Las falacias de los anticomunistas y neoconservadores contra el Movimiento Semilla

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 6 minutos

Por Mauricio José Chaulón Vélez

Los enemigos de la Revolución guatemalteca (1944-1954) utilizaron al comunismo como argumento para provocar miedo sin que existiese una vinculación real con las políticas de los gobiernos de Arévalo y de Árbenz con un proyecto comunista. Políticas como la libertad sindical, el código de trabajo, la seguridad social, la ley de arrendamientos forzosos, la alfabetización, el bienestar social, la carretera al Atlántico, la soberanía eléctrica, la soberanía portuaria, la reforma agraria, la búsqueda de romper con la dependencia económica, eran necesarios para la modernización impostergable del Estado guatemalteco en los términos que exigía la misma modernidad capitalista y dar el salto hacia un capitalismo real de tipo burgués y no seguir estando en la periferia de un capitalismo que genera dependencias y profundas disparidades en la división internacional del trabajo. Esas políticas de los gobiernos revolucionarios no eran comunistas, sino que se trataba de medidas totalmente necesarias para construir democracia por primera vez en el país, la cual no sería real si no se hacía sobre bases de participación popular.

Por supuesto que los países comunistas en aquel momento, que estaban localizados fundamentalmente en Europa -China apenas iniciaba en 1949 la construcción de su Estado socialista- llevaban adelante políticas similares, ya que cualquier Estado que busque su autonomía debe hacerlas. Sin embargo, estas políticas no son exclusivas del socialismo: todos los países capitalistas poderosos pasaron por ellas para modernizarse y romper con sus relaciones feudales. La diferencia entre los Estados capitalistas y los Estados socialistas es que los primeros se convirtieron en colonizadores de otros pueblos para extender su ganancia, mientras que el socialismo no busca la dominación de otros pueblos. Pero el proceso de modernización es inherente desde el liberalismo para ambos.

No puede negarse que desde el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT, el Partido Comunista en Guatemala) hubo aportes brillantes para determinadas políticas durante el gobierno de Árbenz, lo cual más que ser un proyecto de volver a Guatemala comunista, debe entenderse como evidencia de la amplitud democrática en el país. La participación de distintas posiciones ideológicas que al final buscaban la modernización del Estado desde una democracia amplia era la característica del proceso revolucionario en Guatemala. Pero Guatemala en su periodo revolucionario no se planteó, jamás, convertirse en un Estado comunista como proyecto propio de la Revolución.

Debe recordarse que así como el PGT brindaba asesorías muy inteligentes al gobierno de Árbenz en temas como el de la Reforma Agraria y la organización social, también la alcaldía de la Ciudad de Guatemala estaba dirigida por eminentes urbanistas que no eran comunistas ni por asomo, siendo dos grupos muy distintos ideológicamente pero ambos con enormes capacidades para continuar con esa necesaria modernización del Estado que ya no era de tipo oligarca finquera semifeudal como lo hicieron los gobiernos liberales anteriores.

No obstante, el anticomunismo de Guerra Fría se impuso sobre el camino que llevaba Guatemala para lograr su independencia económica y política en consonancia a lo que debía de ser un Estado moderno. Los Estados Unidos, junto a gobiernos represivos de la región y la atrasadísima oligarquía local de tipo feudal finquera, se encargaron de asustar a los sectores conservadores de la población, inventándose que Guatemala se estaba convirtiendo en una base comunista satélite de la Unión Soviética. Pero bajo ninguna circunstancia eso era cierto.

Hoy, en el 2023, los grupos de poder encabezados por esa clase dominante que sigue anquilosada, se inventan a través de sus alfiles más nefastos que una opción progresista para gobernar Guatemala la convertirá en un país comunista. Hoy no son los proyectos de infraestructura o de economía que al gobierno de Árbenz le provocaron acusaciones de ser aliado de la Unión Soviética, sino que se utilizan argumentos como la defensa de los derechos de la diversidad sexual y los derechos de las mujeres para decidir sobre su cuerpo para acusar de “comunista” al Movimiento Semilla.

Asociar estas luchas civiles, sociales y de derechos humanos con las luchas económicas estructurales y por eso creer que se trata de socialismo o comunismo es un craso error. Estas luchas sociales como la defensa de los derechos de la diversidad sexual no corresponden exclusivamente a posiciones de izquierdas, las encontramos en su origen en Estados capitalistas burgueses: Estados Unidos, Canadá, Alemania, Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica, por citar algunos ejemplos. Que en estos países las posiciones liberales estén a la izquierda de su cartografía política eso es otra cosa y no significa que sean comunistas. Inclusive, en los países socialistas no se dieron por mucho tiempo las aperturas para que existieran estas luchas.

Lo que sucede es que las derechas extremas como expresiones del pensamiento más conservador rechazan este tipo de derechos y dentro de su ignorancia, convenientemente las asocian al comunismo sin ningún tipo de argumentación sólida al respecto.  Para los grupos más conservadores cualquier cambio de lo establecido “es comunismo”. Incluso, podríamos decir que estas luchas por derechos civiles en la diversidad sexual son eminentemente de un capitalismo liberal y no un proyecto del socialismo comunista como tal.

El socialismo y el comunismo reales se enfocan, primero, en la lucha de clases y en las transformaciones necesarias en la estructura socioeconómica: salarios dignos, alimentación digna, medios de producción para el beneficio de las mayorías, recuperación de los recursos naturales para ser bienes comunes, salud digna, educación digna, acceso a la tierra desde el Estado, vivienda digna, cultura y recreación dignas. Si dentro de todo ello se habla de equidad, pues entonces también respetar que la equidad pasa por los derechos de la sexualidad, no es el punto central del comunismo.

Son pensamientos de extrema derecha los que confunden muchas veces intencionalmente, para que se crea que esto es el socialismo y el comunismo: craso error. La lucha por los derechos civiles en la defensa de la diversidad sexual corresponde al capitalismo liberal y hasta neoliberal. Los países donde existe esa defensa a ese tipo de derechos son, en su mayoría, capitalistas burgueses. Pero como en Guatemala ni siquiera llegamos a un capitalismo verdaderamente liberal y burgués, la hegemonía es de un pensamiento criollo oligarca semifeudal (medieval) muy atrasado, que asocia todo cambio al comunismo.

Recordemos también que los grupos de poder tradicionales en Guatemala hicieron lo mismo con Sandra Torres cuando ella era la candidata no deseada y prefirieron peores opciones como Jimmy Morales (el más impresentables de los presidentes de Guatemala en toda su historia) y a Giammattei (otro impresentable muy similar a Morales), ambos corruptos hasta la médula, simplemente para que Torres no ganase. No estoy diciendo que Sandra Torres no sea corrupta, y ahora más que ayer, bastante impresentable también, pero Jimmy Morales y Alejandro Giammattei eran y seguirán siendo peores, lo que ya es decir bastante. Sandra Torres en las elecciones del 2015 y del 2019 era la “comunista”, “antivalores” y otros adjetivos que la asocian a todo lo que se dice de Semilla hoy y se decía de los gobiernos revolucionarios desde el anticomunismo en 1954.

Los derechos de las personas LGTBIQ+ no son comunismo, son derechos humanos fundamentales que deberían de ser defendidos independientemente de la ideología política que se profese. Sin embargo, en una sociedad dominada por una clase que es de las peores en América Latina, se prefiere vivir en una doble moral perpetua a aceptar que hay diversidad sexual, aunque se niegue y se le siga colocando como un antivalor. Y, desde esa hegemonía ultraconservadora, se lo presenta convenientemente como “comunismo”, sin que exista ningún vínculo real entre lo uno y lo otro.

Eso sí, un socialismo y un comunismo más amplios y más profundos deberán defender los derechos de la diversidad sexual con toda la responsabilidad social que esto implica, ya que no se trata de una simple concesión para lograr votos o acuerdos pragmáticos, sino de construcción de humanidad integral. Y esto se ha visto en gobiernos socialistas pero también en gobiernos que simplemente son liberales sin ser socialistas. Quiere decir que todo proyecto político responsable, sea de derechas o de izquierdas, debe defender estos derechos y procurar que no se criminalice a nadie por su sexualidad.

Pero esto no es exclusivo del comunismo y si lo que les preocupa a los sectores de poder más recalcitrantes en Guatemala y le han trasladado a usted esa preocupación es que la defensa de los derechos por la diversidad sexual sea “comunismo”, los países comunistas tradicionales no la han tenido en su agenda política central. Por eso es que lo que hoy vociferan grupos de poder ultraconservadores en Guatemala se trata más de posiciones fascistas contra posiciones liberales y debido a que la oligarquía guatemalteca es tan conservadora, fácilmente se pasan del lado del fascismo en muchas de sus ideas y posiciones políticas.

En 1954 asustaron con el argumento falaz de que Guatemala se convertiría en satélite de la Unión Soviética y hoy tratan de asustar con el argumento falaz de que Guatemala convertirá en gays y lesbianas a los niños y a las niñas. Ni era malo que Guatemala buscara ampliarse hacia la Unión Soviética con todo su derecho soberano para romper con la hegemonía de los Estados Unidos y la dependencia con Washington, ni es malo que una persona sea gay o lesbiana. Pero no era cierto que Guatemala buscara ser un satélite soviético en el gobierno de Árbenz como tampoco es cierto que el gobierno de Semilla pretenda imponer que los niños y las niñas sean gays o lesbianas.

Por favor, no caiga en la trampa de los discursos que sólo pretenden asustar con un petate del muerto muy pero muy podrido.

 

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