“Tan distante de esta realidad ilegal de crímenes impunes, del goteo de maricas charqueados por la tinta roja de algún diario, expuestos en su palidez de castigo como reiteración de las puñaladas en el borde plateado de costilla apátrida. Cadáveres sobre cadáveres tejen nuestra historia en punto cruz lacre”
Pedro Lemebel – Loco afán
Por Juan José Guillén
Para hablar de nuestra historia maricona, nuestra pequeña y necia historia disidente hubimos que remontar hacia la ancestralidad que nos ofreció nuestro ser distinto, cuestionar la historia, un dispositivo que idearon los hombres para mitificar sus logros fálicos plagados de fechas y primeras veces absurdas.
Porque ciertamente, nunca compartimos la huequitud con nuestras madres, con los vecinos, quizá otras minorías podrían haber gozado del privilegio de vivir su exclusión en familia y en cambio nosotras cuyas madres no eran huecas como uno, cuyos padres (si los tuvimos) fueron nuestros verdaderos verdugos; remontamos como buenas pasivas, buscamos con necedad una historia propia[1] en la página no escrita, sin explicativos en tercera persona, tuvimos que registrar con nuestro radar gay[2] en el cajón guardado del tío abuelo del que nadie habló pero que se sabía que algo de raro, algo de pluma, algo de loca lo habitó y quizá cansado por el rigor ochentero de sus padres fue obligado a patadas a casarse, a desasumirse, a borrarse de la historia una vez más para que la heteronorma montara el panfleto de que “antes eso no existía”.
Es cierto, hubimos de buscar nuestra ancestralidad marica, marimacha, torta y trans en la vecina “rara”, en la burla de la cuadra, en ese ser estridente que nos impresionó tan pronto le conocimos, ese que sacudió nuestro mundo con su ser, la primera loca que se atrevió a vestir putifrunci, la primera mujer que se nombró trans en mi pueblo cuando aún no estaba preparada la vecindad entera para soportar su alterar, su recorrer[3].
“Acaso nunca nos dejamos precolonizar por ese discurso importado. Demasiado lineal para -nuestra loca geografía. Demasiada militancia rubia y musculatura dorada que sucumbió en el crisol pavoroso del VIH”
-Pedro Lemebel
Lejos de la parafernalia del orgullo importado para nuestro disfrute, para el disfrute de las masas, (pareciera que nos envuelven en papel de regalo y siete colores para el gusto y la sorpresa siempre hetero-centrada del consumo y el entretenimiento), y aunque claro, entre tanta locura ¿no creen ustedes que algo se nos tenía que ocurrir?[4]
Lejos del orgullo panfletario, del derecho de ser felices y salir a gritarlo por la sexta, tuvimos que buscar en este sur a una María Conchita, a una Julia, a Richard, a las colectivas lesbianas procurando una marcha en los noventas, a las miles de Jacobas asesinadas en la costa sur año con año, tuvimos que abrazar este orgullo que no se puede nombrar gay, ni lesbian, ni transgender porque la pesadilla noventera nos insultó en español, y desde esa rebeldía, como para recordar que fue español el inquisidor que nos tiró a los perros[5] nos apropiamos de esta memoria del insulto, nos blindamos con ella y se las quitamos a las pride-ONG que huyeron a zona 15 recordándonos que el norte siempre tan reverenciado convocó con mucho riot y furia aquel 29 de junio de 1969[6], cuando las cuerpas, necesariamente racializadas tuvieron que disputar el poder y decir basta, desde sus lugares ¿y qué hay de los nuestros?
Asistimos otro año a un orgullo tan válido como amnésico; nuestra reciente historia como siempre tan manchada de sangre, con más argumentos en sus racismos, escondida de su verdadero rostro de marginación capitalina y maquillada de aspiraciones burguesas, nos recuerda con una bofetada que podemos ser nosotras sin importar la necedad macha de estratificarnos, las siguientes en ser asesinadas en una disco zonaunera, los siguientes en no volver a casa, le cuir que hoy no podrá tomar el bus porque le tocó el chofer que le violó[7], la prostitución como único frente de dignidad laboral, el chico trans que no podría volver al occidente a ver a sus papás sin que todo implosione[8]. Es cierto, guardamos sus historias, también llevamos trabadas entre los tacones a las maricas y raritas fusiladas por las dictaduras, suicidadas a la fuerza por manazas de macho[9].
Por eso, hoy que la agenda internacional, para alegría de muchas, como si no fuera justo, nos reserva un espacio; quiero sentir que no somos tan ingenuos, algo de memoria peina nuestras pelas, algo de memoria nos hace bailar más locas para que nos les quepa duda, algo de memoria nos hace interpelar a los policías y al ejército desde su homofobia, los mismos uniformados que nos hicieron un álbum para sistematizar nuestras matanzas en la hora más obscura de los años 80[10].
“Entonces nadie creía que eso era cierto”
-Pedro Lemebel
Entonces y aún hoy como si no fueran poco todos los golpes que hemos hallado en nuestra pequeña historia, peleando por cómo y dónde debería ser nuestro existir, guardando las formas, ofreciendo una retórica que no incomode tanto, una representación heterosexualizada para tener derecho a tomar asiento y escuchar las agendas que nos hablan de las promesas de un norte que solo podríamos conocer con visa, pero que no conoce ni podría dimensionar nuestra propia historia.
Entonces tomamos de la mano con valentía y sin miedo a tantas maricas, tantas trans exiliadas por fuerza, por las machas manos que propinan chasquidos para que nos larguemos lo más lejos posible, migrantes de otras cosas, de otros prides, donde seguro barren y limpian San Francisco luego de las celebraciones y sellan su jornada laboral preguntándose de qué se trató ese orgullo tan lejano, tan hermoso y soñado.
Comenzamos a buscarnos a palparnos, rozarnos en el placer del degenere[11] Luego de ser atravesados por nuestra conciencia de clase maricona, y entonces, solo entonces no buscaríamos el dejarles de incomodar, voltearíamos a nuestro norte de tantas compas asustadas en territorio Q’eqchi’ por haber cometido la osadía de vivir diferente, huyendo de sus territorios despojados, y, finalmente exiliadas en la ciudad del miedo.
“Doble marginación para un deseo común, como si fueran pocas las patadas del sistema, los arañazos de la burla cotidiana o la indiferencia absoluta de los partidos políticos”.
-Pedro Lemebel
Solo entonces entenderíamos que lo disidente no se acomoda, lo disidente siempre se desplaza hacia un lugar que construye para sí mismo, nunca una curul perlada que nos re-presente en un estado donde somos ciudadanas de segunda categoría ¿seremos siquiera ciudadanos en un lugar donde nuestros nombres elegidos no caben, no se entienden en sus papeletas y padrones democráticos?[12]
Banderas sobre banderas al furor de la esperanza, quizá de una semilla electoral que es eyaculación precoz en nuestros cuerpos negados por el estado, cuerpas de tercera categoría, atacados por la derecha, ninguneados por la izquierda, “el tema delicado” para la social-democracia, ¿Cómo abrazar con orgullo a un sistema que nos escucha solo si estamos vestidos de hombres, si sabemos disimular, que no se note lo loca, que no les asuste el chillido de nuestras risas, sin saber siquiera que reír para devolver el insulto ha sido la única trinchera que nos han permitido habitar.
“¿Entonces, ¿cómo hacernos cargo hoy del proyecto del orgullo? Cómo levantar una causa ajena transformándonos en satélites exóticos de esas agrupaciones formadas por mayorías blancas a las que les dan alergia nuestras plumas”.
-Pedro Lemebel
Cuando me pongo bella, me arreglo coqueta para ir al shai-wa, me detengo tres segundos y pienso cómo jodidos he llegado hasta acá, ¿desde el privilegio? Claramente; pero más bien la forma en que paré en estas, rodeado de gentes tan hermosas y entonces considero que en este lugar tan podrido para nosotros, cuando triunfa una, triunfamos todas[13].
Mi “orgullo” es recordar a la esquina de mi casa poniéndose de acuerdo para preparar el siguiente insulto en sábado, la vez que no quise que la tierra me tragara y en cambio respondí a la manada macha con un “hueco no, huequíssssimo”. Mi orgullo es memoria cuando repaso el miedo de mi madre las veces que lo supo de a poco, cuando sintió a lo que me enfrentaría, yo estaba muy ocupado siendo emo, no dimensionando nada. Mi orgullo pierde eso norteado cuando en las noches lloro pensando en mi hermano menor saliendo del ropero conmigo, confesándome que a él también mis tíos le habían ofrecido electrochoques, que si conmigo no lo habían logrado, quizá él aún tenía esperanzas de salvarse.
Pienso en tanta violencia exorcizada desde la santa alegría, afortudamente las locuras malas nunca permearon mi cabeza, nunca me supe anómalo, nunca tristié mi destino, siempre he puesto el culo con alegría y es la alegría la buena estrella a la que llamo orgullo, hace años encontré una trinchera: Siempre tan contentas, chuleando los esfuerzos de mis amigas y de toda huequitud en su transitar mariposo.
¿Nos salvará el estado? ¿Nos dará derechos un paso de cebra? ¿Un desfile cambiará nuestros agrios sentires del amor? seguramente no, pero es cierto que mi mundo se construye desde el orgullo de saberme acompañado cuando hago todo esto, total, siempre podremos reír de lo que suceda.
Quizá escuchar Chiquitita de ABBA con mis amigas y gritar con ellas le haga recordar a este niño de 8 años que esperaba en La Voz de San Rafael esa canción en el programa radial del recuerdo, y al escuchar el estribillo final de esa canción tan hermosa, no lo entendía del todo, pero pensaba que siendo la única mariquita en el mundo, las estrellas, sus ancestras elegidas, brillarían por él allá en lo alto.
Mi orgullo lo peina la memoria, alucina con sus risas (son carcajadas feroces), mi orgullo tiene claro dónde está el norte y lo que nos han hecho en este sur y también vé RuPaul porque al acabar el programa aparecen sus ancestras, señalan con sus bellas uñas lo que les han hecho y las llevamos como un cálido splash para recordar el particular lugar donde nos parieron y los lugares donde debemos seguir preguntando qué hicieron con ellas.
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*Los párrafos destacados en este texto son extractos del ensayo “Loco afán” del cronista marica chileno Pedro Lemebel, el texto escrito por el autor es un ensayo que pretende responder en nuestro tiempo y lugar a las principales interrogantes de “Loco afán”
Puede leer el ensayo por Pedro Lemebel, aquí:
Loco afán (usp.br)
[1] Virginia Wolff “Una Habitación Propia”
[2] Radar gay o “ojo de loca no se equivoca” por Manuel Tzoc Bucub
[3] Julia Rojas: Tecpán ¿? – San Rafael pie de la Cuesta 2005: Fue la primera mujer abiertamente trans en el municipio, su vida y recorrer siginificaron el despertar disidente de muchas personas diversas en el lugar que habitó, murió víctima de la transfobia e estigma que aún en 2005 imperaba en la sociedad sanrafelense.
[4] Manifiesto: Hablo por mi diferencia – Pedro Lemebel
[5] Persecución del pecado nefando durante la inquisición colonial en Panamá y otros territorios centroamericanos
[6] Los disturbios de Stonewall consistieron en una serie de manifestaciones espontáneas y violentas contra una redada policial que tuvo lugar en la madrugada del 28 de junio de 1969, en el bar conocido como Stonewall Inn del barrio neoyorquino de Greenwich Village. Frecuentemente se citan estos disturbios como la primera ocasión, en la historia de Estados Unidos, en la que la comunidad LGBT luchó contra un sistema que perseguía a los homosexuales,
[7] Sobre la historia de une amigue
[8] Sobre la historia de un amigo
[9] Power bottom o Marica: nosotras también somos historia – Niebla púrpura
[10] “Álbum huecos” hallado en el archivo histórico de la PN sistematiza la persecución planificada de las disidencias sexuales en Ciudad De Guatemala de los años 70 a 90, la mayoría de las detenciones tienen claras conexiones con crímenes de odio.
[11] Texto de cierre del proyecto Cuirpoéticas
[12] Noah, a pesar de los obstáculos, fue a votar – Quorum
[13] “Lo personal es político” Kate Millet