Créditos: Prensa Comunitaria
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Reflexiones sobre la participación de las organizaciones sociales en estas elecciones.

Por Santiago Bastos Amigo

Estamos viviendo una coyuntura electoral muy especial, pues frente al contexto de anulación progresiva de las instituciones que permitirían hablar de democracia, las opciones de izquierda con el apoyo de sectores populares organizados están participando con una presencia que no se había dado antes. ¿Qué puede significar para las elecciones esta presencia de actores que cuestionan el régimen y el proceso?

2023: Elecciones, ¿para qué?

Estas elecciones de 2023 son posiblemente las más importantes en la historia reciente de Guatemala, desde las realizadas en 1985 que llevaron al gobierno a Vinicio Cerezo, pues lo que está en juego es la consolidación del modelo político surgido tras esas elecciones y la firma de la paz, que contrario a las expectativas generadas, se sigue basando en la exclusión de las mayorías. Los principios del estado de derecho y de la democracia se han pervertido para mantener los privilegios de una nueva alianza de intereses en que se conjuntan la vieja oligarquía criolla, los militares enriquecidos en la guerra, los nuevos capitales transnacionales, el crimen organizado y los mismos políticos favorecidos por el sistema.

Debido a esta importancia, en estos días se está escribiendo mucho sobre la deriva corrupta y autoritaria de los últimos gobiernos, sobre cómo se ha ido vaciando y eliminando toda la institucionalidad creada para garantizar cierta transparencia y contrapesos, y cómo las diversas facciones de esta alianza de intereses con sus propias contradicciones –como muestra la defenestración del candidato Pineda- han ido copando espacios con el único fin de asegurar la impunidad a sus acciones y su permanencia en el poder para mantener esa impunidad. La coyuntura electoral ha servido para que se muestre más claramente hasta dónde llega su ambición y lo que harán para mantenerla.

Es decir, estamos ante unas elecciones en que realmente importa poco quién sea el vencedor. En eso radica su carácter extraordinario: todo parece asegurado para que, sea quien sea quien se ciña la faja presidencial el próximo 14 de enero, será para mantener y profundizar esta forma de entender y practicar la política. Como escribe Jorge Santos: ¿para qué queremos las elecciones si la decisión ya está tomada? No es sólo él. Analistas tan diferentes como Juan Luis Font e Irma Alicia Velásquez coinciden en la misma percepción: esta elecciones van consolidar, a solidificar, el proceso de autoritarismo.

Actores sociales y arena electoral

Álvaro Montenegro, por su parte, dice que necesitamos creer que estamos tocando fondo, para organizarnos y empezar a remontar la situación a la que hemos llegado. Quizá este brote de optimismo viene dado por otra cuestión por la que estas elecciones también son extraordinarias: por la clara apuesta por parte de las organizaciones y actores sociales, comunitarios e indígenas, por la vía electoral como forma de revertir ese rumbo autoritario. La participación –aunque frustrada- de Thelma Cabrera, presidenciable por el MLP e integrante de CODECA, y la candidatura a diputado de Daniel Pascual, ya histórico dirigente del CUC, son muestras de ello; pero el fenómeno va mucho más allá. Llama la atención cómo el sistema político basado en la alternancia electoral ha logrado convencer e incorporar a los actores políticos más críticos, justo cuando ese sistema está más desprestigiado y es evidente que no sirve para sus objetivos.

La participación o no en la vía electoral ha sido un dilema de los movimientos y actores sociales desde siempre. En Guatemala lo vimos desde los 70 del siglo pasado en las relaciones con la DC y la creación del mismo el FIN –Frente Indígena Nacional-, hasta el armado del FDNG en las elecciones de 1995. En estos casos, la opción electoral se pensó como complementaria a otras formas de acción política. Después de la paz, fue la URNG y sus facciones y versiones quien recogieron parte de estas aspiraciones hasta la aparición de Winaq en 2007 y también cuando CPO se alió a Convergencia, tiempo después. En estos esfuerzos, los actores sociales buscaron alianzas con partidos cuyas bases en una u otra forma se relacionaba con ellos.

Los acontecimientos de 2015 precipitaron nuevas tendencias. CODECA creó el MLP como su “instrumento político” para participar sin depender de otros actores con intereses propios. La decisión vino precedida y provocada por el enorme crecimiento de CODECA como organización que venía luchando contra los efectos de la privatización de la energía eléctrica. En esa circunstancia también surgió, como opción diferente, el Movimiento Semillla que buscaba recoger la herencia de los partidos de izquierda como el FUR, sin una relación explícita con los actores sociales organizados, pero con una agenda de claro cambio social.

Nick Copeland llama la atención sobre cómo a lo largo de estas décadas en que se ha consolidado eso que ahora llamamos “el pacto de corruptos”, en paralelo los sectores populares también han vivido un proceso de acumulación de fuerzas. Por ese motivo esta elección es tan importante. Y además, es por eso que muchos reclaman hoy en día una articulación o unidad de acción para hacer frente a las opciones electorales tradicionales y que permita disputar el poder en este momento, quizá el único en que esta posibilidad esté al alcance durante un buen tiempo.”

¿Triunfalismo o inercia?

Ya se ha señalado a las diferentes dirigencias—y en eso Irma Alicia Velásquez ha sido tan clara como siempre—por no haber llegado a acuerdos, pese a lo perentorio de la coyuntura. Además de esa triste impronta de las izquierdas de ahora y de siempre a nivel mundial –véase las recientes elecciones en España-, a mí me ha llamado mucho la atención el comportamiento y los mensajes que se muestran en fotos y videos de cada una de estas opciones electorales en el país. No puedo dejar de asombrarme cuando veo a sus miembros y candidatos con las camisas, las banderitas, los himnos y las caravanas, actuando como si se tratara de una elección cualquiera, como si no estuviera en juego el futuro del país y de esa gente a la que quieren representar.

Me asombra, me asusta y me entristece porque, como también señala Irma Alicia, no estamos hablando de opciones electorales cualquiera — o no deberíamos estarlo—. Estamos ante actores políticos que se caracterizan por hacer un análisis de la historia y la política que los debería hacer conscientes del proceso que ha llevado a esta situación de secuestro del Estado; de cómo esos mecanismos legales y electorales han sido cooptados y degradados para lograr mantener una fachada de procedimientos dizque democráticos. Quizá me equivoco, pero dan la imagen de unos actores más en la disputa; de sentirse muy cómodos en el proceso, saludando gente, agitando banderas y criticando al gobierno. Como hacen todos.

No dudo de la buena voluntad y del deseo sincero de transformación de muchos de los participantes. Conozco gente y tengo amigos y amigas en todas las opciones que se presentan como de izquierdas o antisistema, conozco sus trayectorias y no dudo de su voluntad. Y me admiran colegas que han dado el paso de apoyar opciones concretas. Por eso me preocupa que sigan actuando como si no hubiera gente en la cárcel, como si no hubiera exiliados, como si no supieran que es todo un espectáculo en que se han amañado las reglas del juego para favorecer a algunos de los contendientes.

Para estas opciones que basan su acción política en una crítica radical del régimen, el dilema es hasta qué punto su presencia en los procesos electorales no legitima el sistema contra el que luchan. Entonces, para neutralizar esa legitimación hay que asegurar que la participación sirva para transformar la situación, logrando una presencia en las instituciones en juego –sobre todo el Congreso- que permita realmente intervenir en las decisiones políticas más allá de una presencia testimonial.

Podemos pensar que, sobre todo el MLP, sí se está apostando a una presencia importante en las municipalidades y el Congreso. Pero ¿realmente creen que lo van a lograr, que ahora sí se va a lograr? ¿Creen que en caso de que su fuerza se refleje electoralmente, los grupos tradicionales les van a permitir asumir esa fuerza y cuestionar este modelo construido para sus intereses? Ahí es donde surgen mis dudas.

Los instrumentos para la continuidad del modelo

Estas dudas surgen de constatar que el proceso de acumulación de fuerzas del que ha surgido tanto la formación del MLP como instrumento político, así como el claro volcamiento de las organizaciones en lo electoral, llega tarde, cuando el régimen de impunidad que llamamos “Pacto de corruptos” se ha consolidado y actúa con absoluta impunidad. Para cuando los actores populares creen tener suficiente fuerza como para enfrentarlo, el sistema ya ha desarrollado todas las estrategias para evitar que puedan suponer un problema.

La estrategia más evidente ha sido la perversión de las instituciones destinadas a asegurar la legalidad y legitimidad del proceso electoral. Sus efectos los han comprobado directamente el binomio Thelma Cabrera y Jordán Rodas, la opción de consenso que significaba Juan Francisco Solórzano Foppa, y muchos otros casos no tan conocidos, además de algunos de la propia alianza corrupta que representaban molestias para algunos intereses. Dentro de esta estrategia, destaca la persecución penal, un instrumento que ha sido utilizado desde hace tiempo precisamente contra los actores comunitarios y después se ha ampliado a otros que cuestionan el quehacer gubernamental desde la prensa o desde los mismos espacios judiciales. Sólo con esto, ya daría qué pensar.

Pero hay otra estrategia más sutil y creo que mucho más peligrosa, desarrollada a lo largo de las últimas décadas: lograr que, entre la mayoría de guatemaltecas y guatemaltecos, “la política” y las elecciones se conviertan en una práctica que poco tiene que ver con la forma en que se quiere ser gobernado, y mucho con la obtención de beneficios personales y grupales, muchas veces a costa de la misma legalidad. Como muy bien mostró Nick Copeland en su tesis —y ahora recoge en el texto que cito—, la forma de acción de los partidos desde 1985, la relación de los representantes locales con las mafias regionales que tan bien retrató Harald Waxenecker, junto con el reforzamiento de visiones conservadoras y conformistas amparadas en el miedo implantado con castigo a quienes lo cuestionan, han llevado a un “pesimismo radical” en la población.

La política es un ejercicio que no supone ninguna amenaza para quienes se benefician de este sistema, pero sí para quienes lo cuestionan. Incluso en los espacios donde se han dado procesos de movilización importante para la defensa del territorio, muy pocas veces se han logrado reflejar en resultados electorales equivalentes. Como bien dice don Domingo Baltazar, q’anjob’al de Santa Eulalia: “la gente está muy engañada por el mismo sistema de los ricos, sólo con dinero la gente va, y si no hay nada, la gente no te hace caso. Todavía nos falta entender, no sé que técnica se tiene que usar para que la gente no vote a favor de los ricos”.

Estas estrategias actúan conjuntamente, pues la perversión de la política apuntala a quienes la usan como un medio de enriquecimiento, alejando a quienes la proponen como opción de cambio y a los electores “conscientes”. Al mismo tiempo, cuando aparecen opciones que parecen retar esa pasividad política de la población y con ello el funcionamiento del sistema, la maquinaria represora y tramposa se pone en marcha y les quita de en medio; con lo que se refuerza la imagen de imposibilidad de retar al sistema.

El sistema electoral tiene además otro efecto cuya perversidad se acentúa cuando se trata de coyunturas como la actual. Es una forma de levantar, cada cuatro años, las esperanzas de la gente que, hastiada de corrupción y robos, piensa: “esta vez sí va a ser posible, esta vez sí vamos a escoger a quien nos va a sacar de esto”. Y así, se produce la paradoja de que, una vez tras otra, se escoge al candidato que, con el discurso anticorrupción asegura que ésta continúe.

Para las opciones que provienen de la lucha organizada y para toda la izquierda, el mismo proceso de acumulación de fuerzas, el evidente hartazgo de la gente ante la impunidad manifiesta y el resultado obtenido por Thelma Cabrera hace cuatro años, han hecho pensar a muchos que “esta vez sí”. Desafortunadamente, también lo pensaron otros, y la opción Thelma-Jordán, fue imposibilitada con la misma desfachatez que en otros casos.

Ante esta realidad, la estrategia del MLP ha sido evidente y muy loable: trabajar con sus bases a partir de asambleas y actividades locales continuas en estos últimos años. Con ello se han reforzado seguramente sus bases ideológicas y organizativas, pero ¿va a tener efectos electorales? Organizar a la gente y obtener votos son objetivos que basan en lógicas muy diferentes. Veremos los resultados., Pero, en este caso me preocupa que el esfuerzo por convertir a CODECA en una maquinaria electoral la haya desfondado como la organización social que llegó a ser, basada en la organización de la gente en defensa de sus derechos como consumidores de energía.

Expreso mi preocupación porque otra perversidad de este formato electoral es que hace destinar todas las energías al proceso electoral, incluso cuando éste está tan viciado. Se actúa como si la participación en opciones electorales fuese “la participación política” en sí. Y eso precisamente es lo que han estado retando estos actores comunitarios con sus acciones cotidianas en las calles y carreteras, pero también en las consultas y asambleas.

¿Qué hacemos?

En definitiva, estamos en unas elecciones en que el resultado exacto no importa, pues el programa general de su gobierno ya está escrito. Y no va a favorecer a los sectores mayoritarios de Guatemala. Ante ello hay un conjunto de opciones que provienen de la izquierda y los actores sociales que se están movilizando con esperanza de que su presencia en el Congreso y las municipalidades logre revertir esa situación.

Teniendo en cuenta todo lo que se ha planteado más arriba ¿creen estos actores que de verdad les van a permitir convertirse en una opción con suficiente número de diputados como para poder cuestionar la deriva ya asentada, más allá de lo meramente testimonial como ha sido hasta ahora? Si no es así, ¿merece la pena todo el desgaste como actores y toda la legitimación que supone su participación en este ejercicio amañado?

Supongo que todas estas dudas y muchas más ya han sido pensadas y reflexionadas por quienes están participando y quienes les acompañan desde las organizaciones, instrumentos y partidos políticos. Pero quiero expresarlas aquí porque hasta donde yo sé, no aparecen en sus planteamientos públicos. Álvaro Montenegro y Nick Copeland nos quieren hacer pensar que la situación actual pudiera producir unos resultados electorales que sirvan como revulsivo para la degradación política que vivimos.

Quisiera pensar que sí, quisiera estar profundamente equivocado y poder celebrar con mis colegas, amigos y amigas la consecución de una presencia parlamentaria que permitiera empezar a cambiar el rumbo. Pero el pesimismo de la razón puede en este caso al optimismo de la voluntad, y lo que me queda es preguntarles, reflexionar con ellos.

A estas alturas es evidente la apuesta por la participación electoral, pero ¿eso implica dejar de lado las demás vías de acción política? Las elecciones ¿son un fin en sí mismas, o pueden usarse como un medio para cuestionar este sistema? ¿Se podría “participar bajo protesta“, cuestionando el mismo proceso?. Dada la atención nacional e internacional a las elecciones ¿no ser podría usar este proceso como plataforma para evidenciar lo podrido del sistema y lo espurio de todo él? Dadas las acciones de quienes quieren mantener el status quo, no es muy difícil, sólo hay que ponerse a ello como prioridad. La gira internacional que emprendieron Thelma y Jordan cuando su candidatura fue negada fue un ejemplo, pero ese tipo de acciones se abandonó para centrarse en los mítines y banderitas que caracterizan a cualquier elección y despojan a ésta de su carácter extraordinario.

Teniendo en cuenta que todo apunta hacia una profundización del modelo autoritario y corrupto, ¿podemos pensar en algún tipo de coordinación, que esa unidad de acción que no se logró antes, pueda darse ahora entre las bancadas? ¿veremos más iniciativas como el Bloque por la Dignidad de Chimaltenango? ¿serían capaces de anunciar un pacto que levantara la esperanza de la gente? Esa capacidad de acción conjunta que sólo ha aparecido en algunos casos locales ¿va a existir en el Congreso? No sería la primera vez, siempre me ha llamado la atención la articulación que en los casos penales se da entre actores muchas veces en competición: cuando se trata de defender a los hermanos, ahí sí están todos juntos. ¿Podríamos esperar algo así en los tiempos que se vienen?

Y si recuperamos la visión sobre la acumulación de fuerzas entre actores locales y regionales, ¿qué se ha pensado sobre la acción política? ¿cuál va ser el lugar de la acción parlamentaria dentro de sus acciones por recuperar este país? ¿vamos a presenciar el fin de ese ciclo de acumulación de fuerzas o la acción parlamentaria va ser puesta pensando en su reforzamiento?

¿Será que, de verdad, estamos tocando fondo y esta elección además de consolidar el modelo, nos podría dar las pautas de cómo enfrentarlo de forma compleja?

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