEP, Turista, Qatar, Blue, Soja, Netflix, Coldplay, etc.). La diferencia entre el cambio oficial y el del mercado negro, que se llama blue, suele ser de cerca al cien por ciento. Los precios suben permanentemente, cada vez más rápido. Hace unos días fuí a la farmacia y al pedir descuento por pagar en efectivo, el dependiente me respondió: “Ya no existe el descuento… Por la hiperinflación los precios de los medicamentos suben cada dos horas… Al final del día la farmacia terminaba perdiendo con el descuento”.

Yo que venía de un país con precios y tipo de cambio bastante estable, me ví sorprendido por esa turbulencia. Sin darme cuenta, caí en la dinámica en que vivía mi entorno y la gente en general. Empecé a seguir permanentemente el tipo de cambio para ver en qué día y en qué momento del día me convenía más cambiar los dólares (El lunes después de que Milei ganó las PASO, el dólar subió más de 100 pesos y el martes otros 80). Los conocidos, incluso los desconocidos como los taxistas, me recomendaban ir a tal lugar para comprar la ropa a mejor precio, a tal otro para los muebles y a tal otro para los electrodomésticos. Obviamente todos los lugares quedan muy lejos de donde vivo e implican traslados larguísimos. Otros me recomendaban hacer compras gigantes de productos cotidianos para ganarle a la inflación. Unos conocidos me contaron que gastaron su aguinaldo completo en yerba mate hace un par de años y a la fecha no habían vuelto a comprar. Uno de los cambistas me dijo que su sobrino pequeño salía corriendo a la tienda cada vez que recibía unos pesos porque ya había aprendido que lo que podía comprar hoy con 100 pesos no lo podría comprar mañana. Esa es la cotidianeidad. No se ahorra en pesos. Los pesos que se juntan se invierten o se cambian a dólares. En una ocasión le pedí a un librero que me recomendara un libro de César Aira, para entender un poco la cotidianeidad de los argentinos y me respondió “Eso te lo explico yo… Acá tenes que decidir si te das un gustito y te comes una media luna (croissant) o lo ahorras para comprar dólares”.

Al cabo de unos meses, mi vida había pasado de una relativa estabilidad a un permanente estrés. No me gustaba mi nueva dinámica y estaba consciente que algo estaba haciendo mal. En un viaje de vacaciones leí un libro de neurociencia. Fue como que me explicarán con dibujitos lo que me pasaba a mí y a mucha gente por acá. En dos platos: el estrés libera una hormona que se llama cortisol. El cortisol sirve para reaccionar rápidamente en situaciones de riesgo. Los músculos y los sentidos se agudizan para sobrevivir. Sin embargo, no se puede vivir permanentemente con el cortisol alto, pues implica someter al cuerpo y a la mente a un desgaste acelerado. Las personas con estrés permanente no duermen bien y están siempre pendientes de algo, del teléfono, de la televisión, sienten que algo va a pasar. Están como un soldado en una trinchera que se sabe en la mira del enemigo.  Hay mucho escrito sobre cortisol para quien quiera conocer más del tema.

Con el nuevo entendimiento del estrés, empecé a hacer cambios graduales para mejorar mi calidad de vida. Dejé de seguir el tipo de cambio. Ya no me importa si gano o pierdo unos pesos. Hago las compras cerca de casa, aunque todo sea un poco más caro. Ahora tengo más tiempo para hacer las cosas que me gustan, como disfrutar a mi familia, escribir, nadar y caminar por la ciudad.

La semana pasada, mientras nadaba, me di cuenta que había un nuevo nadador. El nuevo es un tipo gigantesco: unos dos metros de altura, más de doscientas libras de peso y muy ancho. Me chocó unas tres veces durante los veinte minutos que nadó. Cuando llegué al vestidor, el nuevo estaba yéndose. Cosa que agradecí porque estaba de mal humor con él. De pronto mi mirada se cruzó con la de otro nadador, quien estaba desesperado por quejarse: “¿Viste qué impresentable que es el nuevo?… Salí de nadar y tenía las dos bancas ocupadas, una con su ropa mojada y en la otra estaba él con su maleta gigante vistiéndose… Le tuve que pedir espacio para vestirme y lo que hizo fue guardar la ropa mojada y me dejó la banca completamente empapada”. Hablamos un poco de eso, de la difícil situación financiera que produce estrés y no te deja pensar en los demás, del triunfo de Milei y en una de esas me soltó un párrafo que me ha tenido pensando mucho al respecto. Palabras más palabras menos era algo así: 

“Ahora soy carpintero… antes era ingeniero agrónomo… Trabajaba para una empresa grande y ascendí muchos puestos hasta que me dí cuenta que eso que andaba persiguiendo nunca lo iba a alcanzar… Siempre hay algo más arriba, nunca vas a estar satisfecho en esa vida… Ahora mi hijo trabaja en una empresa así y le van a vender un auto y se lo voy a comprar yo… Me recomendó que fuera al banco a sacar un préstamo y que los dólares que tengo para comprar el auto los invierta en la bolsa… Así, con lo que gane en la bolsa y con la depreciación del peso, voy a estar pagando prácticamente nada por el auto y mis dólares van a crecer. ¡Qué relajo! Para qué carajo quiero yo meterme en todos esos trámites para ganar un poco de plata. Para qué estar pendiente de la bolsa y de los pagos al banco si puedo comprarme el auto y olvidarme de todo. ¡Hay que aprender a vivir! A mis sesenta y dos años yo lo que quiero es vivir tranquilo haciendo muebles.”

Me sorprendieron las palabras de Pedro porque se salían de lo que normalmente dice la gente acá. No hablamos lo suficiente para conocer cómo había llegado a manejar su vida de esa forma, pero se parecía mucho a lo que yo estaba haciendo. Yo lo que quiero es vivir bien, en paz. Disfrutar de la vida y sus pequeños momentos. Renuncié hace algunos años a mi carrera profesional. No aspiro a tener poder o una posición económica o social. Yo no me quería ver como mis jefes (aunque alguna vez sí considere llegar a sus cargos), quienes vivían visiblemente frustrados con el trabajo que hacían, pero siempre encontraban una excusa para postergar su jubilación y seguir martirizándose, aún cuando no lo necesitaban.

Hay que aprender a vivir, me repito ahora cuando siento que estoy perdiendo el norte. Cada quien tiene sus maestros y cada uno su camino. Habrá quien lo caminé una vez y llegué a dónde quiere ir y habrá quien lo camine en círculos, tropezando en cada vuelta con la misma piedra y no encontrando nunca la salida.

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