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Créditos: Internet.
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Nanci Chiriz Sinto

22 de agosto 2019

Una de las herramientas en las campañas políticas, para sustentar el discurso político, consiste en demostrar la apreciación e inclusión de los pueblos indígenas y nuestras formas de vida. Desde una visión folclorista, es el acto más común para mendigar votos. Esta idea de inclusión, se basa en una visión reduccionista de nuestros pensamientos y prácticas ancestrales. Instrumentalizan y folclorizan la indumentaria, la espiritualidad y el conocimiento acerca de los textiles para validar sus candidaturas de manera populista.

A lo largo de la historia, el sistema electoral a través de las y los candidatos ladinos, han implementado acciones de folclor, reproduciendo el racismo al usar la indumentaria indígena. Según ellos, para demostrar aprecio a lo indígena. Pero al mismo tiempo niegan el Genocidio, aprueban la explotación de los recursos naturales y violentan el derecho de consulta de los pueblos sobre sus territorios.

En la actualidad, la estrategia de muchos políticos es perversa, recurren o utilizan a hombres y mujeres indígenas para legitimar sus planes de gobierno y maquillar su discurso de inclusión. Como lo ocurrido en un acto en un hotel de la ciudad capital en el que aparece una mujer indígena que besa la mano del presidente electo, Alejandro Giammattei. Una expresión de racismo estructural, expresado en estos actos, ha definido roles específicos para la participación de la población indígena, específicamente de la mujer en el seno de la sociedad.

Si estos espacios folclóricos son un espacio de participación política para la mujer maya, ¿cómo podemos interpretarlos?

En la primera fotografía, mujeres jóvenes indígenas “reinas representativas”, frente a hombres blancos, bailan el son “La caída del sol”, un beso en la mano de Giammattei. Estos actos reflejan las prácticas coloniales, patriarcales y de sumisión ante al sistema.

Y así otro nueve de agosto, conmemorando el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Seguimos siendo despojados de nuestras tierras, conocimientos, criminalizados, asesinados e incluso se nos sigue negando el derecho a la autodeterminación. Las prácticas históricas del colonialismo y neocolonialismo de la clase dominante se siguen reproduciendo. En la actualidad hemos visto la falta de reconocimiento al indígena como sujeto de derecho, de cómo el Estado ha negado el Genocidio, alimentándose del despojo para seguir acumulando poder y riqueza.

El acto del cual fueron utilizadas las jóvenes indígenas fue denigrante. No solo fue llevándolas ante Alejandro Giammattei, sino también porque fueron exhibidas ante el embajador norteamericano en Guatemala, Luís Arreaga, en julio pasado.

Foto: El Gráfico tomada el 30 de Julio de 1978

La segunda fotografía evidencia y narra un hecho poco conocido y del que no existe mucha información. La imagen registra el boicot al evento de Rabin Ajaw el 30 de julio de 1978, que surgió a partir de la indignación por la masacre de Panzós, Alta Verapaz, cometida por el ejército el 29 de mayo del mismo año. En ese hecho fueron asesinadas mujeres, hombres y niños que reclamaban tierras y denunciaban el abuso arbitrario de finqueros, autoridades locales y militares. Según la fotografía y la pequeña nota publicada por Xelani Luz en el medio escrito El Gráfico, varias representantes de diferentes municipios y departamentos decidieron boicotear el evento, pues este había sido organizado por el General Benedicto Lucas García, personaje clave para entender la estrategia militar contrainsurgente aplicada en el período más denso de la violencia estatal.

Si bien es cierto, este certamen representó una posibilidad de participación para las mujeres mayas, las reinas de los municipios de Cantel y La Esperanza en Quetzaltenango, San Sebastián Retalhuleu, San Pedro Soloma, Huehuetenango, Nahualá, y Santiago Atitlán, en Sololá, también es un hecho real que transgredió ese sistema de opresión al no asistir al evento y viajar a la ciudad de Guatemala para protestar en contra de la violación a los derechos humanos de la población indígena.

Este certamen de elección de representante indígena es un concurso que busca despojarnos de nuestra identidad y nos exhibe como elementos folclóricos de Guatemala. La justificación de nombrar este evento Patrimonio Cultural Intangible de la Nación no se organiza con el objetivo de fortalecer nuestra identidad. Solo busca seguir viéndonos como los nativos que no tenían alma, ni razonamiento, expresiones o sentimientos, y que podían ser observados y torturados. Eso es la Colonia, se sigue reproduciendo la cosificación de nuestros cuerpos, instrumentalizándonos, específicamente a nosotras las mujeres que no hemos sido reconocidas como sujetas de derecho, sino como objetos sexuales y de servidumbre.

La acción de las reinas de ese entonces es un precedente histórico que nos invita a reflexionar. Sobre todo, a interpelar a todas aquellas jóvenes que han sido parte de estos eventos folclóricos y que, seguramente, han tenido que vivir y soportar las agresiones que se dan dentro de estos eventos. Agresiones estructurales que deberían transgredirse, y no solo con los discursos, sino con acciones. Debemos actuar y no ser cómplices de estos eventos que nos denigran y atentan contra nuestro derecho de autodeterminación.

¡Somos más que una “cultura exótica”! Muchas mujeres que en su momento vieron este certamen como un único espacio de participación, en el camino fueron descubriendo o construyendo otros espacios políticos, económicos, académicos y artísticos. Los cuales, podrían promover la concientización a otras mujeres y no ver estos certámenes como el único espacio para participar políticamente y expresarse.

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