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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Ilka  Oliva-Corado

Parte el aguacate por la mitad y saca de la bolsa las tortillas que empacó en papel aluminio, le quita la tapadera al recipiente plástico que le queda en la lonchera, ahí tiene frijoles fritos y tres huevos cocidos. Envueltos en una servilleta un puño de sal y un chile jalapeño. En el termo tiene café. Es la hora de la comida.

Calandria Guadalupe, comenzó a trabajar en la elaboración de comales de barro a la edad de cinco años, en la comunidad de Santa María Magdalena Tiltepequec, Santos Reyes Nopala, Oaxaca, México, la quinta de doce hermanos, de una familia de artesanos que se dedican a fabricar ollas y comales de barro que salen a vender al mercado.

Entre la artesanía y la cosecha de maíz, su familia se mantenía a flote, hasta que comenzaron a llegar los utensilios de cocina hechos de teflón, que llevaban los vendedores ambulantes que cruzaban con sus canastos el río Usumacinta.  Decían que los hacían en Centroamérica con la chatarra que transportaban desde México hasta Costa Rica en contenedores.

Poco a poco los utensilios de teflón hechos en Nicaragua fueron inundando Centroamérica y al poco tiempo ya estaban en México, en la comunidad donde vive la familia de Calandria Guadalupe también fue un impacto, lo fácil que se calentaban, no se quebraban y la comida no se pegaba. Así fue como poco a poco las tiendas se llenaron de utensilios de cocina de teflón y los artesanos que trabajaban el barro tuvieron que salir a otros poblados cada vez más lejos para tratar de vender su producto.

Hasta que un día no se encontró tienda sin utensilios de teflón.  La emigración forzada se convirtió en parte de la nueva realidad de los poblados dedicados a la artesanía. Su familia intentó salir adelante vendiendo comida y atoles, pero la ganancia era muy poca para alimentar a doce hijos, primero emigró su papá, después sus dos hermanos mayores y la familia que siempre fue tan unida se separó para siempre cuando dos hermanas se fueron también de mojadas y murieron asfixiadas en el contenedor de un tráiler que transportaba indocumentados.

Sus dos hermanos se casaron y el dinero de las remesas bajó con su papá enviando solamente. Por eso emigró Calandria Guadalupe, para apoyar a su papá y que sus hermanos pequeños terminen la escuela. Apenas llegó hace dos días, tiene trece años, debería estar en la escuela, pero llegó a trabajar no a estudiar, les dijo a los primos que la fueron a recibir junto a su padre cuando el coyote la entregó. Dormir en un apartamento con ocho personas más no es nada raro, en su casa en Oaxaca dormían seis hermanos en cada cama, estas hechas de tablas y el lugar de colchón tenían petates.

Le consiguieron trabajo en la noche, aunque una amiga de sus primos le dijo que para dentro de tres días le conseguirá otro de día lavando platos, para que tenga dos y así pueda enviar remesas pronto.

Es la una de la madrugada, la hora de comer, ha estado parada empacando cajas de cereales desde las siete de la noche, su turno termina a las siete de la mañana. Calandria Guadalupe se lava las manos y lleva su lonchera junto a su termo al comedor, se admira al observar a docenas de muchachas probablemente de su misma edad y otras con menos años. Parte el aguacate, un aguacate que no tiene ni el tamaño, ni el sabor de los aguacates que comía del árbol de su casa, este es insípido, como las tortillas, los frijoles y el café.

Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com

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