Por: Nancy Martínez
“… sentía que estaba debiendo la vida que le robé a Marco Antonio…”[1]
El reconocimiento de la violencia vivida por la población guatemalteca durante 36 años de conflicto armado interno, plasmado en el REMHI[2] y otros documentos oficiales, fue el punto de partida que abrió la oportunidad para la socialización de verdades silenciadas, olvidadas o tergiversadas, y con ello asignar las culpas correspondientes. Esto fue posible gracias a los diversos informes que lograron acercarse a la población, retrataron vivencias personales y comunitarias, le pusieron nombres y lugares a lo que las personas en Guatemala sabían, pero callaban. Por lo tanto, es importante reconocer las responsabilidades del Estado para lograr una reparación e integración social de personas que se vieron afectadas durante los años del conflicto.
El silencio por más de 30 años de una vivencia como esta, ha desembocado en muchos e inimaginables sufrimientos, sin embargo, el trabajo del reconocimiento del evento violento, del sufrimiento personal de cada persona y sobre todo el dar el testimonio personal, mediante el relato oral ante un grupo solidario que responde empáticamente ante lo vivido, permite la reelaboración del trauma. Así, existe un proceso de sanación que es posible alcanzar a través de la elaboración del testimonio personal, que permite darle voz a la memoria silenciada o negada y establecer una historia individual que es contada oralmente para construir un relato comunitario. Todo ello abre la posibilidad de una vivencia más tolerante de la verdad. No obstante, en el proceso se reelabora la sensación de culpabilidad por lo ocurrido, designando la culpa en los actores sociales a quienes corresponde.
Para comprender este proceso desde un punto teórico es posible tomar lo expuesto por Julia Braun[3], para quien la vivencia traumática conlleva la desintegración personal o colectiva dentro del contexto social, es decir:
Situaciones histórico-socio-políticas que provocan la desintegración de la envoltura psíquica que constituye el contexto social e instalan un sentimiento de desamparo social. Las respuestas a situaciones extremas suelen ser inesperadas…[4]
En esto, la autora establece que ante el trauma, las formaciones psíquicas que aseguran las condiciones subjetivas para mantener los lazos afectivos y acuerdos racionales entre vida social y los sacrificios personales pueden verse afectadas, lo cual presenta los síntomas conductuales y afectivos que conocemos como Trastorno de Estrés Post-Traumático. Por otra parte, las zonas de silencio o los pactos inconscientes, experimentan un quiebre y se vuelve “incoherente, incomprensible, inasible y destituye las reglas que regulan la vida y la muerte, el delito y la penalización.”[5]
Por lo tanto, la “desintegración del contexto social, sólo puede repararse en el mismo ámbito en el que se forjó la destrucción.”[6] Por tanto, para Braun la reparación solo puede presentarse mediante el Estado, es decir, que este asuma su responsabilidad y promueva la reparación y sanación pública que le corresponde. Realizando esto, se abre la posibilidad de una reconstrucción del tejido social, que permita reelaborar de manera cultural y simbólica la vivencia individual. Con ello se promueve una solidaridad de grupo que restablezca el vínculo social que fue alterado durante el trauma, reparando el sentimiento de culpabilidad o soledad que pueda manejarse tras experimentar el evento.
Esta reconstrucción del vínculo se realiza mediante el rescate de ese yo devastado por el trauma, que fue llevado al olvido. Por ello, el testimonio de la víctima es el medio por el que se recupera la memoria de lo vivido. Sin embargo este relato solo puede ser enunciado cuando la sociedad o el grupo a quien vaya dirigido le otorga crédito a la palabra del testigo. Así, para Braun, la cultura cuenta con recursos que son el antídoto para el olvido; dentro de ellos se encuentra la escritura. Mediante la literatura se logra dotar de sentido a las experiencias humanas creando relatos verosímiles que recrean el estado de la memoria del escritor. Por ello, para esta autora, a las víctimas directas del horror, “la escritura constituye […] una forma de liberación interior, de elaboración, de denuncia, para pedir justicia par que otros sepan, para que otros no olviden, para poder olvidar.”[7]
Por otra parte, Elsa R. Lemoine[8] en la Psicología del Testimonio, ciencia que se ocupa del testimonio en procesos judiciales, reconoce que el proceso de la recuperación de la memoria presenta dificultades inherentes al estado psíquico del trauma, que en ocasiones dificulta la reproducción del recuerdo con total fidelidad. Esto es porque el testimonio resulta de un complejo proceso psicológico de evocación del recuerdo, que conlleva elementos conscientes e inconscientes que integran diversas sensaciones, conocimientos y sentimientos del mismo evento. Asimismo, para esa recuperación, es importante tomar en cuenta el tipo de personalidad, las ideologías y valoraciones éticas individuales de quien experimenta el hecho. Es por ello que la fatiga psíquica con la cual puede estarse reelaborando el testimonio, motiva las distintas modificaciones de cantidad de recuerdos y calidad del relato inicial.
Sin embargo, Lemoine establece que en cuanto a diferencias de género, las mujeres perciben con mayor exactitud los detalles que rodean el evento. Por otra parte, se logra reelaborar con mayor facilidad las impresiones ópticas y luego las auditivas, en cuanto a las otras sensaciones se perciben con mayor dificultad. Se logra establecer con mayor precisión lo primero y último ocurrido, lo que sucede de manera intermedia puede ser más difuso. Y por último, lo cualitativo se recuerda con mayor facilidad que lo cuantitativo.
Para la investigadora es importante tomar en cuenta que se pueden presentar las “curvas del olvido”, las cuales se producen como un mecanismo natural por represión u olvido inconsciente o forzado. Esto también puede deberse a tendencias afectivas desagradables, en ello se encuentra la repugnancia o el remordimiento. Así, el recuerdo está constituido mediante la imagen visual, táctil o auditiva de su origen y otras sensaciones asociadas. En ello también entran recuerdos inconscientes que permiten su “identificación o el recuerdo del objeto, estados afectivos que evolucionan como la vida psíquica día a día.”[9] Sin embargo, estos recuerdos pueden fusionarse con otros que le vayan dando sentido, “decrece la intensidad de los mismos: se alejan del plano consciente o se fijan, con alteraciones, por acción de cargas afectivas. La imagen del objeto es sustituida por la idea del objeto.”[10] Por lo tanto, ante discrepancias o errores en la reproducción de recuerdos, se establece que el hecho puede ser uno y la realidad otra, pero el testimonio de cada uno de los testigos es “su testimonio, su idea de la verdad.”[11]
En el caso específico de las violaciones a mujeres, la investigadora Marta Elena Casaús[12] establece que fue parte de la estrategia utilizada para el control social en Guatemala, y en otros espacios de conflicto. El terror que se instala ya sea de forma masiva o seleccionada, se realiza como una respuesta contrainsurgente, en donde uno de sus objetivos es lograr la represión de los líderes comunitarios. Esto se evidencia en el caso de Sepur Zarco, en el que todas las esposas de los líderes secuestrados y desaparecidos fueron trasladadas al destacamento en primera instancia.
La violación sexual hacia mujeres, ya sea en privado o en público, es uno de los diversos tipos de violencia y terror más cruel que pueda aplicarse, ya que reúne los más complejos significados sociales e individuales en donde se demuestra el poder del victimario ante la comunidad a quien va dirigida. Este acto es la apropiación de ese ser que le da sentido al origen de una comunidad, la mujer y su capacidad reproductiva. En contextos de guerra, también se establece que la violación puede ser la compensación para los soldados por su involucramiento en el movimiento contrainsurgente. Se concibió como “un medio para adquirir poder y propiedades, el cuerpo de las mujeres fue considerado una propiedad más.”[13]
A pesar de lo anterior, poco se ha hablado de las víctimas de violaciones en Guatemala. Esa invisibilidad sobre la violación sexual de las mujeres se reconoce como un reflejo del sistema patriarcal en el que se convive en el país. Así, la visión androcéntrica, racista y clasista que se maneja en el mundo guatemalteco, permite que la experiencia masculina represente la totalidad de la experiencia humana. En otras palabras, se le da poco valor a lo que las mujeres tienen que decir, se las calla y hasta culpabiliza por lo que “vivieron”. Este discurso igual viene de mujeres y hombres, no importando el género, pues la visión es la misma, es la mujer la que debe “cuidarse y darse a respetar”.
Con esta introducción teórica y contextual, es importante visitar el testimonio que ha concedido Emma Molina Theissen sobre su vivencia hace 37 años. El evento que ha marcado el resto de su vida, su captura y cautivierio en el cuartel de Quetzaltenango y la tortura por la que atravesó después de ser secuestrada por militares como una medida contrainsurgente, por su participación en el Partido Guatemalteco del Trabajo – JPT. Finalmente y como una forma de venganza a su escapatoria, la desaparición de Marco Antonio, su hermano de 14 años.
La voz que se percibe en su relato la define como una mujer sobreviviente que desea dar voz a su verdad, reivindicando la mirada a la militancia política que ha sido denostada por el gobierno de Guatemala, designándoles el papel de terroristas. Asimismo, se percibe la necesidad de la reconstrucción de una vida que fue torturada, no solo en el cuartel, sino más allá en el tiempo, durante más de 20 años. El trauma y el quiebre emocional vivido la llevaron a experimentar el más extremo terror, el dolor permanente, etapas de despersonalización y deseos de una muerte cercana para acabar con el sufrimiento. Todo ello evidencia el síndrome de estrés postraumático por el cual la víctima transitó y sigue estando, porque la invasión a su cuerpo ha quedado como un tatuaje perenne. Esa sensación de suciedad y constante culpabilidad, de haber “permitido” que la atraparan y el reclamo de ese yo quebrado, “me dejé violar”, la acompañan dejando en ella la vivencia de una sexualidad marcada por una violencia extrema.
Es posible percibir cómo el trauma vivido destruyó ese concepto del yo, ella fue sometida a violencia, humillada como mujer, como militante, como persona. Ello produjo sentimientos de vergüenza, insignificancia, de empequeñecimiento, minusvalía personal, y así, su estructura emocional y espiritual fue quebrada y la llevaron a vivir años de terror, de angustia constante y de la incapacidad de reconstruirse como mujer sintiente, quien puede experimentar un abanico de emociones. Fue relativamente hace poco que la vida de Emma ha cambiado, según su testimonio, se dio la oportunidad de amar, amar a su hija y nieto. En su proceso personal entendió que le era difícil enfrentar la verdad del amor, “… querer significa estar preparado uno para perder a alguien y yo no podía perderla…”
Por otra parte, el reconocimiento de la solidaridad recibida por su círculo cercano, familiares y amigos, ese que la ayudó en los momentos más difíciles y el que la rodea hoy, cuando enfrenta el juicio por la desaparición de su hermano Marco Antonio. Es este círculo de solidaridad, de apoyo y de abrazo incondicional, la que la ayudó a sobrevivir. Por otra parte, el hilo de afecto familiar fue quebrado también por el Estado de Guatemala. El enfrentar el secuestro de Emma y la desaparición de Marco Antonio, marcó la vida familiar de cada uno de los integrantes de la familia Molina Theissen. Emma reconoce que fue una de sus hermanas, la que la ayudó a sentir que podía hablar de lo que vivió, fue ella la que la motivó a permitirse sentir la rabia y enojo por lo ocurrido. Por lo que fue gracias a esa sororidad que Emma transitó de la indefensión a la fuerza en la búsqueda de justicia y al dar voz a su verdad.
Para ella, el tener la oportunidad hoy de presentar su testimonio en el juicio, le permite sentir que otros y el Estado, le creen, que le dan valía a su historia. Con esto, le dan la oportunidad de sentirse escuchada y así, lograr sanar las heridas y de alguna manera reconstruir su yo. Ella misma reconoce que necesita hablar con otras que han pasado por la misma experiencia, con las mujeres de Sepur Zarco, con otras con quienes sentirá la universalidad y aprenderá cómo ellas han enfrentado el trauma y sentir que no está sola. Y lo más importante, que ya no llorará sola y en silencio el dolor de lo vivido.
Así, Emma Molina hoy quiere darle voz a la búsqueda de justicia, esa que la lleve a salir del círculo del dolor y del terror por el que ha transitado durante más de 30 años. Tomando en cuenta lo expuesto al inicio, la vivencia de un juicio y presentar el testimonio de lo que durante tanto tiempo se ha callado, le permite trascender espiritual y emocionalmente como mujer. Emma misma reconoce que no importa la condena a la que se llegue, el dejar por escrito su verdad y el que un grupo de jueces vean su caso ya es un punto importante en su vida. Se la reconoce como víctima del terror, por lo que el Estado, al ligar a los militares implicados a proceso, ya dio el primer paso en la reconstrucción nacional de la que habla Julia Braun. Así, es dentro del Estado de Guatemala que se está llevando el juicio y es en él donde quedará escrita la historia. Y esto será solo un comienzo, porque así como ella, habrá miles de mujeres y hombres que con su ejemplo, lograrán identificarse y tal vez, emprendan un camino nuevo para su sanación.
[1] Entrevista a Emma Molina Theissen, demandante en el caso de la desaparición forzada de Marco Antonio Molina Thiessen, Guatemala 2018.
[2] Informe REMHI. Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI). Guatemala: Nunca Más. 1998.
[3] Julia Braun. Trauma y testimonio: psicoanálisis, historia y literatura. XXVII Congreso FEPAL Santiago de Chile 2008 Web: http://fepal.org/images/congresochile2008/cultura/braun2008.pdf . 20-5-15.
[4] Braun, 5.
[5] Braun, 7.
[6] Braun, 7.
[7] Braun, 11.
[8] Elsa R. Lemoine. Psicología del testimonio. Revista de Psicología. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de la Plata. 1967. Web: www.memoria.fahce.unlp.edu.ar 22-5-15.
[9] Lemoine, 11.
[10] Ibíd.
[11] Ibíd.
[12] Marta Elena Casaús Arzú. Por qué sí hubo genocidio en Guatemala. Plaza Pública, Guatemala. 18 de abril de 2013. Web: https://www.plazapublica.com.gt/content/por-que-si-hubo-genocidio-en-guatemala 13-5-18
[13]REMHI, 64.