Por Fabián Campos Hernández
Desde el 3 de noviembre de 1957 cuando la perra Laika se convirtió en el primer ser vivo en salir de la orbita terrestre, las potencias mundiales y aquellos países que aspiraban a tener un lugar entre ese selecto grupo iniciaron una carrera por la conquista del espacio. Misma que en momentos cruciales ha adquirido ribetes de guerra.
Las motivaciones de esta “guerra” son declaradas de distintas maneras por los involucrados, pero todas responden de una manera u otra a tres consideraciones concretas. 1) La capacidad de producción de bienes y servicios sustentada en las materias primas generadas por el planeta Tierra resulta insuficiente para garantizar la sobrevivencia del total de la población. 2) Esa misma capacidad limitada es hoy en día uno de los principales retos que enfrenta el capitalismo para garantizar su sobrevivencia y expansión. 3) Quedar al margen de la conquista del espacio representa para los países, gobiernos y empresarios una condena a la pobreza de sus poblaciones y la garantía de un incremento en la conflictividad social nacional e internacional.
Como resulta evidente, la gran “confrontación” se da entre Estados Unidos, Europa, Rusia, Japón y China. Quien quede al final de esta carrera será condenado a un papel secundario en la hegemonía mundial. Y, por supuesto, el más agresivo es China, quien esta implementando un cambio drástico en su modelo de producción y consumo. El, hasta ahora principal productor global de manufacturas, esta buscando convertirse en el principal consumidor de los bienes escasos de la Tierra y en el principal explotador de las riquezas allende la órbita terrestre.
En esa carrera, América Latina ha tenido un papel marginal. Los pocos, esporádicos y magros esfuerzos gubernamentales se han ceñido a la búsqueda de instalar satélites que permitan la investigación científica sobre el cambio climático y las telecomunicaciones. Otros esfuerzos han sido por llevar a latinoamericanos al espacio. O en el diseño de diversos experimentos que se han llevado a cabo en el ámbito de las actividades de la Estación Espacial Internacional. Todos con el uso de tecnología foránea y bajo el amparo de los programas espaciales de las grandes potencias.
En enero de 2020, al asumir la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), México propuso dos objetivos en materia espacial: vincular a las agencias aeroespaciales de los países de CELAC para fomentar la cooperación tecnológica y científica; y fomentar la cooperación en materia de capacitación y transferencia de aplicaciones y tecnología.
En junio de 2020, México convocó a los gobiernos de América Latina y el Caribe a firmar una declaración en la que se exhorta a las potencias que se encuentran en “guerra” por la conquista del espacio y sus recursos a comprometerse con un “uso pacífico del espacio ultraterrestre”. Tal llamamiento no sorprende, es un aggiornamiento del Tratado de Tlatelolco, mediante el cual se llamaba a las potencias en disputa en la Guerra Fría a respetar a esta parte del mundo como una zona libre de armas nucleares.
El 9 de octubre de 2020, México presidió la declaración mediante la cual se puso en marcha la Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE). Aunque su nacimiento fue opacado en sus expectativas porque no se sumó Brasil, país que aglutina el 40% de la actividad espacial regional.
En la pasada reunión de la CELAC, realizada en septiembre, México sumó a su agenda como presidente pro tempore realizar el II Encuentro Latinoamericano y Caribeño del Espacio, la puesta en órbita de un nanosatelite para proveer de internet a la región y consolidar la Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE).
A partir de ese momento salieron a la luz distintas notas que resaltaron que México buscaba sumarse a la conquista del espacio mediante una alianza estrategica con Rusia. Sin embargo, esto resulta más declarativo que real.
Además de las divergencias entre los gobiernos de izquierda y derecha en la región, los cuales tienen a la CELAC y sus organismos con un panorama cuesta arriba para su instrumentalización, y de las dificultades históricas para establecer mecanismos regionales funcionales y con presupuesto conjunto, lo que realmente hace dudar de que México y América Latina tengan posibilidades serias de incluirse en la “guerra” por el control del espacio y sus riquezas es el excueto presupuesto que asignan a este obejtivo tan rimbombantemente proclamado.
En 2021, la Agencia Espacial Mexicana tuvo asigando un presupuesto de 3 millones de dólares. Que, comparado con los 18 mil millones de dólares destinados a la NASA o los 5,600 millones de Rusia, hacen concluir que, mientras las potencias luchan por el reparto del botín espacial, en América Latina estamos queriendo inventar la rueda y garantizando nuestra dependencia, pobreza y la agudización de los conflictos sociales internos.
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