Créditos: Prensa Comunitaria
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Las izquierdas guatemaltecas necesitan actuar desde el reconocimiento de su interdependencia para aprovechar la ruptura democrática y lograr una verdadera transformación del país.

Por Nicholas Copeland

La tendencia a la división de la izquierda guatemalteca es tristemente famosa, pero eso nos hace olvidar que fuera del ámbito electoral se han potenciado una serie de relaciones interdependientes, que han logrado darle más poder al conjunto que cualquiera de ellos en solitario. Esta relación es más compleja que una articulación, entendida como alineamiento de pensamientos en una alianza por una meta común. Aunque no están articulados, los actores se han construido y se han potenciado en lo que Donna Haraway llamaría una interrelacionalidad simpoietica: que significa la producción mutua del mundo entre diversos aliados humanos y más que humanos. El mundo político no se puede entender simplemente como la suma de acciones de distintos grupos, pero las sinergias creadas, las consonancias y disonancias, de sus interacciones, sean intencionales y no-intencionales. En este momento histórico inesperado, con alto potencial de transformación de una sociedad que ha resistido el más mínimo cambio, es urgente actuar desde el reconocimiento de esta interrelacionalidad.

La interdependencia entre Semilla y las luchas populares

El Movimiento Semilla vino desde abajo en las encuestas tras la remoción ilegal de tres candidaturas, y sorprendió a la oligarquía al ser capaz de romper con el poder del pacto de corruptos. Ahora que crece como un movimiento popular con respaldo de diversos sectores de la sociedad, Semilla tiene una deuda histórica con el Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP). Nunca hubieran quedado en el segundo lugar si no fuera por la cancelación ilegal de la candidatura de Thelma Cabrera y Jordán Rodas. MLP ha llamado por al voto nulo en lugar de apoyar a Semilla, pero Semilla heredó la esperanza.

Cabrera y el MLP abrieron un espacio de dignidad dentro de la democracia electoral, expresando un repudio directo al gobierno. Se apoderaron de las elecciones como extensión del poder popular, algo que casi nunca había sucedido en Guatemala. Aunque el MLP rechace el Estado liberal criollo, lograron reclamar y así dignificar lo electoral, que es su mecanismo de legitimación y control social.

Por su lado, el MLP tiene una interdependencia con Semilla. Thelma Cabrera, como una mujer indígena de la izquierda revolucionaria, nunca hubiera recibido tantos votos en 2019 de la clase media urbana y ladina sino fuera por la criminalización y exclusión ilegal de la fiscal Thelma Aldana de la contienda, la entonces candidata de Semilla. La decisión del MLP de no apoyar a Semilla para la segunda vuelta es fiel a su ideología revolucionaria, pero irónica dada la interdependencia de los movimientos.

Además, Semilla tiene una interdependencia y deuda histórica con las demás organizaciones sociales y populares que mantuvieron una amplia gama de luchas de la izquierda desde los Acuerdos de Paz hasta ahora, abriendo a duras penas el espacio del que nació Semilla. Sino fuera por la labor incansable de las organizaciones sociales y populares, como la Asamblea Social y Popular (ASP), nunca se hubiera instalado y operado la CICIG; y fueron la CICIG y sus revelaciones las que desataron los movimientos capitalinos anticorrupción en 2015. Semilla como partido nace en un terreno político abierto por las luchas de las organizaciones, gobiernos indígenas, ONGs, y movimientos que conforman la Asamblea y otras coordinaciones. Sus luchas múltiples han contribuido a una acumulación de fuerzas populares, al mantenimiento de una conciencia crítica colectiva y a la superación del miedo. Semilla es heredera y multiplicadora de la esperanza y valentía sembradas por movimientos anteriores.

Muchos integrantes de Semilla se inspiran en la defensa del territorio contra industrias extractivas y monocultivos, y buscan incorporarlas en el ambientalismo institucional y legal, aunque con diferentes conceptos de la naturaleza e ideas de cómo se debe defender. Pero más que inspiración, la defensa del territorio fue clave para su propia relevancia. La Marcha por el Agua, la Madre Tierra, el Territorio, y la Vida, convocada por la ASP en abril de 2016, dio fuerza y continuidad a las protestas urbanas de 2015, conectándolas con las luchas indígenas y campesinas y dando al movimiento anticorrupción una clara dirección de articulación con otros actores y salvando las protestas de la irrelevancia. La movilización masiva de autoridades y organizaciones indígenas y campesinas fue clave para la renuncia y encarcelación de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, potenciada por una energía que fue prematuramente extinguida con la elección de Jimmy Morales. El movimiento contra la corrupción se construye sobre los andamios de las resistencias de las organizaciones de la sociedad civil; y la defensa del territorio jugó un papel clave en la consolidación de Semilla como partido.

La necesidad de renovar la interdependencia

Ahora, Semilla necesita el respaldo de las organizaciones indígenas y campesinas para defender el proceso electoral, para ganar el 20 de agosto, y para gobernar con eficacia después. Los resultados electorales han estado bajo ataque legal desde el inicio. Los intentos de la élite por descalificar a través de los tribunales unas elecciones que ya habían manipulado, son esfuerzos desesperados por aplastar la esperanza y la valentía, dos sentimientos públicos cuya reciente expansión contagiosa amenaza a los poderosos.

Hasta el momento, sus intentos han fracasado, y han empujado a Semilla a convertirse en un movimiento popular con poder de convocatoria de masas espontáneas. Pero puede ser que la protesta espontánea y “respetuosa” que está en consonancia con la sensibilidad de la clase media, no sea suficiente para detener el fraude. Los movimientos y organizaciones sociales están más preparados para paralizar el país y prevenir que las elecciones sean robadas a plena vista. Las llamadas a paro nacional pueden ser un pretexto para la declaración de un estado de sitio, pero quizás no haya alternativa.

Asumiendo que haya segunda vuelta, Semilla necesita tener apoyo en comunidades rurales e indígenas para ganar y para que el proceso de votación sea limpio y su resultado respetado. Hasta hace poco, muchas de estas comunidades rurales desconocían a Semilla, que no ha tenido presencia en muchas municipalidades, y en cambio tienen una percepción relativamente positiva de Sandra Torres por sus programas de apoyo social. Como Alfonso Portillo, Sandra tiene una reputación compleja: es corrupta, y apoya los corruptos, pero también da a la gente. Si los partidos de la derecha cierran filas detrás de Sandra, puede ganar con el voto rural.

Yo estaba en San Pedro Nécta, Huehuetenango, el día 13 de julio, cuando se dio el allanamiento en las oficinas de Semilla y el fiscal Rafael Curruchiche del Ministerio Publico intentó ordenar al TSE que disolviera el partido, acciones que han sido denunciadas como un golpe de Estado. Hace tiempo estudié la política partidista en San Pedro, y ahora hablé con personas de distintas agrupaciones para conocer sus reacciones. Muchos vieron los intentos contra Semilla como ataques de los poderosos contra la voluntad del pueblo; pero otros veían a Sandra como el apuesto más seguro. Pensaban que, si ganaba Semilla, no tendrá suficiente respaldo en el Congreso para aprobar políticas para las comunidades rurales e indígenas. En cambio, Sandra tendría mayoría y podría cumplir. Si había una movilización para defender el voto, dijeron, iban a jugar los dos lados: poner frente a favor de Semilla, pero también movilizar personas en contra, a favor de Sandra. Parecerían haber estado en comunicación con la UNE, que se beneficiará de la extensa maquinaria clientelar apoyada por carteles nacionales.

Como he argumentado, el sistema clientelar partidista es coactivo y divisivo, pero es difícil de abandonar pues es una opción confiable para obtener recursos básicos en un sistema que no permite alternativas. Semilla necesita que las organizaciones de la izquierda, cuyos partidos no han tenido mucho éxito, pero cuya perspectiva crítica refleja una buena parte del sentido común, llamen a sus afiliados a persuadir sus vecinos de que Semilla defiende sus intereses, que sí puede ganar, y si ganan, pueden responder a sus necesidades. La apuesta es que combatir la corrupción libera más fondos sociales y empodera la gestión democrática local, y, por lo tanto, no tienen por qué depender de relaciones clientelistas. Pero para muchos en las comunidades rurales e indígenas, Semilla es solo otro partido con intereses propios, que adopta una postura de anticorrupción para engañar, como hizo Jimmy Morales.

Si gana, Semilla debería cultivar una relación mutualmente beneficiosa y simpoietica con las comunidades y organizaciones indígenas y campesinas para gobernar en un escenario político dominado por actores autoritarios. Las comunidades necesitan y merecen políticas de desarrollo contundentes para acabar con la pobreza y el abandono que debilitan la democracia. Semilla tiene planes para responder a las necesidades inmediatas “de los más pobres” y reconstruir un Estado “para el bien común y con justicia social” que sea “promotor eficaz y eficiente del desarrollo”, comenzando con una inversión masiva en alimentación, salud, educación y seguridad social, y garantizar competencia en el mercado.

Interdependencia y planes de gobierno

Cuando Semilla habla del medio ambiente, es evidente que sus planes están inspirados en las resistencias comunitarias y movimientos sociales. Asediados por el despojo y la destrucción ecológica por las industrias extractivas y el cambio climático rápido, las defensas territoriales han hecho alianzas con montañas, ríos, bosques, abejas y semillas para detener y desplazar la economía extractiva capitalista que está dejando la naturaleza sin capacidad de sostener la vida o recuperarse. Además de defenderse, las resistencias han transformado identidades y han elaborado nuevos paradigmas para entender el bienestar común, relacionarse con la naturaleza, y vivir en la tierra.

Los principios del buen vivir y la soberanía alimentaria se mezclan y se concretan en diversos proyectos de agroecología, defensa del agua y los bosques y prácticas de cuidado de la naturaleza y de adaptación a degradaciones ambientales, bases de la autonomía que podrían multiplicar y fortificarse. La defensa del territorio es una sinergia entre derechos y valores indígenas y luchas históricas de la izquierda. No trata de una “reforma agraria”-aunque la redistribución y reorganización del uso de tierras es urgente- ni es una visión esencialista de la cultura indígena, sino una nueva imaginación territorial para el siglo XXI.

Estas propuestas tienen eco interesante en los planes de Semilla. Proponen una “transición verde” con proyectos ambiciosos de conservación, reforestación, y restauración ambiental para “transitar de una economía extractiva que destruye la naturaleza.” Incluye planes de riego y agricultura familiar basados en principios de agroecología y un Fondo para la Innovación y la Transformación Productiva para “garantizar la soberanía alimentaria.” Pero hay ambigüedades. Hablan de derechos y enfatizan igualdad de raza y género, pero no hay mucho detalle sobre los derechos indígenas y no definen qué significa la “soberanía alimentaria” o que implica una transición agroecológica. Semilla estratégicamente evita proponer una ley de aguas, aunque Karin Herrera, la vicepresidenciable y química bióloga, tiene experiencia con iniciativas previas y Semilla está en conversaciones sobre la política de agua con movimientos rurales y urbanos.

Para que esas propuestas florezcan, Semilla tendría mucho que aprender de comunidades y organizaciones que tienen conocimientos profundos de los territorios, formas de gestión local, y abundante experiencia construyendo soberanía alimentaria y agroecología.

El reto de las organizaciones indígenas y campesinas es asegurar que las políticas de desarrollo y ambientales de Semilla caminen hacia la transformación de estructuras de desigualdad. Existe una aparente tensión entre los planes de Semilla para reformar el Estado y rescatar las instituciones para que funcionen para el bienestar común, como dice la Constitución, y la propuesta de una Constituyente para establecer la soberanía de los pueblos indígenas. Esta ha sido la posición de los movimientos que buscan una asamblea constitucional plurinacional, y es la justificación por la que el MLP no endosa a Semilla.

Pero hay otras perspectivas en la izquierda. No todos ven una contradicción entre reformar y transformar el Estado. Unos piensan que cumplir las leyes existentes y frenar la corrupción y discriminación -que nunca se ha hecho- son mecanismos para abrir un camino hacia una sociedad distinta. Las leyes son relativamente buenas. Quizás al tener la justicia cooptada, la élite no se ha preocupado en cambiarlas. Para empezar, frenar la corrupción en el presupuesto nacional puede ahorrar miles de millones de quetzales anual. Sólo cumplir leyes de minería existentes, por otro ejemplo, podría frenar una gran cantidad, si no la mayoría, de proyectos mineros, opina Guadalupe García Prado, del Observatorio de Industrias Extractivas (OIE), viendo que muchos se han basado en Estudios de Impacto Ambiental de muy baja calidad, aprovechando del vacío (intencional) de estudios independientes.

Por su parte, los movimientos sociales deberían aprovechar la efervescencia sociopolítica alrededor de Semilla para replantear las demandas históricas de los pueblos indígenas y campesinos, de forma similar a la estrategia de la Marcha por el Agua en 2016. La Marcha demostró el poder simpoietica del agua como hilo conductor entre diversos movimientos, comunidades rurales y urbanas, y perspectivas ambientales, mostrando el potencial para tejer una nueva sociedad. Reactivar las alianzas en un momento cargado con esperanza política reforzaría el Movimiento de Semilla, pero su importancia excede al partido y las elecciones. La democracia liberal puede abrir espacio para movimientos con horizontes más lejanos, que se beneficiarían de su expansión. Simplemente dejar de criminalizar a los movimientos sociales y respetar su derecho a organizarse y protestar es importantísimo. Aunque esto no está mencionado en el plan de gobierno, muchos en la izquierda lo esperan de un gobierno de Semilla.

Replantear las demandas históricas de las luchas indígenas y campesinas puede proveer una base geográfica y culturalmente diversa para un gobierno transformador, y multiplicar las bases para la autonomía de los pueblos. Las organizaciones sociales y populares tendrán que mantener una doble militancia continua frente a un gobierno de Semilla, para defender a Arévalo contra las fuerzas de corrupción y simultáneamente empujarlo a responder a las necesidades y propuestas del pueblo indígena y campesino. La dependencia de Semilla de las fuerzas populares no se termina; es una condición fundamental para su existencia, y esto puede ser una gran fortaleza.

Limitaciones y peligros

Habla bien de Semilla que, siendo un movimiento socialdemócrata de mayoría ladina urbana, haya dado prioridad a los intereses de las comunidades rurales e indígenas. Tienen un compromiso verdadero de enfrentar la pobreza y desigualdad y solidarizarse con las defensas territoriales. Pero hay limitaciones y peligros, especialmente cuando ahora solo hay una representante indígena en el congreso, y es la única de la izquierda tradicional.

Semilla ha priorizado el rescate de las instituciones del Estado, una meta compartida con muchos movimientos sociales. Las propuestas de Semilla se orientan a la aplicación de la racionalidad científica y legal por expertos formalmente capacitados. Por un lado es bueno, pero las tradiciones de ciencia y ley también han formado parte de la cultura dominante racista y desarrollista, encapsulada en la idea que solo los ladinos tienen la capacidad para gobernar. Como son los expertos, los más modernos, tienen que liderar los procesos de cambio y definir el horizonte político. Para decirlo claro, muchos seguidores de Semilla dan por sentada su superioridad respecto a los pueblos indígenas. Y es probable que, si el voto rural favorece a Sandra, se den recriminaciones contra la “ignorancia” de las comunidades indígenas, sin entender las fuerzas detrás de sus decisiones.

Existe el peligro de que las propuestas de Semilla sean réplicas superficiales de las propuestas de los movimientos, insuficientes para abordar la crisis económica y ecológica; que el partido y sus afiliados adopten una postura colonial racista, de tutelaje hacia comunidades indígenas (como científicos profesionales que saben más); que no dan espacio para el protagonismo de las comunidades y organizaciones indígenas y campesinas o, peor, que las sigan criminalizando; o que descarten sus propuestas por un estado plurinacional. Esas orientaciones limitarían su potencial transformador. Otro peligro es que la derrota de la izquierda tradicional en las urnas sea interpretada como una desacreditación generalizada de la izquierda, cuando sus organizaciones y luchas son más relevantes que nunca, y merecen crédito por la actual apertura. Romper la relación simpoietica entre las tendencias de la izquierda permitiría que gane otra vez la derecha en 2027.

Es imposible transformar una sociedad tan perversa como la guatemalteca en cuatro años. Es un desafío transgeneracional. Semilla se ha comprometido a políticas que acaben con las estructuras de exclusión, pero con contradicciones. Aunque sea importante “cumplir con la ley”, esto también reproduce desigualdades en un país donde las leyes naturalizan el despojo y la desigualdad. “Combatir la corrupción” puede llevar a descalificar mecanismos de redistribución para comunidades pobres. La libre competencia es mejor que los monopolios y la corrupción, pero una buena parte de la población apenas tiene condiciones para entrar el mercado. Tampoco es posible conseguir una “soberanía alimentaria” sin una democratización del acceso a tierra y el agua y sin políticas contundentes de desarrollo integral. Los planes de conservación y “reconstrucción” frecuentemente se basan en una visión colonial de la naturaleza prístina, sin gente, y justifican la expulsión de poblaciones indígenas.

El mejor escenario sería un gobierno de Semilla que abrace políticas y metas que han priorizado las organizaciones indígenas y campesinas, y que esas simultáneamente defiendan y desafíen al gobierno, expandiendo el horizonte político mientras mantienen un diálogo constante entre saberes, experiencias y formas de ser distintas. No es una articulación en el sentido de que todos dan marcha atrás frente a un liderazgo reconocido, que es lo que todos dicen que quieren, pero jamás funciona, sino un compromiso de crear conjuntamente un mundo más justo en la interacción entre diferencias. La historia no se construye con solo un movimiento, una cultura, o una ideología; una simpoiesis de la izquierda es necesaria para transformar a Guatemala.

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