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Créditos: Cortesía.
Tiempo de lectura: 10 minutos

 Por: Guillermo Paz Cárcamo[1]

Cuando muere Turcios, el Patojo estaba con Chano y Rigo (Stowlinsky) en Vietnam, en un curso de Estado Mayor. La noticia les fue trasmitida junto a la disposición de regresar de inmediato al país, dado que Rigo, era oficialmente el segundo al mando de Turcios.

Así como entraron a Vietnam, salieron en un vuelo nocturno, rasante a la topografía del terreno, como a tientas, subiendo y bajando las montañas que separan Hanoi de la frontera con China. El conocimiento de los pilotos, su experiencia, hacía que pareciera podían hacer aquel recorrido de algunas horas con los ojos cerrados, o como que el avión se conociera la ruta de memoria y la hiciera en automático. Simplemente increíble la pericia de los pilotos, evadiendo así las posibilidades de un ataque aéreo del la aviación yanky.

Sólo el zumbido de los motores los acompañaba, ninguno hablaba, ni los oficiales y otras personas que viajaban en el mismo vuelo, hablaban. A veces, se oía un susurro comentando una bajada casi en picada o brusca subida, al sortear un obstáculo..

La noticia de la muerte de Turcios impactó, pues en ese momento no se dieron explicaciones de cómo había sido el suceso de su deceso. Eso unido a la salida inmediata, dejando interrumpidos los estudios, creo una situación de gran expectación ante la responsabilidad que, al menos implícitamente, se suponía caería sobre los hombros de Rigo y de corrida sobre Chano y el Patojo.

Entre el silencio y el zumbido, el Patojo rememoró la última vez que estuvo con Turcios.

Sucedió cuando regresaba de la Tricontinental en febrero del 65. El Patojo había alquilado un carro en el cual se recogería a Turcios en un intercambio que se haría en el viaducto de la ciudad de México. A eso de la 7.pm. cuando la oscuridad cubría la vía, el Patojo, que llevaba el carro a gran velocidad para despegarse de los carros que lo coleaban, apagó las luces y pocos metros antes de la entrada de una lateral, bruscamente, giró y derrapando entró en lateral. Frenó intempestivamente a escasos 50 mts detrás de otro carro que también se había estacionado velozmente. En un abrir y cerrar de ojos, se abrieron las portezuelas de atrás del lado derecho y del carro estacionado bajó un mujer alta, rubia, con bolsa y un sobretodo bajo la que ocultaba una subametralladora. Del carro del Patojo se bajó instantáneamente Pico, se cruzó con la rubia, se tocaron apenas las manos. Fueron dos, tres segundos lo que duró la operación de cambio de personas.

turcios-viaducto

Pico y la Rubia se zambulleron en los carros y todavía con las puertas traseras sin cerrar, arrancaron ambos carros de nuevo a gran velocidad, metiéndose de nuevo al viaducto para  desvanecerse entre la masa de carros que circulaba a esa hora.

Entrando al carro, mientras les daba palmadas desde atrás, le decían:

– Bienvenido, ya hace falta su presencia.

 La Rubia comenzó a quitarse la peluca, la blusa, los zapatos de tacón alto, medias, falda… entonces le dice Libo, encargado de las FAR en México, que iba en el asiento delantero derecho:

– Comandante, no se vaya a empelotar porque nos pueden detener por actos reñidos con la moral pública…

Se rieron a más no poder por lo inverosímil del momento.

– Lo que más me costó en el viaje  -dijo Turcios- fue caminar con estos malditos tacones en los cambios de avión y entrar a los baños de mujeres…

El Patojo se sonrió en solitario viviendo de nuevo aquel episodio, mientras el avión subía y bajaba en la penumbra montañosa del norte de Vietnam.

Patente se le hizo al Patojo la salida del D.F hacia la carretera de Puebla y luego enfilar a la que conduce a Oaxaca, donde luego de horas de viaje, hicieron una parada técnica para comer algo caliente y llenar el tanque de gasolina.

Turcios iba extenuado y fatigado, pues según contó, además de las jornadas en la Tricontinental, que le dejaban poco espacio para descansar, en el viaje de retorno, tuvo múltiples reuniones con compañeros en distintos países. A esas actividades se sumó el largo viaje en avión donde tenía que venir alertado porque sabía que cualquier descuido podía poner en alerta al enemigo, que sabía que tenía que regresar a Guatemala por alguna vía. Total llevaba ya casi cuatro días sin dormir.

Por la tensión que todavía llevaba encima, las primeras horas del viaje no lo dejaba dormir. Preguntaba cómo estaba la situación en la montaña, en la ciudad, la resistencia, los regionales y sobre todo el asunto de las elecciones presidenciales y la posición del Comité Central del PGT. Comentó asímismo, sobre su participación en la Asamblea de la Tricontinental, donde pronunció un discurso sobre la situación en el país. Se reía porque como no tenía experiencia en esas situaciones, les comentó que cuando subió al estrado se puso nervioso al ver que la audiencia de pie le aplaudía, de manera que cuando comenzó a leer el discurso lo hizo atropelladamente, velozmente, como queriendo salir del apuro rápidamente, pero cuando iba a la mitad, se dio cuenta del traspié pausando la lectura.

Luego contó su intervención en la subcomisión de Asuntos Candentes, donde señaló los logros que había tenido la lucha armada, las FAR en los últimos años. También relató con emoción su amistad con los compañeros vietnamitas, de los cuales guardaba con mucho aprecio, el regalo de un par de chancletas de hule, como las que usaban los combatientes en el sur. También, les mostró la pistola Makarov, de ráfaga, que le había regalado Fidel.

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Fuente: personajesgt.blogspot.com

Ensimismado en los recuerdos de Luis, el Patojo recordó la vez que iban en carro subiendo por la octava calle y al llegar al Portal del Comercio, Luis le pidió que parara. El Patojo parqueó más o menos a la mitad de la cuadra; se bajaron, se cubrieron en un par de columnas del Portal por aquellos de los asigunes. Luis estático, mirando hacia el Palacio un par de minutos, dice.

 – Cuando triunfemos y miremos desde ese balcón del Palacio, al pueblo liberado reunido en esta plaza, entonces, saludaré y me iré para la casa, tranquilo, sabiendo que he cumplido con mi deber de militar revolucionario.

Volvió a guardar silencio y de los grandes ojos verdes brotó un velo traslúcido de lágrimas que no llegaron a ser. El Patojo en esos momentos, imaginó la famosa foto de la Revolución Mexicana donde Zapata y Pancho Villa entran triunfantes a la Ciudad de México, se sientan en la silla presidencial y luego cada quién se va para su rancho. Pensó:

– Muy romántico, pero un error que condujo a que la Revolución se truncara y ellos fueran asesinados años después.

No dijo nada. Pasado un largo silencio contemplativo, se montaron de nuevo al carro, arrancaron, tomando rumbo hacia el sector del Parque de la Industria, donde tenían la casa de seguridad.

El avión dejó de subir y bajar, señal que habían entrado en territorio de China. En el silencio que todos guardaban, retomó las imágenes del viaje con Turcios a Guatemala.

Recordó.

Se le presentó la imagen que a los pocos kilómetros de pasar Oaxaca, cuando llevaban alrededor de seis horas de camino, el sueño venció a Luis que se había acomodado en el asiento trasero. Habían recorrido otros doscientos kilómetros cuando enfilaron las rectas interminables de la Ventosa, en el Istmo de Tehuantepec. Como no hacía viento en la gran recta de la Ventosa permitía subir la velocidad, así que el Patojo conducía a unos 110 km/hora calculando pasar los retenes ubicados antes de llegar a Tapachula, al filo de la mañana.

La carretera estaba solitaria, solo las luces altas del carro donde iban daban cierta claridad a la lejanía. Viajaban en silencio luego de casi ocho horas de conducir. Todo era apacible, el carro con gran estabilidad apenas dejaba percibir la velocidad a la que se desplazaban.

Era pasada la media noche, todo oscuro, sólo de vez en cuando se cruzaban con algún vehículo en sentido opuesto. No había el gran viento que sopla normalmente del Pacífico hacía el Caribe en este tramo de la carretera. La potencia de ese viento es tal que vuelca los camiones y tanto arbustos como árboles, tienen inclinadas sus ramas en la dirección que sopla el gran ventolero. Kilómetros y kilómetros con este paisaje monótono, donde solo las luces del carro se ven sobre el asfalto, es un tanto cansado.

Repentinamente, en la lontananza una res salió a la carretera, del mismo lado en que se desplazaban, caminando para atravesar la carretera. El Patojo, sin desacelerar calculó que al paso que iba la res le dejaría espacio para dejarla de lado. Sin embargo, un instante después de decidir donde esquivar la res, otra res salió detrás de la primera cubriendo el espacio por donde podía sortear a la primera. Entonces, en el siguiente instante aceleró y de desvió hacia su izquierda para tratar de ganarle el paso a la primera res.

La velocidad saltó a 120 y luego a 130 mientras se acercaban a la res que no paraba de caminar hacia el lado izquierdo. Llevando el carro a la pura orilla izquierda de la carretera, el siguiente instante, el Patojo logró meter unos centímetros del carro entre la res y el filo de la carretera, pero no fue suficiente. Otro instante, se sintió y oyó un golpazo que lanzó el carro derrapado, con un gran chillido de llantas, hacia el otro lado de la carretera.

El Patojo le dio un pequeño giro al volante para no salir volando fuera de la carretera y el carro volvió a girar hacia el otro lado, derrapado, sin control. Fue en ese giro que Luis aturdido del sueño y del golpazo con la res, y chillido de llantas, cogió al Patojo por los hombros gritándole que parara:

– ¡¡¡Pare,..pare,..Frene.. frene…!!!!

Gritaba, sin darse cuenta cabal de lo sucedido.

En la siguiente patinada, Luis salió impulsado contra el respaldar del asiento soltando al Patojo que trataba de mantener el control, sin meter el freno, para que el carro no se volcara.  Al quinto derrape el carro cayó en la cuneta del lado derecho, donde se detuvo.

En los patinajes, el Patojo miraba que aparecían y desparecían luces en el horizonte de la carretera. Eran las luces de un camión que venía en sentido contrario las que aparecían y desaparecían en cada giro violento que daba el carro sobre el asfalto. Al encunetarse, el Patojo se quedó estático, prendido del timón, sin pensar en nada, puro instinto, mientras Luis y Libo se bajaban apresuradamente.

Casi al unísono los del camión pararon, se bajaron y preguntaron si estaban bien.

– De milagro están contando el cuento… vimos cuando chocaron con la vaca, vimos cuando el carro dio los giros y dijimos: estos se mataron.. pero de puro milagro no se volcó.. ¡¡Qué tortazo y suerte, güey !!

 La res, que efectivamente era una gran vaca, quedó tendida en medio de la carretera con la cara deshecha, los cuernos arrancados, las patas descuajaringadas, todo el costado como desollado y la panza reventada.

Los del camión sacaron una cadena que amarraron al bumper de atrás, halaron y sin dificultad salió el carro de la cuneta. Al revisar, se dieron cuenta que la llanta delantera del lado derecho topaba con la lodera, de manera que entre todos le dieron un jalón despegándola un par de centímetros, suficientes para que la rueda girara sin dificultad.

Ahí vieron que todo el lado derecho estaba hundido, desde el guardafango delantero hasta el de atrás. La vaca al impacto, pegó con toda su corporalidad contra el costado del carro, o bien el carro al chocar y derrapar golpeo a la vaca a lo largo de todo el cuerpo. La cuestión es que el carro en toda la abolladura tenía pegados vastos girones del cuero del animal. Eso indicaba que el impacto a más de 130 km/h había dejado su huella en la carrocería y en el despanzurramiento de la vaca.

Recordó que todavía estaba oscuro cuando siguieron el camino rumbo a Tapachula, más o menos a la misma velocidad, porque se trataba de llegar en la madrugada para evitar lo más posible alguna parada en los retenes de migración. No obstante, cuando estaban pasando por un pueblo llamado Pijijiapan, los pararon. Libo explicó que eran turistas, enseñando los papeles de alquiler del carro, y que habían chocado con una vaca, por eso el carro iba en ese estado les comentó y que lo dejarían en Tapachula para que la agencia lo recogiera. Los policías al ver el estado del carro, con todo el pellejo de la vaca pegado al costado dieron el pase diciendo:

– ¡Qué suerte tuvieron!

Finalmente, llegaron sin novedad a Tapachula donde los esperaba El Barco, hermano de Libo que era el responsable del regional de occidente y del paso de la frontera. Alrededor de las nueve de la noche, llegaron al Suchiate. Ahí se despidieron Libo y el Patojo de Turcios.

Entonces Turcios le dice al Patojo:

– Lo felicito por su pericia. Si no, seguramente estuviéramos muertos, porque a esa velocidad si volcamos puro tipache hubiéramos quedado…pero lo que le quiero decir es otra cosa: los vietnamitas me otorgaron tres becas para ir a estudiar a Vietnam un curso de estado mayor, serán los primeros que irán a estudiar esa gloriosa experiencia del mejor ejército del mundo y lo designo a usted, para que sea uno de esos tres. El otro es Chano que usted lo esperará para que viajen juntos y el otro es Stolinsky. Así, que prepárese porque dentro de un mes ustedes tienen que estar en Hanoi… Así que buena suerte… aprendan todo lo que puedan, estudien duro, trabajen mucho, que los estaremos esperando.

Abrazó a Libo y luego al Patojo; empezó a quitarse la ropa para atravesar el rio; se metió al agua junto con El Barco y desde el centro del río se volteo, batió la mano diciéndoles adiós y poco a poco se fue desvaneciendo en la oscurana de la otra orilla.

A Nueve meses de aquella despedida, Luis murió en un accidente de automóvil en la capital, suceso que los llevaba ahora intempestivamente de regreso.

Tenía apenas 24 años cuando fallece. Con 17 años había obtenido los galones de Subteniente del Ejército. Dos años después, cuando frisaba los 19 años, había emprendido el camino de cambiar el país con el movimiento 13 de noviembre y los 21 fue de los líderes fundadores de las FAR, en diciembre del 62..

El Patojo iba cavilando en esas paradojas de la vida mientras el avión ya volaba en territorio de China.

Suspiró profundamente como tratando de hipnotizar los vislumbres de la vida, vividos de nuevo en el pensamiento, cuando faltaban pocos minutos para aterrizar en el aeropuerto de Nankin.

[1] Fragmento  de un libro inédito de próxima publicación

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Fuente: lomejorde-guatemala.blogspot.com

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