Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Edgar Gutiérrez

Una encuesta no tiene el poder de cambiar el paisaje electoral, pero sí de desvelarlo, sobre todo si el resto de mediciones que circulan profusamente en las redes sociales carecen de (o no muestran) respaldo técnico ni son firmas con trayectoria. Por eso la encuesta de Prensa Libre publicada el 2 de mayo -a menos de dos meses de que los guatemaltecos acudan a las urnas en un contexto de medios bajo acoso- alborotó el cotarro del mundillo político.

Se sospechaba que Carlos Pineda, el finquero de Izabal que irrumpió de manera no convencional en las elecciones, había ingresado al primer pelotón de candidatos. Pero no que lo encabezaba capturando casi una cuarta parte de los votantes, de los cuales solo un poco más de la mitad lo identifica. O sea, tiene margen de crecimiento.

Por otro lado, había indicios de que Zury Ríos se estancó en los últimos meses, incluso que descendía en la intención del voto. Pero no que hubiese caído hasta el cuarto sitio sin siquiera rascar los dos dígitos, indispensables para pelear una segunda vuelta en septiembre. Su margen para crecer es estrecho si se considera que tiene un elevado nivel de conocimiento.

Aunque en el imaginario Ríos era la aspirante a abatir en el balotage, el orden de las preferencias -captadas presencialmente en los 22 departamentos en la tercera semana de abril- se alteró radicalmente. Si Pineda aparecía en el promedio de los sondeos con un tímido 9 por ciento en el cuarto lugar, y Ríos permanecía en la cima con más del 20 por ciento, ahora es al revés.

¿Por qué la volatilidad de las preferencias electorales? ¿Qué significados encierra esta deriva en el futuro político?

La caída de Ríos tiene varias explicaciones. Una es su ambigüedad sobre la corrupción e impunidad que sofoca a la gente. Se oye paradójico, pero se vota para rechazar no para elegir. A eso se suma el mal manejo de imagen: siempre elegantemente fría y distante, en escenarios demasiado estilizados. Su eslogan “el pueblo manda” no calza con la proyección autoritaria de quien parece ver al vulgo por encima del hombro.

Tras el oficialista Vamos y la UNE, el partido Valor posee la tercera tracción de tierra, que ya no es suficiente para ganar elecciones; tampoco la cobertura del monopolio de la TV abierta. Ríos además subestimó el rechazo urbano a Jimmy Morales y sus ministros icónicos en la expulsión de la CICIG y la humillación migratoria escenificada ante Trump, y los convirtió en fuertes apuestas para el Congreso. La alianza con el Unionismo no disimuló ese hoyo, si se tiene en cuenta que los herederos de Arzú están perdiendo el embrujo sobre los capitalinos. Por si fuera poco sus equipos de campaña -que no salen de la negación de la encuesta de Prensa– están divididos.

Pineda ha caminado en el sentido contrario: se declaró anti-establishment y sus formas de comunicación son directas y parecen espontáneas. Su herramienta de campaña -los Tik Tok, donde alcanza un millón de seguidores, y quien le sigue apenas ronda los 40 mil- no oculta las costuras caseras. Sus propuestas recogen indistintamente banderas de la izquierda y la derecha tradicionales. Hasta ahora no le hacen mella la nebulosa sobre los orígenes de la fortuna familiar, los candidatos a diputados de su partido, haber perdido la visa americana, ni su mecha corta temperamental.

Los otros dos candidatos del primer pelotón siguen vivos. Pareciera que Sandra Torres tiene bajo margen de crecimiento, pero con la intención de voto actual pasaría a segunda vuelta. Edmond Mulet cobija chance de crecer si da un giro discursivo con resonancia en las redes, pues la implantación territorial del partido Cabal le da menos tracción que a Ríos. El hándicap de Torres ha sido el votante urbano, un ecosistema en expansión en el que Mulet se mueve con mayor comodidad. El arma en ese campo de disputa es las redes sociales.

La atención pública está centrada en el poder de los presidenciables del primer pelotón y no en sus condicionamientos. Es un hecho que casi todos los candidatos a diputados corren con su propio pan bajo el brazo, lo que puede significar un piso de autonomía o que son satélites del círculo de Giammattei u otros grupos fácticos. Por donde se vea, estas elecciones están confeccionadas para consolidar el Estado mafioso. La incógnita es si prevalecerá la pax corporativa criminal o por fin se impondrá un caudillo.

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