Por Miguel Ángel Sandoval
“El golpe contra Castillo es un mensaje a nuestro país”
Las imágenes que circulan de Perú dicen mucho más que todas las explicaciones que buscan justificar lo que no se puede justificar. En la primera un alcalde, en calidad de solista en el medio de una plaza vacía, que decreta el estado de emergencia; en la otra, multitudes que piden la renuncia de los diputados y la presidente y una convocatoria a elecciones anticipadas. El cuadro es claro: hubo un golpe de estado y solo en su último capítulo con actuación de Pedro Castillo. Fue el resultado acumulado de la negativa del fujimorismo y la oligarquía histórica, a aceptar la vía de los votos. A ello se sumó la falta de cintura política del propio Castillo y su desconocimiento de las reglas en el ejercicio del poder. Le quedo grande el sombrero.
Desde antes que Castillo tomara posesión del gobierno hubo una campaña mediática, política, económica, para deslegitimar su gobierno. Mientras, ante los errores que en su mayoría fueron provocados, Castillo entro en una dinámica que solo podía desembocar en lo que ahora vemos. Si, fue un golpe de estado, pero es de muchos actores, de una conjunción de factores que se explican en un país sin ninguna gobernabilidad. Si somos medianamente serios, podemos afirmar que en los últimos 30 años en ese país no existe la sombra de eso que se llama gobernabilidad o de gobernanza. Cada quien acude a lo que sabe y conoce, pero el tema principal es que no hay institucionalidad que merezca ser invocada. Todo está roto, lo cual es el legado visible de los últimos gobiernos.
La historia reciente de ese país no deja lugar a equivocaciones. Manuel Merino (9 noviembre 2020- 15 noviembre 2020) una semana de presidente, Martín Vizcarra (2018-2020) dos años escasos, Pedro Pablo Kucynzski (2016-2018) con similar desempeño y acusado de muchos delitos, Ollanta Humala (2011-2016) acusado de delitos de corrupción, Alan García (2006-2011) que se suicida antes de ir a la cárcel por corrupción, Alejandro Toledo (2001-2006) preso o prófugo por corrupción, Alberto Fujimori (1990-2000) dictador y reconocido genocida en la cárcel. Se podría ampliar la lista y entender las razones y las causas de lo que ahora vemos en ese país. Si se hiciera el ejercicio de meter a todos en una licuadora, quizás saldría algo parecido a un presidente, pero ni, aun así. Tal la corrupción, impunidad, y la practica anti popular con la que gobernaron.
Ni hablar del congreso peruano. En todos esos años jugo un rol de comparsa, hizo la talacha sucia, y la acumulación de errores y expresiones de oportunismo vulgar, es lo que lleva al hartazgo de la sociedad y a la medida precipitada del presidente Castillo. No le hubiera costado mucho instar a sectores afines a su gobierno para que ellos, por la vía de las movilizaciones sociales, defenestraran el congreso en su totalidad. Es la vía de la depuración, que se antoja posible.
En estos años si la economía del Perú tuvo algún momento de cifras optimistas, ello no significo la mejoría de la población. Igual que con nosotros, son cifras macro, pero sin desarrollo social, crecimiento sin bienestar en la población. Y junto con ello una corrupción voraz desde el poder. Que como en Guatemala, es histórica, y se ha construido por gobiernos pro empresariales, excluyentes, etc. O con la presencia de la bota militar, salvo la excepción del General reformista Juan Velazco Alvarado en los años 70.
Es cierto que Castillo en lo que se considera su ultimo error, decretó la disolución del congreso, que en verdad es una institución que merecía ser disuelta por toda la veleidad politiquera de sus integrantes, por su corrupción y por su nulo rol en la democracia o para construir la democracia de ese país. Al grado que tenía más del 90 % de desaprobación ciudadana. Dicho esto, plantear la disolución de una institución que merece ser refundada en su totalidad, no es motivo para defenestrar a un presidente, menos sin entender las razones de una disolución que hoy está en todas las demostraciones sociales de las calles como una exigencia.
La verdad de las cosas es que a Pedro Castillo el establishment peruano nunca lo acepto. Y todo por ser una expresión de los de abajo, de los indígenas, de los pobres, de los siempre excluidos. Quizás Castillo no fue el mejor, quizás le falto más colmillo político, acaso cometió actos de corrupción, pero su más grave falta fue ser expresión de los de abajo. Y ojo, esa situación sigue latente en ese país. La convulsión social de estos días no puede acallarse con medidas como los estados de excepción, ni con represión.
Ya van casi una docena de muertos en las protestas. Y ello seguirá hasta que haya una solución de fondo. Una presidenta ilegitima, cuyo primer acto de gobierno es decretar un estado de calamidad o de emergencia, y desatar la represión no tiene ninguna posibilidad de gobernar. Es además vista y percibida como una traidora, advenediza. Pero desde donde se quiera ver, estados de excepción y represión no son para resolver la crisis, es para profundizarla. A eso ha dedicado sus esfuerzos y por eso se conoce en sus pocos días al frente de la presidencia. Es prescindible.
Ni las elecciones anticipadas que anuncia la “presidenta” de ese país para el 2023, en una clara muestra de su debilidad que tiene que aceptar la presión social y de las demostraciones masivas en las calles, pueden resolver la ingobernabilidad del país. En ese país hacen falta cambios estructurales, y es necesario refundar las instituciones, a iniciar con la remodelación del congreso en todo. Como esta o como ha sido, es imposible garantizar la gobernabilidad, menos los cambios que en profundidad exige ese país.
La crisis desatada en ese país debería preocuparnos pues nos dirigimos a un escenario que tiene mucho de parecido con lo que ocurre en ese país. Hay un congreso que no merece la pena en nada. Un sistema judicial que como vemos, premia al corrupto y persigue a los defensores de la justicia. Hay un gobierno que con todas sus muestras de corrupción es el último del continente en popularidad. Con personajes acusados de múltiples delitos por las cortes del principal aliado histórico de Guatemala. Son datos duros, no especulaciones.
Y nos parecemos tanto que ante un panorama desolador en un proceso electoral con candidaturas o binomios que no lo son, con una pobreza ideológica, política, de ausencia de propuestas, que solo nos dicen que vamos hacia más de los mismos, como en el Perú. Y ello solo tiene una salida: o bien el saneamiento por la vía institucional de todo ese entramado o la rebelión social, con más ingobernabilidad, con más crisis, y ante ello, no parece que haya términos medios.