Pobre política exterior. AMLO, Biden y Centroamérica

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Créditos: Fabian Campos
Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Fabián Campos Hernández

Al principio de este sexenio, entre una parte de la comunidad diplomática y los especialistas de la materia, emergió la esperanza de un cambio profundo en la política exterior mexicana. Críticos asiduos de la política impulsada por Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, esperaban que Andrés Manuel López Obrador reviviera de sus viejas glorias los llamados “principios de la política exterior mexicana”.

El primero de septiembre, Andrés Manuel López Obrador presentó su tercer informe de gobierno. Es el que marca la mitad de su sexenio y donde, según él mismo, reporta que ha dejado sentadas las bases para la transformación de México. Pero, en las pocas líneas que le dedicó a la política exterior, Centroamérica no tuvo cabida.

Habló de la firma del Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos; mencionó que México fue electo como miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y que en breve nuestro país asumirá la presidencia de ese importante organismo internacional; señaló la importancia de los apoyos internacionales para que llegaran lotes importantes de vacunas que le permiten señalar que en dos meses más el 100% de la población mayor de 18 años contarán, por lo menos, con la primera dosis contra el SARs Cov-2. Así como que fue aprobada la iniciativa mexicana para hacer un llamamiento al equitativo reparto de las vacunas entre todos los países del mundo. Pero Centroamérica y Estados Unidos, las dos más importantes relaciones de la nación, las dejó de lado.

Al asumir su mandato, AMLO nombró a un político pragmático como encargado de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Marcelo Ebrard jugó con la zanahoria y el garrote que le blandían desde la Casa Blanca. Consiguió reducir las amenazas de aranceles y utilizó a la primera caravana de migrantes centroamericanos para mostrarle al xenófobo e iracundo presidente estadounidense que era mejor negocio tener a México de su lado. Si Washington se mostraba excesivamente duro con nuestro país, el gobierno podría aplicar el liberal “dejar hacer, dejar pasar” y la pesadilla trumpiana de unos Estados Unidos sometidos por hordas de latinoamericanos se cumpliría.

Solo los más inocentes pensaron seriamente que con Joe Biden se produciría un cambio en la política exterior estadounidense. Se olvidaron por completo de que lo que prima en aquel país es un cogobierno y que toda la nomenclatura, ya sea demócrata o republicana, tiene un solo objetivo, sostener a su país como potencia mundial. Además de compartir los sentimientos de superioridad racial y económica que son sustento del imperialismo de los Estados Unidos.

Joe Biden al principio se comprometió a buscar la tan soñada reforma migratoria y “congeló” algunas de las medidas más agresivas implementadas por su predecesor. Pero la política real pronto se impuso. Cambió el discurso, los migrantes ya no eran los delincuentes que amenazaban a los “buenos y generosos estadounidenses” blancos, anglosajones y protestantes, sino víctimas de problemas estructurales que Washington, en aras de los derechos humanos, ayudaría a combatir. Joe Biden extendió promesas de financiar un plan de ayuda para Centroamérica por cuatro mil millones de dólares en cuatro años, a cambio de la implementación de políticas de lucha contra la corrupción por parte de los gobiernos centroamericanos. Buscó sacar del primer plano de las portadas de la prensa la figura del “Tercer país seguro”, impulsada por Donald Trump y que tantas críticas generó dentro de la bancada demócrata, pero aceptó la “ayuda” que el pragmático Marcelo Ebrard le ofreció. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador, como lo fueron los de Fox, Calderón y Peña Nieto, le atajaría la ola de migrantes, a cambio de una relación tersa entre la Casa Blanca y el Palacio presidencial.

A principios de la semana, Andrés Manuel López Obrador volvió a insistir. Estados Unidos y Canadá pueden y deben invertir en Centroamérica para resolver los problemas estructurales que obligan a la migración ilegal. Extrapolando su propia política interna propuso “exportar” el programa “Sembrando vida” y las becas a los más necesitados al sur del río Suchiate. Pero mientras sus llamados llegan a los oídos de la Casa Blanca, se aseguró de confirmarles que la Guardia Nacional y el Instituto Nacional de Migración seguiría deteniendo a los migrantes indeseables. Paralelamente, Washington anunció que reestablecía a México como “Tercer país seguro”. Los migrantes solicitantes de asilo en Estados Unidos deberán de esperar el resultado de la corte en tierras fronterizas mexicanas.

Por eso no es de extrañar el silencio presidencial en el informe de gobierno. AMLO sabe que no conseguirá más. Ya aceptó que el pragmático Marcelo Ebrard lo único que le puede garantizar es el papel del buen dogo al que el amo suelta una croquetita en pago al buen trabajo de cuidarle el patio trasero.

Pobre política exterior. Política exterior pobre.

Comentarios y sugerencias: lasochodeocholatinoamericanas@gmail.com

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