Créditos: Estuardo de Paz
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Por Tania Palencia Prado 

La fuerza de la historia pone el dedo en la llaga

Pareciera que fluye una redonda continuidad entre octubre de 1944 y octubre de 2023. Pueblos, luchas y cambios, tres de los ejes que construyen la Historia, fueron hace 79 años y son hoy día activos protagonistas de la presión política popular que desafía a la oligarquía. Hay una energía común que nace desde los territorios: el enojo y el dolor se levantan hartos de gobiernos y mercados que no son cabales, ni justos, ni razonables. Los hitos de las luchas populares se articulan desde hace siglos, pero esta continuidad ha sido disruptiva. Veamos…

El poder oligarca nos ha querido como sociedad desintegrada. La segmentación de la ciudadanía ha sido una fuente estratégica para edificar el mosaico fascista de gobierno que se repite desde el nacimiento del Estado. El Occidente segregado por el Oriente, el idioma español amordazando los idiomas originarios, las iglesias metiendo miedo y desconfianzas, los indígenas compitiendo entre sí; la ladinidad prefiriendo ser pobre pero no india y aprovechándose para despojar poder y tierras en los territorios indígenas. La revolución del 44 no remontó esta fragmentación y más bien la acentuó.

¿Qué hacemos con los indios?, se preguntaron los constituyentes de 1945. El pathos revolucionario de la ciudadanía harta de dictaduras se nutrió de la rebeldía y la resistencia indígena pero no construyó un ethos político integrador que reconociera el poder de los pueblos indígenas: su historia, su identidad, su gobierno, su libre determinación; en suma, su autoridad.

De esa gran época revolucionaria arrancamos al sistema oligárquico gloriosos e históricos derechos laborales y sociales y, ante todo, le quitamos el privilegio de usar al ejército para organizar la servidumbre indígena. Sin embargo, la revolución de 1944-1954 fue un proceso que, a su vez, propició la producción de sujetos políticos ladinos y la apertura de más focos de liderazgo ladino que, aprovechándose de las nuevas rutas de modernización capitalista, despojaron del poder municipal y de tierras comunales a los gobiernos indígenas.

Bien dice el historiador Edgar Esquit que la idea de la democracia en la reformulación nacional provocada por la revolución del 44, promovió un falso igualitarismo que solo dio pauta para negar el poder comunitario indígena y descalificar así su política de identidad, que apelaba a dar libertad y autonomía a sus formas de vida, cultura, economía y gobierno.

Ahora bien, la oligarquía y su ejército nunca han aceptado ni siquiera el igualitarismo que permitió la revolución del 44 y su estrategia ha sido armarse para la aniquilación indígena o a cualquier ciudadanía opositora. Así lo muestran suficientes evidencias, desde la invasión gringa en 1954 hasta los más de 200 mil muertos y asesinados y las más de 400 masacres durante los años setenta y ochenta, debilitando la cohesión comunitaria indígena, destrozando la economía campesina y militarizando el país hasta en los ámbitos judiciales.

La fuerza de los pueblos en la historia retorna hoy para unir sus luchas hacia cambios más profundos. Las jornadas de rebeldía y desobediencia civil de junio a octubre de 2023 vuelven a desafiar en jaque mate al tufo oligárquico fascista. Y así, hoy, como en 1944, son las poblaciones indígenas protagonistas claves al colocar el punto sobre la i: ¡Ya no más democracias mentirosas y corruptas!, levantan las autoridades mayas y xinkas. ¡Se debe aceptar la decisión de los pueblos! ¡El voto se respeta y el dinero ciudadano no se roba! Algo pasa que no es lo mismo que en el 44: son los pueblos indígenas quienes hoy marcan la legitimidad hacia una nueva forma de hacer autoridad y de hacer política. Y son los pueblos indígenas los que abanderan el poder de la decisión comunitaria. ¡Ya basta!, dicen: ¡las decisiones de las comunidades son legítimas y se respetan!

¿Hacia una ciudadanía plurinacional?

De modo que la particular fuerza revolucionaria de las jornadas de protesta de 2023 está siendo la articulación de la diversidad de las expresiones ciudadanas. Esa articulación es un sentimiento colectivo que traduce diferencias de clase o de pueblos mediante canales de comunicación que reflejan intereses y problemas comunes. La política que se valora ha dejado de ser la voz que viene del mando impune, jerárquico y unipersonal, para colocar en el centro el debate colectivo de los problemas.

Aparece la política sin partido, como poder colectivo, como fuerza urbana y rural, indígena y ladina, que respeta las diferencias al mismo tiempo que da vida a imaginarios comunes. Los barriletes llevan a la estratósfera el alma muerta y podrida de los sirvientes de la oligarquía. La gente canta y eleva la calidad del negro humor chapín con chispas indígenas y chispas ladinas creando una guatemalidad comunicante nunca antes vista.

Los y las diferentes se dan de la mano, se entrelazan sin meterse zancadilla, levantan su dignidad y se dan respeto y fuerza mutua para avergonzar a la ladrona y a sus secuaces. Estamos viviendo una articulación alrededor de nuevas nociones sobre el ejercicio del poder político. No solo se pone en entredicho la corrupción y el abuso de poder, sino se cuestiona toda la escala de toma de decisión autoritaria, manipuladora, arbitraria e inconsulta. Ya no se trata de esperar la conferencia de prensa asumiendo veracidad en la rendición de cuentas. Ahora decenas de ciudadanos asumen su propio poder de comunicación para denunciar desde sus territorios las mentiras del Presidente y para auto informarse y tener opinión política de lo que está pasando.

Las concentraciones de protesta abren nuevos espacios públicos. Decenas de tribunas de expresión pública reflexionan acerca de lo que el régimen ha ocultado y están hoy vivas con la participación de todas las generaciones. Hay un estado asambleario en Guatemala y las juventudes son artesanas en su convocatoria y construcción. Hay un estado permanente de deliberación política. Las personas se suben, toman el micrófono y opinan, debaten, sin las mordazas tradicionales; mientras las mujeres salen a organizar, a dar ideas, a cruzar las calles y a liberar el cuerpo de llantos y violencias, solidarias y valientes como guerreras del arco iris.

Se ha abierto una olla de presión y el caldo se está sirviendo. Caliente y delicioso. Un caldo político que da salud a la sociedad. Las acciones políticas de protesta integran nuestra diversidad, reconocen la naturaleza plurinacional de la sociedad, articulan a mujeres de todos los pueblos, articulan a los pueblos mismos y muestran el valor común de las tradiciones locales de solidaridad y ayuda mutua. Las autoridades comunitarias de Tajumulco y las de Ixchiguán, cargando viejas diferencias locales, hoy se juntan codo a codo para impugnar la podredumbre del poder oligarca nacional.

La mayor salud de estos hechos revolucionarios radica en que, como nunca antes en la historia de Guatemala, ahora se levanta, valora y reconoce el gobierno indígena, la autoridad indígena y la decisión indígena.

La población ladina rompe con prejuicios e ignorancias que inferiorizaban las formas de gobierno de los pueblos originarios. Se comienza a conocer y valorar la producción de autoridad y de decisión política indígenas, que se valoran como acciones que derivan de la fuerza y el poder de la comunidad. Las poblaciones ladinas venimos de experiencias centralizadas de la política: ni siquiera conversamos con la autoridad; ella decide, ella planifica, ella crea su propia verdad y la impone como la única verdad. La política se reconcilia con las ciudadanías.

Hoy también prolifera la producción de sujetos políticos indígenas que son colectivos, que no buscan protagonismo, que se suman a hacer fuerza, revestidos de honor, dignidad y legitimidad porque buscan la oportunidad de cambiar de vida. Gracias a esta inspiración colectiva, también observamos que hay una expresa recuperación de las identidades barriales.

El protagonismo indígena, entonces, es el mejor acicate para reconstruir Guatemala y no volver jamás a aceptar liderazgos prepotentes y mañosos que todavía están metidos en toda la institucionalidad pública.

Se van del país o a la cárcel

No hay camino de retorno, aunque las nuevas rutas no están claras. La disputa de poder recién se está instalado. Detrás del golpe que estos criminales quieren dar al partido Movimiento Semilla y de su estupidez por impedir la toma de posesión de Bernardo Arévalo, se mueve el oscuro interés por operar el mismo modelo de acumulación capitalista. La fórmula de esa acumulación es el control financiero de los negocios del Estado, mantener y aumentar los privilegios a la economía de plantación y extractivista e intensificar la maquila agrícola hacia la plena proletarización y ladinización de las comunidades en los municipios con ciudades intermedias.

“Semilla no debe llegar a los municipios para estos criminales”. “Semilla no debe impedir la aprobación de nuevas leyes para seguir robando”. “Semilla no debe liberar a las cortes de los criminales”. “Semilla no debe existir”. “Por esa visión es que estamos como estamos”. Pero resulta que Semilla sí existe y, para que sepan, Semilla no es nada, sin la fuerza vital de las ciudadanías y las comunidades. De modo que más les vale aceptar la realidad: no podrán seguir con ese modelo de despojo. Si Semilla no hace nada, los pueblos sí y aquí estaremos.

Los cambios revolucionarios que estamos viviendo solo podrán madurar si se restringen los privilegios de la oligarquía. Ese es el desafío real. La Fiscal no sostiene ninguna balanza contra Bernardo Arévalo, lo que esconde tras sus bufandas son las granadas y los billetes de los militares y oligarcas asesinos que no quieren cambiar el régimen de gobierno, se burlan de su democracia y odian a las ciudadanías.

Por un minuto imaginemos que sacan a Arévalo… ¿qué harán? ¿Van a sacar a la gente del país? No pueden. Tendrán que vérselas con toda la gente. Los pueblos se han unido. A esta Guatemala plurinacional no la detiene nadie. Es la Guatemala que está hoy frente al Ministerio Público y canta con Otto René Castillo, patria:

Ya me cansé de llevar tus lágrimas conmigo.

Ahora quiero caminar contigo, relampagueante.

Acompañarte en tu jornada, porque soy un hombre

del pueblo, nacido en octubre para la faz del mundo.

Ay, patria,

a los coroneles que orinan tus muros

tenemos que arrancarlos de raíces,

colgarlos de un árbol de rocío agudo,

violento de cóleras de pueblo.

Por ello pido que caminemos juntos. Siempre

con los campesinos agrarios y los obreros sindicales,

con el que tenga un corazón para quererte.

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