Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Dante Liano

No todos los abundantes admiradores de Antonio Machado han frecuentado uno de sus libros principales: Juan de Mairena, que recoge algunas de sus meditaciones y que no desmerece en el panorama del pensamiento filosófico español. Machado, por este libro, podría ser incluido en el grupo de pensadores novecentistas, que va de Unamuno a Ortega, a Julián Marías, a Fernando Savater. Como suele ocurrir con ese tipo de expresión hispana, Machado, más que un sistema filosófico, al uso de los teóricos alemanes, propone brillantes intuiciones, sentencias, aforismos y profundidades que, a decir verdad, ya aparecían a lo largo de su obra. Un epígrafe ideal a las consideraciones que, con la debida modestia, pienso compartir ahora, sería aquel verso:

 Relativismo muy bien expresado en otra copla memorable:

Tal desconfianza en una relación directa con la realidad no es nueva en la literatura de lengua española. Quizá la más conocida y repetida expresión de tal duda se encuentra en los muy frecuentados lamentos de Sigismundo, en La vida es sueño. Consciente de que no hay quien no los conozca de memoria, me atrevo a repetirlos:

 

Versos de gran destreza lingüística, repetidos en modo quizá pedestre por don Ramón de Campoamor:

 

Sin embargo,  me parece necesario, quizá y sobre todo para mí mismo, afirmar, con la nueva filosofía realista, que la realidad existe, independientemente de nuestra capacidad de aferrarla en mayor o menor grado. Es verdad que somos más o menos ciegos, más o menos sordos, más o menos insensibles (y la longeva y cruel edad tal cosa confirma, con debilidades aciagas y varias), pero no es menos verdad que fuera de nuestro ansioso cerebro, que la busca a tientas, está un sólido e innegable mundo. No: la realidad no es una construcción cultural o lingüística, aunque cultura y lengua la reconstruyan para que podamos dar orden a nuestro cerebro. La cultura y la lengua (en nuestro caso, la lengua española) son los indispensables instrumentos sociales con que compartimos esa realidad con nuestros semejantes.

La realidad existe y la agonía de los seres humanos es tratar de capturarla. Seduce el insólito ensayo de Heidegger sobre la poesía de Hölderlin cuando afirma que solo la palabra poética es capaz de tocar, con la punta de los dedos (cito a Neruda), la revelación de la realidad. Está en el lenguaje, en el lenguaje hecho arte, la capacidad de saltar las barreras neurales para intuir, con el poderoso medio del signo lingüístico, qué hay más allá de nuestros relativos sentidos.  Un acto de fe, quizás, pero que no se agota en la mera enunciación lingüística. Vuelvo a Schopenhauer cuando constata la esencial soledad del ser humano sobre la faz de la tierra. Me enseña, este filósofo rechazado por las universidades de su tiempo, que la salvación está en el ágape, en la caritas, en la solidaridad entre los seres humanos. Solo reconociendo nuestras carencias y el profundo dolor que significa la existencia, sentiremos la necesidad de apoyarnos en los otros como una balsa de salvación en el desconcierto general de la existencia. Y todo esto solo lo puedo expresar con el lenguaje, tabla salvadora a la que nos aferramos para comunicar con los otros: es el lenguaje del Dr. Rieux, el protagonista de La peste, de Camus; o el de César Vallejo, cuando encuentra, como Hölderlin,  las palabras exactas para soñar un futuro en donde se realizará una utopía que todavía perseguimos:

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