Por Héctor Silva Ávalos
Carlos Pineda, el candidato de Prosperidad Ciudadana, empieza a dar de qué hablar. Dueño de cultivos de palma aceitera en Izabal, este terrateniente de ideología conservadora no tiene demasiada historia electoral, pero los inicios formales de su prontuario político pueden rastrearse hasta una alianza con el partido que fundaron los hijos de Manuel Baldizón, el operador político y excandidato presidencial condenado por lavado de dinero en Estados Unidos. Hoy, dicen algunos analistas en Guatemala, Pineda parece encaminarse a protagonizar una obra que ya se ha visto en el país, la del “desconocido” que irrumpe en el mapa electoral para colarse en segunda vuelta y, entonces, aprovecharse del antivoto de Sandra Torres o de Zury Ríos para terminar convertido en presidente del país.
La clave, aquí, es la definición muy particular que la narrativa política tradicional guatemalteca está haciendo del “outsider”. Ya en el pasado la etiqueta le fue colocada a Álvaro Colom, quien en realidad tenía tras de sí el apoyo de una estructura partidaria fuerte; a Jorge Serrano Elías, quien terminó convertido en golpista en 1993; y, hace menos tiempo. a Jimmy Morales.
Pineda tiene un pasado político tenue, sí. No es, ni de cerca, Sandra Torres o Zury Ríos, quienes llevan construyendo su persona política y sus alianzas por casi dos décadas ya. Y, a falta de pedigrí, se puede suponer que tampoco cuenta con una estructura territorial tradicional. Según él mismo ha explicado a varios periodistas, su candidatura está asentada sobre bases del partido Cambio, en el que compartió con Baldizón y sus hijos, y, en el caso de Prosperidad Ciudadana, en las bases que había empezado a montar Antonio Malouf, el exministro de Economía de Alejandro Giammattei, quien, entre otras cosas, cuenta en su hoja de vida con la dudosa referencia de haber servido de nexo entre este gobierno y los kazajos y rusos de TelfAg, dueños de la minera Mayaniquel y supuestos gestores del soborno entregado en una alfombra.
Reveladora es también la cercanía que Pineda tuvo en 2019 con el UCN de Mario Estrada, quien lo consideró como su eventual vicepresidenciable, según una publicación de ConCriterio. Estrada fue detenido a pocos meses de las presidenciales de aquel año, en abril; Estados Unidos lo acusó de ser narcotraficante y de recibir dinero del Cartel de Sinaloa para financiar su campaña.
Son estas alianzas con viejas fuerzas y operadores políticos las que permiten dudar del mote de “outsider”. En el caso de Guatemala, en realidad, colgar la etiqueta a alguien que no tiene una historia visible en los partidos tradicionales no es difícil: en cada elección compiten docenas de agrupaciones políticas que surgen de escisiones y despojos de partidos que van quedando descartados o debilitados. Si se atiende a la historia política y electoral reciente, o incluso al alcance y durabilidad de su base de votantes y afiliados, puede decirse que UNE, Valor-Unionista y el MLP conforman la triada de partidos políticos con más cuerpo. Lo que Pineda y sus asesores han hecho, en realidad, es recoger el argumento populista para venderse en Guatemala como los no-tradicionales, como lo hizo Jimmy Morales en 2015.
Morales era, si se atiende a la idea de no pertenencia al sistema tradicional de partidos políticos, un “outsider”. ¿Y qué? Para todos los efectos prácitos, y vista en retrospectiva su presidencia, el poder de Morales se asentó en eso que hoy en Guatemala se conoce como el pacto de corruptos, el cual, como lo han definido analistas nacionales y extranjeros, no es otra cosa que la reunión de operadores políticos y del sector privado en una red criminal que estuvo a punto de ser desarticulada por la justicia mientras la CICIG estuvo en Guatemala. Fue durante la presidencia del excomediante que esa red criminal dio un golpe en la mesa, echó a la comisión y emprendió la reconquista de lo público. La presidencia de Morales, si bien operada desde un partido político menos tradicional, se basó en un axioma fundamental de las élites guatemaltecas: el control absoluto del Estado.
No hay nada en el breve historial político de Pineda, ni en el más amplio recorrido de esos con quienes se ha aliado hasta ahora, que permita creer que, si llega a la presidencia, este candidato emprenderá un camino diferente al que inició Morales. Está claro que Carlos Pineda no se embarcará en una reforma para enderezar la ruta torcida del sistema judicial, la persecución a opositores políticos, operadores de justicia y a periodistas, o que buscará caminos para saldar las deudas del país con la impunidad.
Por ahora, el mote de “outsider”, un par de intercambios públicos con periodistas y su presencia en redes sociales le han valido a Pineda para, según algunas encuestas, subir bastante en la preferencia electoral y posicionarse a la cabeza del pelotón, desplazando incluso a Zury Ríos, la otrora favorita, y colarse en las cábalas alrededor de una segunda vuelta con Sandra Torres. Falta analizar con más cuidado esos sondeos y las muestras en los que se basan, pero está claro que es tiempo de empezar a ver con mucho detenimiento a quienes están alrededor de Carlos Pineda y explorar qué fuerzas le acompañarán en un eventual gobierno.
Lo cierto es que, al inicio de esta semana, luego de que Prensa Libre publicó, el 2 de mayo, una encuesta que pone a Pineda a la cabeza de las preferencias electorales, partidos de oposición y algunos académicos han dicho que en el alza de este candidato tiene mucho con su presencia en redes sociales y con la misma percepción de “crecimiento” que generan estos sondeos.
La etiqueta de “outsider” ya ha servido a otros políticos centroamericanos para separarse, en el discurso, de las viejas redes políticas y de poder que, en realidad, son las que los hicieron candidatos y los terminaron llevando a la presidencia. El caso más cercano al guatemalteco es el de Nayib Bukele en El Salvador. Los propagandistas del salvadoreño explotaron desde el principio el mote de “nuevo rostro”, “independiente”, “alejado de la política tradicional” y varios etcéteras. Como Pineda, Bukele hizo de las redes sociales y la comunicación digital su campo de operaciones. Y, como el guatemalteco, Bukele se construyó como candidato con apoyos financieros y políticos de fuerzas tradicionales, algunas con pasados muy oscuros. Así como Estrada y Baldizón saltan a la vista al hurgar en la hemeroteca en el caso de Pineda, en el de Bukele aparecen operadores como José Luis Merino, un dirigente de izquierda investigado por lavado de dinero, y el de Herbert Saca, operador de la derecha tradicional vinculado al narco en El Salvador.
Se nota a estas alturas que Zury Ríos y Sandra Torres también han invertido energía y recursos en sus redes sociales y en afinar algunos de sus mensajes más conocidos. Desde el punto de vista ideológico, es quizá Ríos la más definida; la suya es una agenda de ultraderecha que, sin empachos, vuelve a temas como la pena de muerte y la mano dura en seguridad pública. Torres, en medio del cambio de look que parecen haberle mandado sus asesores, también ha rescatado, con menos firmeza, algunos de los puntos de su agenda social. Pineda, en realidad, apenas ha hablado de su plataforma; parece que su apuesta es que el mote de “outsider” le baste para colarse en segunda vuelta y desde ahí dar el salto a la casa presidencial, como lo hizo antes Jimmy Morales.
No hay duda de que Pineda ha adquirido visibilidad y de que la narrativa de “nuevo favorito” toma fuerza en algunos sectores, pero también es cierto que la luz pública empieza a sacar los colores reales de este terrateniente: cuando algún periodista lo ha cuestionado, Carlos Pineda responde con rabia, con intolerancia, igual que lo ha hecho Alejandro Giammattei en lo que lleva de presidencia.