Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Carlos Fredy Ochoa García*

A ocho años de distancia de las movilizaciones ciudadanas de 2015, que tuvieron su epicentro en las plazas urbanas, las movilizaciones que están teniendo lugar este octubre han desplazado este epicentro a otro escenario, a las carreteras del país, principalmente en los territorios indígenas. Esto no es casual, el levantamiento empezó en las carreteras de Totonicapán porque estas han sido allí el escenario de un enfrentamiento histórico del Estado con estos pueblos, recuérdese la masacre de Alaska perpetrada exactamente en octubre de hace once años.

De cara al 2015, la irrupción de los pueblos indígenas como actor político dio a la ciudadanía difusa de las plazas un liderazgo visible y una capacidad negociadora, bajo el liderazgo de sus propias autoridades tradicionales, además, ahora se cuenta con un programa político legitimado en las urnas bajo el liderazgo del presidente electo.  En el caso de los pueblos indígenas, este programa político anticorrupción se apropia con la convicción de que proviene de un buen gobierno y de la democracia, pero tal como ésta se vive en sus democracias comunitarias.

El levantamiento apareció en Totonicapán y de allí se extendió a los pueblos indígenas del sureste del país, lo que fue posible por dos claves poderosas. Por un lado, los pueblos indígenas reaccionaron a la credibilidad de las autoridades de los 48 Cantones de Totonicapán, del que comprenden perfectamente su funcionamiento. Y, por otro, porque esta movilización no se dio a partir de una masa amorfa, sino desde y con sus comunidades, es decir, los manifestantes se movilizan como grupos, como gigantescos grupos de comunitarios; es por tanto un levantamiento de comunidades.

Yakataj (levantamiento)

Hay que detenerse en esta idea de levantamiento, porque mientras en castellano, en una aparente riqueza léxica del idioma, hay por lo menos unos 20 términos que podrían usarse casi indistintamente para suplantar la idea de levantamiento, en el idioma  k’iche’, y en general en los idiomas mayas, solo hay un término central: Yakataj que efectivamente significa “levantamiento” o literalmente “no te quedes allí echado”.

Se trata de una concepción política donde el problema central es la toma de conciencia de una situación circundante totalmente negativa y de una pasividad ante esta realidad; en el término Yakataj, yak denota una condición del cuerpo, de hallarse tendido, tumbado, dormido, la cual debe negarse (taj) para poder liberarse, emanciparse, poniéndose de pie. Se trata de una toma de conciencia que demanda de una persona adueñarse de su situación, comprender la naturaleza de su sufrimiento, con el poder de la voluntad, y el alcance que puede tener un compromiso con la acción y la voluntad de cambio.

Se trae al centro de atención el término levantamiento porque éste se halla muy presente, y es con el que se refieren en Totonicapán a las movilizaciones que están teniendo lugar. El hecho de que en Totonicapán se hayan dado movilizaciones orgánicas comunitarias, con un discurso democrático propio, con liderazgo claro y capacidad negociadora, ha hecho eco en todo el país, aunque su posterior desarrollo ya no se trate solamente de una cuestión indígena.

La centralidad estratégica de Totonicapán

Situado en el corazón del occidente de Guatemala, San Miguel Totonicapán es la ciudad cabecera de uno de los departamentos más pequeños del país, pero está estratégicamente ubicado en el centro de un nudo de comunicaciones cuya interrupción inmediatamente alcanza a la mitad del país, directamente a las ciudades de Quiché, Huehuetenango, Sololá, Quetzaltenango, inclusive San Marcos y la costa sur, es decir, todo el sureste del país hasta la frontera mexicana.

Esta centralidad de Totonicapán no es solo geográfica, también es cultural, social y política. San Miguel tiene múltiples lazos lingüísticos, étnicos, históricos y políticos que lo vinculan con todos los municipios y regiones con las que colinda. De hecho, el actual Totonicapán es lo que quedó después de una progresiva desmembración de su territorio, resultado del colonialismo, e impulsado por el Estado a lo largo del siglo XIX, sobre todo a raíz de dos sucesos: la caída del levantamiento de Atanasio Tzul en 1820, y la caída de los Estado de Los Altos en 1839, de cuya secesión se recuerda que Totonicapán fue parte activa y sede de su poder legislativo. Atanasio Tzul es también un símbolo general para el mundo indígena porque condujo el mayor levantamiento indígena que hubo en América Central contra el colonialismo en aquel no lejano 1820.

Los pueblos de la región también comparten con Totonicapán una misma tradición política comunitaria de poder y autoridad, las alcaldías comunitarias, las alcaldías indígenas, y los principales que han servido allí, comparten también todos sus símbolos e instituciones de autoridad, que son muy antiguos, es decir de raíces prehispánicas. Todo esto en común es lo que echa las bases de sus formas de solidaridad, de proceder a partir de movilizaciones comunitarias, y sobre todo, posicionándose ante la democracia desde una misma critica moral propia al Estado.

El liderazgo de los alcaldes

En San Miguel Totonicapán unas cuatro mil personas en su conjunto integran anualmente el cuerpo de autoridades de los 48 cantones, ellas se distribuyen en cuatro cuerpos de autoridad que operan, desde principio de los años noventa, bajo el modelo de juntas directivas, a quienes se les confía la coordinación municipal y responsabilidad sobre, i) la administración local de los bosques comunales, ii) del agua, iii) de la custodia de los bienes y orden público comunal; y no de último,  iv) las alcaldías comunales a las que se les confía entre otras, la administración de su justicia propia comunitaria. En la práctica, estas juntas directivas son independientes entre sí, pero tienden a actuar como equipos de iguales y operando bajo estrecha coordinación. De manera que, cuando en Totonicapán se refieren a los alcaldes de los 48 cantones están hablando de cientos de personas en servicio activo haciendo múltiples tareas, con independencia frente a las instituciones estatales.

Muy importante, el símbolo tal vez el más más distintivo de estas autoridades comunales, y que es hoy símbolo de las movilizaciones comunitarias, es el bastón de autoridad o la vara de mando que portan. Esta vara es, por una parte, el símbolo de la lucha autonómica de los cantones, pero más concretamente, es el símbolo de una movilización muy organizada, ordenada, obediencial, que tiene su raíz al decidirse o acordarse en asambleas comunitarias, por lo que los alcaldes no tienen más remedio que ponerse al frente. Esto es lo que le aporta a la crisis en curso un liderazgo, significado y una fuerza arrolladora a los pueblos indígenas.

Una crítica al Estado desde una moral política con bases comunitarias

Se debe aceptar que la convicción democrática de las comunidades cantonales de Totonicapán, y de las comunidades indígenas en general, proviene de sus democracias comunitarias. Se trata de una convicción democrática asentada sobre dos pilares.

Por un lado, el desempeño de sus propios cuerpos de autoridad comunal, donde los cargos se sirven sin remuneración las 24 horas del día, los 365 días del año y la responsabilidad se cumple ante la comunidad que los elige. No es tarea fácil mandar con un poder delegado, es un servicio que localmente se conoce comúnmente como k’axkol (sufrimiento), es un poder obediencial, la consigna es cumplir con lo que sus comunidades disponen o acuerdan.

Por otro lado, porque la vida en los cantones depende, para sus asuntos públicos, de un diálogo público comunitario continuo en la comunidad, producido en las llamadas asambleas comunales, tan frecuentes como quincenales en ciertas coyunturas. Este énfasis indígena en el diálogo y su corolario los acuerdos de comunidad, que hace de sus tradiciones de deliberación el mecanismo para administrar sus asuntos públicos y resolver sus conflictos, estructuran el compromiso de las autoridades indígenas y son la base de la voluntad que mueve su acción.

Esta misma experiencia comunitaria de dialogo y transparencia, de compromiso y servicio, es sin duda su más rico recurso y su mejor contribución a la esperanza democrática con la que quieren ver regenerarse el Estado. De allí la fuerza de su crítica radical a la corrupción, y de su crítica a la forma en que se han normalizado la impunidad o el retorcimiento de la ley, la normalidad con que se ven la ineficiencia del Estado y la forma clientelar “normal” de la política guatemalteca, todos estos males agravados desde el 2015.

Totonicapán y la crisis general del Estado

El levantamiento en curso, iniciado por las comunidades indígenas, es la más significativa movilización ciudadana desde 1944, mayor a la de 1962 o 1978, y ciertamente más certera que las del pasado 2015. Opera casi con infinito número de movilizaciones locales, y en respuesta a ellas se iniciaron las manifestaciones urbanas, indispensables pero sumadas con retraso y contundentemente, sobre todo en la capital.

Los 48 Cantones solo son un referente simbólico de una dinámica mucho más compleja. Es compleja porque a la crisis actual tampoco se llegó por la actuación de únicamente uno o dos actores.

Como se ve, las salidas no dependen únicamente de la emergencia de un nuevo actor político legitimado en las urnas, como lo es el partido Semilla, y del liderazgo del presidente electo, quienes fueron arrastrados a una crisis y a la necesidad de un fuerte apoyo para desbloquear la transición política, asegurar su acceso efectivo el poder el próximo enero, y asegurarse una estabilidad política a largo plazo.

Independientemente del desenlace de la crisis en curso, el futuro del nuevo régimen pasa a depender, en asuntos desde el desbloqueo de la transición hasta su estabilidad futura, de un actor como son los pueblos indígenas, apenas emergente en la escena nacional electoral. Tomando en cuente que el programa político del nuevo gobierno aún debe negociarse, y que el impulso de este mismo no puede empezar debilitado, todo esto traza un panorama nuevo y el mismo tiempo incierto. Por lo menos así se presentaban las condiciones hasta antes de las movilizaciones de octubre, mismas que han de cambiar radicalmente.

Los pueblos indígenas guiarán el nuevo ciclo de luchas por venir, se presentan como la reserva moral que rescata, alimenta y acelera la esperanza, al mismo tiempo, hoy son el factor más estable que hará viable una salida a la crisis, con sus resistencias, diálogos y luchas.

¿Cuánto puede durar un levantamiento? Bueno el récord lo siguen manteniendo Atanasio Tzul y Felipa Toc, cuyo levantamiento duro del 12 de julio al 3 de agosto, unos 23 días en aquel no lejano 1820.

* Internacionalista y antropólogo, investigador del Instituto de Investigaciones Políticas y Sociales de la Escuela de Ciencia Política de la USAC.

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