Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Dante Liano 

Se podrían reducir a dos las escenas memorables de “Sin novedad en el frente”, novela de Erich Maria Remarque (1929) y película de reciente éxito. En la primera escena, se ve a un grupo de jóvenes soldados en marcha hacia el frente, mientras cantan con alegría e ligereza sus futuras glorias guerreras, su sueño de estar a las puertas de una París conquistada, su aspiración de tener la Cruz de Hierro colgada en el pecho. Impresiona esa ligereza, porque el lector (o el espectador) sabe que la guerra no es una cena de gala (sea permitida la paráfrasis) y sabe también lo que espera a los ingenuos que marchan hacia el horror y la muerte. Los empujan los discursos patrióticos de sus irresponsables maestros, inflamados de ideología y estupidez, como si la patria fueran los intereses del Kaiser y la avidez holgazana de las aristocracias. “Morir por la patria” parece un programa heroico, en donde el verbo “morir” siempre está destinado a los otros, nunca a uno mismo. No lo es, todo el mundo lo sabe. La guerra es un estercolero humano, la reducción de los soldados a bestias, es lodo, es sangre, es terror, es la amputación incrédula de manos y pies que hace un instante funcionaban sin conciencia de su importancia. No existen ni coraje ni cobardía: existe la necesidad de sobrevivir por encima de cualquier regla; la alucinación de haber caído en una pesadilla con los ojos abiertos.

La segunda escena memorable, que todos recuerdan porque Remarque seguramente la vivió y porque compendia, en su crudeza y dolor, una alegoría de la insensatez de la guerra, es aquella que ve al protagonista enfrentarse con un enemigo francés, del cual no conoce el nombre, en una trinchera anónima. Logra acuchillarlo con la bayoneta y lo deja agonizante, en estertores interminables. Como fuera de la trinchera vuelan cañonazos, explotan bombas y las balas de la metralla silban impenitentes, el protagonista se ve obligado, como en un círculo del infierno, a asistir a la agonía del soldado enemigo, a los últimos momentos del que acaba de asesinar. Pocas veces la literatura y el arte ha producido un momento más angustioso que ese. La furia del combate se extingue ante la piedad por el otro, ante la compasión del que está entregando su último aliento, que ya no es más un enemigo, sino un espejo de todos los soldados del mundo. Como si algún Dios impío lo castigara en ese instante, el homicida ve, en toda la falta de humanidad, en la crueldad, en la angustia, el vómito de sangre, las convulsiones, el estirón nervioso del hombre desnudo ante la muerte. Quisiera borrarlo todo, devolver la vida al que muere, no estar allí, mas la crueldad de la guerra lo condena a asistir a las consecuencias de sus actos. No hay lección moral que valga ante la constatación de la brutalidad y la estupidez.

Deliberadamente, Sin novedad en el frente nos hace ver la vida de generales y comandantes: jamás en primera línea de batalla, se sirven suntuosos banquetes mientras mandan al muere a la juventud de su país. Para ellos, el honor militar, esa entelequia de la que se emborrachan con vino y faisán, vale más que la vida de miles de muchachos, que la infelicidad de sus padres, de sus esposas, de sus hijos. Las negociaciones para el armisticio, más que una aspiración de paz, resultan un deliberado intento de humillar al adversario. Los que promueven la guerra están muy lejos de los que caen como moscas en el frente de batalla. Un día más, un millón de soldados muertos, el dolor esparcido por todas partes, les importan un comino. Representan el grado más bajo de la humanidad. Quien pide más armas para la guerra argumenta acerca de abstracciones como la soberanía, la libertad, el heroísmo. No piensa en aquel que está muriendo en ese mismo momento, hundido en el fango y la nieve, mientras la retórica bélica se expresa en auditorios con sillones de terciopelo. Hablar de soberanía mientras reina la globalización, hablar de libertad con el apoyo de regímenes autoritarios, hablar de heroísmo desde sillones cómodos y confortables, clama al cielo.

Sin novedad en el frente salió un par de años antes de que estallara la segunda guerra mundial. Con gran sorpresa del editor, vendió un millón de ejemplares en pocos meses. Su fama se extendió en todo el mundo, y sigue siendo uno de los libros más leídos. Su fascinación está en su verdad. Remarque cumple con una de las condiciones de la literatura verdadera: no hacerle descuentos al lector, no tratar de ganar público con facilonerías y encantos mágicos. Hacer del ejercicio de las letras una aplicación de la máxima “nada de lo humano me es ajeno”. Quizá no se pueda afirmar que la literatura cambia la realidad; excesiva aspiración. En cambio, sí se puede decir, de Sin novedad en el frente, que cambia la conciencia del lector. Cumple con una de las funciones del arte: a través de una configuración estética, llega al centro mismo de lo humano. No se es el mismo después de la experiencia artística. No en superficie, sino en lo más profundo de cada uno. El alma, desnuda ante el contacto con el arte, se estremece y sutilmente mejora, se hace más alma aún. (Parafraseo a Rubén: “El alma que entra allí debe ir desnuda/ temblando de deseo y fiebre santa…”)

La primera guerra mundial costó la vida a 17 millones de europeos y también al sueño feliz de que la humanidad había alcanzado su perfección. Fue la última guerra cuerpo a cuerpo, aquella en donde los soldados se enfrentaban al enemigo con la bayoneta desnuda, y en donde la muerte del otro significaba mi sobrevivencia. El concepto de humanismo occidental murió, también, y quizá fue la víctima más ilustre. La idea del esplendor del Occidente, patrón del mundo, inaugurada con las empresas de Cristóbal Colón y el imperio de Carlos V, se acabó en las trincheras nauseabundas relatadas por Remarque. Abrió las puertas de las peores experiencias del Novecientos: los horrores del nazismo y los extremos del comunismo. Sabemos que “sin novedad en el frente” es una expresión rutinaria de la jerga militar. Como título de la novela de Erich María Remarque, es un sarcasmo sangriento, una alegoría mortal, una paradoja de insondable crueldad. “Sin novedad”, excepto la muerte, la mutilación, la bestialidad.

Publicado originalmente en Dante Liano blog

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