Por Ricardo Quiroga
No se trata de darle voz a quienes no la tienen, “porque sí tenemos voces”, explica el cineasta wayuu David Hernández, miembro del comité de selección.
La plataforma de consumo de contenidos audiovisuales vía streaming más grande hasta el momento en América Latina y el proyecto de impulso en exhibición y producción del cine de no ficción, Ambulante, han encontrado una causa común concretada en el proyecto Fondo Miradas, una iniciativa para apoyar a más de 80 producciones de realizadoras o realizadores indígenas o afrodescendientes afectados por la pandemia y, de esa manera, poner el énfasis en las nuevas miradas sobre nuestra raza, nuestra cultura, sus orígenes y claroscuros.
Con un monto de 15 millones de pesos, la iniciativa respalda lo mismo a cineastas emergentes que de media o amplia trayectoria en los géneros de documental, ficción, animación, cine experimental, entre otros, que se encuentran en filmación o postproducción, con temas tan diversos como diversidad, defensa de territorios, tradiciones ancestrales, asuntos de familia e identidad.
Los trabajos ya fueron seleccionados por un comité especializado e incluye a realizadores de México, Belice, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. La selección es rica en propuestas y diversidad lingüística e identitaria. Sólo en México, los trabajos tendrán voces en zapoteco, totonaco, mixteco, náhuatl y purépecha.
Con esta iniciativa Ambulante y Netflix se ponen a la altura de lo que exigen las narrativas territoriales en América Latina, apunta el realizador y productor David Hernández, miembro del pueblo wayuu de Venezuela e integrante del comité de selección de Fondo Miradas.
“Dice el documentalista chileno Miguel Littín que la América Latina es un territorio en el que hay una estética inconclusa y exacerbada. La región necesita reconocerse desde su origen, pero también necesita reconocer su oficio cinematográfico. Somos una fuente de narrativas que le interesan mucho a otras plataformas y festivales. Este es solamente uno de los pasos certeros que ya se han estado dando para dar espacio a todo lo que tienen que decir los pueblos indígenas”.
Precisa que no se trata de darle voz a quienes no la tienen, “porque sí tenemos voces. Sencillamente se trata de tener la voluntad para sostener una conversación en la que estamos acostumbrados a decir muchas verdades que a veces cuestan”.
Señala la existencia de un prejuicio generalizado hacia las comunidades indígenas y afrodescendientes por sus expresiones artísticas: “hay una predisposición de decir que se la pasan denunciando, y, bueno, obvio: mientras haya injusticias habrá que decir algo al respecto, pero también tenemos otras apuestas de ficción, de recrear la niñez, etcétera. Estamos en un momento más visible que nunca para las contribuciones que se están haciendo desde los territorios”.
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