El 30 de agosto el sacerdote jesuita y antropólogo, Ricardo Falla Sánchez, cumplió 90 años. A su edad, reflexiona sobre la propuesta del Estado plurinacional, la ausencia del Ejército en la narrativa sobre la historia reciente del país, la migración y las juventudes.
Por Simón Antonio Ramón
A sus 90 años Ricardo Falla Sánchez aconseja a cualquiera que quiera vivir bastante tiempo, que haga ejercicio. Él camina todos los días por media hora, sobre todo cuando el cielo amanece despejado y, cuando está lloviendo, lo hace en los corredores del convento. Agrega que ahora en tiempos de pandemia lo hace en el atrio de la iglesia de Santa María Chiquimula, Totonicapán, un municipio en el occidente del país, en el que la mayoría de la población es maya K’ich’e.
Durante más de una hora de conversación con Prensa Comunitaria, el padre jesuita y antropólogo sonrió. Lo hizo desde una forma tímida hasta llegar a reír a carcajadas, todo dependió del tema al que se refería. Cuando hablábamos de él se cohibía un poco, mientras que en temas de la coyuntura del país soltaba las respuestas, con pausa, pero con seguridad y la lucidez que le caracteriza, aunque las pausas constantes eran para poder respirar, según indicó.
Dijo que llega a los 90 años con menos energía, pero con más “concentración, sobre todo emocional”, y que trabaja entre cuatro y cinco horas al día.
Pese a las dificultades que impone la edad, Ricardo, como prefiere que le llamen, fue reconocido este año por dos prestigiosas universidades de la región. La Universidad de Costa Rica (UCR) le otorgó el doctorado honoris causa, el 19 de abril, por su trayectoria y aporte al pensamiento antropológico centroamericano, y recientemente el Premio del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) sobre ciencias sociales, junto a otros académicos de renombre internacional, como el filósofo Enrique Dussel, el 7 de junio.
Falla es reconocido ampliamente por su servicio sacerdotal y acompañamiento a las Comunidades de Población en Resistencia (CPR) en el Ixcán, Quiché, durante el conflicto armado interno, su aporte a la antropología centroamericana y una amplia investigación y documentación sobre las masacres genocidas, como él mismo las conceptualiza, cometidas por el Ejército de Guatemala, en Ixcán y en varias comunidades de los municipios del norte de Huehuetenango.
Ha realizado publicaciones sobre la historia reciente del país, para mencionar algunas: Quiché Rebelde y Masacres de la selva. Ixcán, Guatemala 1975-1982 (1993), Negreaba de Zopilotes. Masacre y sobrevivencia. Finca San Francisco, Nentón (2011); y otras relacionadas con la misión pastoral como Esa muerte nos hace vivir (1984), hasta su más reciente colección Al atardecer de la vida, que hasta el momento tiene siete tomos que comenzó a publicar desde 2013.
Cuando iniciamos la conversación, Ricardo Falla me preguntó de dónde soy. Le respondí que de Santa Eulalia y a lo largo de la entrevista, mencionó mi lugar de origen como referencia a las preguntas que le fui haciendo. Hablamos sobre su salud, la violencia y la seguridad pública, el rol de los pueblos indígenas como fuerza ante las agendas políticas y económicas que impulsa el gobierno y algunos grupos de poder.
Por su experiencia en el acompañamiento a las CPR en el Ixcán y su trabajo de investigador, se refirió a las acciones que realizaron tanto la guerrilla y el ejército durante la guerra interna; también de sus proyectos futuros.
El horizonte en la conciencia de Ricardo Falla es como un aire
Si amanece con lluvia, como las mañanas de invierno durante la época de la pandemia provocada por la COVID-19, camina por los corredores del convento. Antes, narró, su rutina de las caminatas mañaneras era bajar por un barranco, al volverse un terreno privado por un nacimiento de agua, lo hacía por los caminos vecinales de Santa María Chiquimula y eso le permitía saludar y tener contacto con las personas del lugar, un aspecto importante a lo largo de su vida.
“Santa María Chiquimula es un pueblo de barrancos, por eso dicen en K’ich’e: siwan tinimit, o pueblo de los siguanes o de los barrancos. Donde salía agua tibia me iba a bañar todas las mañanas temprano, además, hacía ejercicio: bajaba y subía”, recordó.
El 30 de agosto cumplió 90 años. La mayoría de sus actividades diarias las mantiene, aunque, dice, el tiempo ya lo está desafiando, haciéndolo variar sus rutinas de ejercicio y trabajo.
Cuando le pregunto cómo llega a los 90 años dice:
-Con menos energía, con más concentración, sobre todo emocional, para decirlo con más palabras. Ya me canso más, puedo trabajar cuatro horas o cinco horas, pero después tengo que descansar. Puedo trabajar bien en la mañana, en la tarde ya bajo. Eso es lo que la energía va bajando.
Inmediatamente hablamos sobre sus condiciones físicas, de su salud y comienza diciendo:
-Bueno, -dice-
-Se queda largo rato observando la habitación y después me voltea a ver sin ninguna preocupación y responde
-Cuando uno tiene esta edad, el horizonte es la muerte
-Comienza a reír y lo vuelve a repetir con más seguridad
-Aunque uno no está pensando en la muerte, pero es el horizonte. El niño o el joven no tiene ese horizonte, el horizonte en la conciencia es como un aire, algo que está ahí presente, pero no se objetiviza.
Para Falla asumir la muerte como horizonte es una situación gradual, hace diez años, cuando cumplió 80, se propuso subir el volcán Santa María, ubicado en el departamento de Quetzaltenango a unos 3 772 metros sobre el nivel del mar. Cuando lo hizo se dio cuenta que había puesto a prueba otros órganos de su cuerpo, además de sus pies, el corazón y su sistema respiratorio.
-El problema no era la fuerza en las piernas, no, sino el corazón –pum, pom, pum, pom, pum-Hace el gesto con las manos
-Bombea, tú sientes que tienes que pararte cada cinco o diez pasos. Me di cuenta de eso, pero aun así subimos hasta la cumbre.
-Al descender, agregó, tomó la decisión de no volver a intentarlo porque podría sufrir un ataque
-El fin pues, todo se acaba-
-Se queda callado y se vuelve a reír
La pandemia que encerró a las personas y Falla saca la misa de la iglesia
Adentrados en la conversación de sus actividades, dijo que con la pandemia todos enfrentamos el encierro que había impuesto el gobierno para intentar contener la propagación de un pequeño virus que tuvo efectos globales. Ese encierro le permitió escribir, aunque separado de la gente. A pesar del encierro, como párroco de Santa María Chiquimula, decidió sacar la misa afuera de la iglesia. “Un compañero nos dijo: ‘qué bueno que saquen la misa de la iglesia’, porque a él le gusta la misa en la montaña”, y de nuevo volvió a soltar la risa. Fue así como las misas durante la pandemia en este municipio que está en el occidente del país, comenzaron a celebrarse entre los árboles del convento.
-Era muy bonito. Porque el convento tiene una fuente en su centro, tiene sombra y están los pajaritos volando y a veces te echan su cagadita
-Y vuelve a soltar la carcajada
-Y ahí la misa, pero al aire libre para que la gente pudiera llegar, aunque fueron pocos, pero al menos no estaban encerrados.
Durante los días, semanas y meses más críticos de la pandemia, la misa también se transmitió a través de Facebook haciendo que aumentara la audiencia.
En pleno confinamiento le pidieron visitar a una enferma, por su edad y de acuerdo a las recomendaciones médicas del gobierno, prefirió no acudir.
-Yo estaba protegiendo mi salud, protegiendo a los otros que viven conmigo, porque si me infectaba. Pero queda uno mal.
En septiembre de ese año, cuando el gobierno levantó las medidas de distanciamiento social, le pidieron visitar a otra enferma, en esta ocasión, dijo, sí la visitó, pero a los pocos días esa persona murió de COVID-19 y unos cuantos días después su esposo también, por la misma causa. El esposo lo había llegado a buscar a la iglesia y caminaron juntos con un paraguas bajo la lluvia.
Para Ricardo, las acciones en torno a la pandemia en el país no se manejaron bien. En su experiencia, las debilidades para comunicar de qué se trataba la enfermedad, provocaron mucho miedo y algunos grupos sociales se cerraron a los puntos de vista de quienes ofrecían información y estadísticas de contagios y muertes. Los pueblos y muchas de las iglesias se cerraron a la información que circulaba.
Guatemala no se acaba en la frontera de México: la migración como proyecto de sobrevivencia de las comunidades
Al abordar temas actuales, el padre Falla se sitúa en el norte de Huehuetenango, específicamente en los municipios de San Mateo Ixtatán, Santa Eulalia y San Pedro Soloma por la migración que se registra para Estados Unidos, y que dice ha variado la dinámica de la economía local.
Cuando hablamos sobre las potencialidades de la organización comunal después de la guerra en Guatemala responde:
-La vida sigue. La lucha sigue. La gente sigue luchando por la vida, políticamente sigue luchando. Pero la gente va buscando lo que necesita, le interesa.
-Hace un contraste sobre donde ahora nos ubicamos y agrega que los intereses políticos en la capital son distintos para la “gente del pueblo”, para ellos -dice- sus intereses están más ligados a “cosas diarias, muy existenciales”, mientras que para un sector capitalino los intereses son más a nivel político, la corrupción, el sistema judicial, el Congreso, el presidente y otros.
En el altiplano, dice, la migración se ha multiplicado, y agrega que en Santa Eulalia o Soloma, debe ser parecido. Para el padre Falla es exagerado que algunos digan que ha crecido exponencialmente, pero de lo que sí está seguro no habíamos visto una ola migratoria al norte como la que estamos experimentando, especialmente en las juventudes.
-Se va uno y se va otro; eso a las familias las pone en ascuas, porque están pendientes de cómo va su hijo, si está en la frontera esperando, si ya pasó, si cruzó el río, si ya está en McAllen, si ya llegó, y a los dos días lo agarró la migración.
Esta es una de las preocupaciones que Ricardo observa del contacto que mantiene con la realidad y con la historia de vida de las personas con quienes se relaciona, especialmente con las comunidades de Totonicapán.
Y por lo que ha preguntado, dice, es un fenómeno que se está viviendo en otros territorios del país.
-Se da entre los Q’eqchi’, antes los Q’eqchi’ no migraban, ahora se les abrió la puerta y se va uno detrás de otro o como los Chuj.
El padre Falla plantea que las migraciones actuales son un proyecto político de sobrevivencia por la dinámica económica que genera en las comunidades y también por la configuración de los mismos pueblos en otros países. Ahí hay un proyecto de lucha, un proyecto de sociedad, que ni nosotros ni la juventud, sabemos definir. “Pero siente uno que ahí hay algo que Guatemala ya no se acaba en la frontera de México, hay Santa Eulalia en Los Ángeles y es la misma Santa Eulalia que está en Guatemala”.
Al final, el antropólogo hace hincapié que el proyecto de vida de las personas migrantes no ha coincidido con el proyecto de nación que impulsa el gobierno, por lo que ve muy bien a los movimientos que se articulan en un proyecto de nación que se impulsa desde pueblos indígenas.
La plurinacionalidad no es una fórmula
Ricardo Falla Sánchez, reconocido también como investigador social, un pensador agudo y al tanto de la actualidad en América Latina, esperaba que el plebiscito de la Constitución en Chile fuera aprobado, porque, dice, pudo haber tenido efectos positivos en Guatemala por lo que él llama “el horizonte político de los pueblos indígenas”, porque hay un movimiento en América Latina que se ha venido articulando en torno al Estado plurinacional.
“Esos movimientos son auténticos, evidentemente son auténticos, pero no tienen el respaldo popular que debería tener un proyecto, sino lo que hay es un hiato, como un quiebre entre lo que las gentes intelectuales piensan y proponen y lo que el pueblo está sintiendo”, dijo, moviendo su dedo pulgar en señal de aprobación al proyecto político de los pueblos indígenas.
Propone que quienes están en las discusiones sobre este horizonte político, como él le llama, deben nutrirse de la experiencia de los pueblos y citó el caso de Ixcán donde cohabitan varios pueblos. “Ahí hay plurinacionalidad porque se ha vivido, los Q’anjob’al con los mames, los Q’eqchi’ y tienen que aprender español porque si no, no se entienden entre sí; por otro lado, es un movimiento latinoamericano que se está dando y se contagia, es una cosa muy grande”.
Su reflexión es que una apuesta de este tipo debe ser impulsada por activistas, políticos y luchadores; para que no se quede únicamente en un sector y así evitar que se convierta en una élite política y de esta manera evitar que los espacios se corrompan.
Sacar la crítica del purismo
La firma de los acuerdos de paz, en 1996, marcó un quiebre de violencia según el sacerdote jesuita. Cuando habló sobre la historia reciente de Guatemala y específicamente de los casos judiciales que enfrentan militares acusados de graves violaciones a los derechos humanos, dijo que llevar ante los tribunales de justicia a militares de alto rango, ha generado polarización y el establecimiento de etiquetas de estar a favor o en contra de juzgar los hechos como el genocidio, sin dar a conocer lo que ocurrió.
“Es algo que no se puede perder, es una herida que está en la memoria de los pueblos y de los familiares que parece que como si el río del momento lo va borrando, la gente ya no se acuerdo de eso”, afirmó con seguridad.
La polarización, en lo que ha observado, evita la reconciliación, aunque hay sectores que pueden apostar por ella. Algunos dirán que entre más polarización mejor, porque agudiza las tensiones de clase. “Un militar que ha estado envuelto en esas cosas, tal vez no fue responsable en un crimen de esos, pero estuvo cerca, no cuenta lo que pasó porque tiene miedo de que a lo mejor a él también lo metan al bote. Tienen miedo y así se cierran”.
Considera importante que los militares hablen sobre lo que hicieron en las masacres y cómo lo vivieron, para que la crueldad que se expresó durante la guerra pueda curar las heridas. Para Falla es necesario que “no nos creamos los puros, porque siempre nos creemos los puros y que ellos son los malos. Todos tuvimos que ver con el genocidio”. En el caso de la guerrilla, dice: “no calcularon el efecto que iba a tener la revolución. El efecto que iba tener en los mismos militares para que respondieran así de esa forma tan genocida”.
No quita el dedo de la llaga y señala las masacres en las comunidades de Cuatro Pueblo, Xalbal, Piedras Blancas y Rabinal, todas recogidas en el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH).
Al finalizar la guerra interna, que duró 36 años, desaparece un foco de violencia pero se multiplican otros: linchamientos, la que produce el narcotráfico, violencias domésticas. En su criterio, está multiplicidad de expresiones es difícil medirla.
Una de esas expresiones de violencia que se han multiplicado en este periodo de postguerra, explica Falla, ocurrió en la llamada “Masacre de Alaska”, en el kilómetro 169 de la Carretera Interamericana, el 4 de octubre de 2012, donde fueron asesinadas siete personas de Totonicapán, mientras realizaban una manifestación con el alza al costo de la energía eléctrica y contra la eliminación de la carrera del magisterio. En su opinión fue un error del gobierno por atribuir al Ejército competencias que le corresponden a la policía.
“Los soldados están entrenados para la guerra no para una manifestación pacífica entre comillas o con piedras y palos, pero no es lo mismo la guerra que una manifestación y hay métodos para asistir ante ella o para deshacerla”, dijo, “para deshacerla” repitió irónicamente.
Ahora habla de la celebración eucarística que realizó en la comunidad por los 40 años de la masacre en la finca San Francisco, Nentón, el pasado 17 de julio, que el padre documentó en el libro Negreaba de Zopilotes. El nombre del libro, dice, no es una metáfora, a pesar de la crueldad y el dolor que recoge, Falla amplía el paisaje de la comunidad: “Es muy bonito el lugar, el gran árbol que está ahí se llenó de zopilotes cuando ocurrió y después de la masacre”.
Ahora, en el lugar donde un grupo de antropólogos forenses desenterraron algunas de las osamentas de las personas asesinadas, se realizó la misa de conmemoración de los 40 años de la masacre. “Nosotros hicimos la misa justo en el lugar donde era el oratorio en la capilla. Había ahí no más que católicos cuando fue la masacre. En el oratorio hay un cuadrito que se ve ahí, entonces, aquí mataron a los niños y ahora la gente no puede entrar porque es un terreno privado”, dijo.
En el lugar hay una pirámide de unos 15 metros de altura del pueblo maya Chuj, en el que la gente sube a tomarse el sol y fotografías en la medida que tienen acceso. En la misa del 40 aniversario, estuvo el sacerdote de la parroquia de San Mateo apóstol de San Mateo Ixtatán. Hace cuatro años también se realizó otra misa en el participó el sacerdote Matxhun Bernabé, párroco en ese entonces de San Mateo, originario de Santa Eulalia.
“Con él hicimos la primera misa, la primera misa que yo dije en ese lugar. Era el aniversario, pero no del 40 aniversario, no sé si cuatro años antes y la gente no se atrevía a entrar, algunos decían que entráramos, pero no se atrevían hasta que llegó Matxhun. Él dijo vamos y entramos. Él como párroco, todos se fueron detrás de él. Esa fue la primera vez que yo hice la misa ahí en el lugar de la masacre”.
Tras la masacre, las familias se dispersaron, la masacre ocurrió en la jurisdicción de Nentón, Huehuetenango y los sobrevivientes y familias en comunidades de San Mateo Ixtatán por lo que tiene que coordinar con los sacerdotes de los dos pueblos para llegar a celebrar una misa.
Al atardecer de la vida
A los 90 años, el padre Ricardo Falla, como se le conoce en la iglesia de Santa María Chiquimula, dice tener muchos apuntes de sus trabajos de campo que aún le faltan trabajar. “Tengo y siento que solo yo puedo usar estas notas, otra persona que las lea no las entiende, si no las escribo yo ahí se van a quedar, aunque sirvan poco o no sirvan mucho, pero algo es lo que pueda yo hacer”, afirmó.
Adelanta que se encuentra en revisión editorial de un nuevo tomo de su colección, sería el volumen ocho, “se ha alargado el volumen ese, tiene dos tomos vamos a ver cuándo va a salir es un proyecto que está ahí”.
También agregó que se ampliará el volumen cinco que trata el tema de la pastoral en resistencia, que aborda los tiempos de la represión en el Ixcán. “El volumen cinco, es el cinco A y nada más cubre hasta 1987, entonces en proyecto está hacer el cinco B, va a crecer la colección hacia allá, el cinco C puede ser. Yo no sé si voy a tener fuerza, pero el cinco B lo tengo terminado, hace falta verlo, se trata del tiempo de la gran ofensiva de 1987 y 1988”.
La experiencia de la organización de las comunidades de Ixcán durante la guerra, dice, puede servir como referencia para otras comunidades en resistencia. “Es una experiencia no sé si única, pero sí tiene mucha riqueza humana y mucha riqueza organizativa, le da a uno para pensar mucho, algunos han dicho que es como la comuna de Paris en tiempo de Marx; era una experiencia socialista a la que según Marx hacía falta volver a estudiar y estudiar. Porque de esa experiencia podría salir mucha luz”.
A sus 90 años, Ricardo el doctor en antropología dice que a veces siente que le hacen falta instrumentos metodológicos y conocimientos, como estudios bíblicos, porque se ha dedicado a estudiar el Popol Vuh. “Yo desde el punto de vista de sacerdote noto cómo me hace falta conocer más estudios bíblicos, más teología bíblica, yo leo un poco, pero tengo un vacío enorme”, lamentó.
Ricardo Falla el sacerdote jesuita y antropólogo seguirá realizando su misión pastoral hasta que le vida se lo permita, como él mismo dice. Seguirá celebrando misas todas las mañanas y continuará sus caminatas en el atrio de la iglesia de Santa María Chiquimula y en la vida. Ese es su horizonte.