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El idioma de Messi

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Dante Liano

Un antiguo estupor me hace reincidir en la lectura de textos que debería evitar. Muchas veces he refrenado el impulso de escribir una carta al director de algún periódico, por varias razones. La primera es que las cartas de los lectores son tratadas con arrogancia, como si los niños de la escuela primaria se quejaran de la merienda de la tarde. Los roles no cambian: el periodista está en la cátedra; el lector, en esa niebla confusa de la masa anónima, aunque firme su balbuciente cartita. La segunda es que da material polémico a quien tiene el sartén por el mango y puede responder agresivo, sarcástico, irónico o displicente. La tercera es que las cartas al director de los periódicos son sustancialmente inútiles: espacio para rellenar y para fingir que los diarios escuchan a sus lectores: lo que entra por un oído sale por el otro.

Uno de esos textos evitables, que trata de realizar un análisis psicológico del jugador argentino Lionel Messi, ha sido publicado por un importante periódico italiano. Me limito al inicio porque, no siendo experto en psicoanálisis a distancia, sería atrevido discutir la mente de una persona que no he visto en mi vida. El texto me interesa porque es de tema lingüístico y porque toca un punto que me ha tocado combatir siempre. Dice:

Cualquiera que haya conversado con Messi sabe que no habla español, sino argentino, o más bien rosarino. Su adjetivo favorito es «espectacular», que pronuncia “petacular”, consumiendo tres letras. En lugar de ‘trabajar’ dice ‘laburar’. Cuando le preguntan por su hijo mayor, Thiago, responde todo orgulloso: «Le gusta el fúlbo», que significa «le gusta el fútbol», pero no en castellano, sino en un dialecto sudamericano.

Parafraseando a Cervantes: “Con la ignorancia hemos topado, Sancho”. Ignorancia difundida incluso a niveles “cultos”, porque hasta hace poco las editoriales italianas escribían, en la traducción de autores argentinos, que el texto había sido “traducido del argentino”, como si existiera ese fantasma. La originalidad de nuestro periodista está en que inventa el “dialecto sudamericano”, una contradicción perteneciente a la literatura fantástica. En efecto, si la premisa para hablar de un “dialecto” es que se trata de la variante de una lengua, entonces tendría que existir, en Sudamérica, un dialecto para cada país: el colombiano, el venezolano, el peruano, etc. etc. Entonces, Messi no podría hablar en “sudamericano”, simplemente porque esa abstracción no existe.

(Recuerdo, de mi ya lejana infancia, que los de Chimaltenango nos burlábamos de los primos de San Andrés Itzapa, pueblo a cuatro kilómetros de la cabecera departamental. Los itzapecos alargaban las vocales, perezosos, al hablar, y decían “Bueeeenos díaaaas, Tía Tereeeeeesa”. ¿Será que existe el dialecto “itzapeco” y solo ahora lo descubro?). Otra perla de nuestro periodista, analizador de las profundidades del alma y del lenguaje, es que escarba en el error, y señala que los argentinos llaman “Lío” a Messi, en lugar de “Leo”. Basta ir al sitio del Barcelona Fútbol Club para enterarse de que el futbolista se llama “Lionel” y que “Lio” es el natural apócope de su nombre propio, así como “San” lo es de “Santo”. Bastaría saber un celemín de idioma español.

Volvamos a la afirmación de que nuestro héroe habla “argentino” o, más bien, “rosarino”. Verdad es que la lengua española asemeja al río Amazonas, un inmenso caudal con muchos afluentes y muchas bifurcaciones. Al principio fue la lengua del Reino de Castilla, el de la Reina Isabel, que casó con Fernando, el aragonés. Ese idioma de la tierra de los castillos erigidos por señores feudales católicos y guerreros, que hablaban con palabras recias y escuetas, se expandió no solo por América y sus inmensas distancias, sino también por Europa y sus interminables guerras tribales (que continúan todavía hoy). Con ello, se llamó “español”, porque se convirtió en el idioma de un imperio nacido en España, y, moneda de cambio para la comunicación en todo el mundo, se enriqueció y cambió en sus viajes incansables. Al mismo tiempo, conservó rasgos propios de cada región: no se habla de la misma manera en Galicia, en Asturias o en Andalucía. Mas no por eso deja de ser “español”. De igual manera, no se habla igual en México o en Colombia o en Argentina, mas no por eso deja de ser español. Los habitantes de Buenos Aires tienen un acento; los rosarinos, otro, muy marcado, pero hablan el mismo idioma. Pasa lo mismo con los habitantes de Milán y Roma, cuando hablan italiano.

Los ejemplos referidos por el periodista pertenecen a la lingüística ingenua, esa que sirve a los baturros para burlarse de los vecinos porque hablan diferente.  Nos informa que Messi pronuncia “pectacular” en lugar de “espectacular”; que dice “laburar”, en vez de “trabajar”; y que pronuncia “fúlbo” cuando quiere decir “fútbol”. ¿Es mucha arrogancia explicar al culto y al profano que cada uno de nosotros tiene una manera muy suya de pronunciar el idioma? ¿Y que de la pronunciación de un solo individuo no puede sacarse una regla general? Cada uno de esos ejemplos tiene su explicación, en lengua española, pero oso proponer la más simple: el mal oído de nuestro periodista. Sería más creíble si hubiera escrito que Messi dice: ‘ehpettacular”, o “fúbbo”, rasgos fonéticos que se encuentran a lo largo y ancho del mundo hispánico. Pero sería mucho pedir para un texto escrito con el alimenticio propósito de rellenar un espacio dominical.

Como ocurre muchas veces, quizá la explicación no esté en el texto, tal y como aparece en el periódico, sino en aquello que el texto esconde. Probemos a darle vuelta a la tortilla: ¿qué pasaría si un periodista “sudamericano” dijera que Umberto Eco hablaba en “boloñés”, Pierpaolo Pasolini hablaba en “friulano”, Alberto Moravia en “romano” cuando creían hablar italiano? Imagino que nadie soñaría proferir tan audaz aseveración. En cambio, soltar una serie de afirmaciones destrampadas sobre el modo de hablar de los “sudamericanos”, concentrándose en un “balbuciente” Lionel Messi, ¿no devuelve a los americanos a la condición colonial de niños, a la justificación ideológica que permitió su sometimiento, esto es, a la afirmación de que allí no había cultura, que eran tabula rasa, mentes en blanco donde el Occidente podía escribir los fundamentos de la civilización? Quizá, Sancho, no hemos topado con la ignorancia, sino con algo peor.

Publicado originalmente en Dante Liano blog

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