Octubre y la primavera en la memoria

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Miguel Ángel Sandoval

Una de las más grandes adquisiciones, de lo que ocurre luego del 25J,  desde el punto vista social, es la recuperación de uno de los tantos hilos históricos, que se habían perdido de una manera inaudita, por el peso de las campañas metódicas, a veces más fuertes, en ocasiones menos, para desaparecer, como fuera, del legado de la revolución de octubre, que finalmente se había transformado con los años en un día feriado y en una manera de impulsar el turismo interno, con los famosos puentes para los empleados públicos. Por ello el proceso del 44-54, había quedado de hecho sepultado.

Por supuesto que hubo a otro nivel, un esfuerzo continuo para desaparecer los rastros de ese proceso histórico, acaso el proceso social moderno más importante, se puede afirmar, que es el más relevante del siglo XX. Son los diez años de primavera en el país de la eterna tiranía, como lo dijo Luis Cardoza y Aragón, al referirse a esa década de los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, este último derrocado por la invasión de 1954.

A modo de ejemplo, en los textos de historia escolares, ese proceso desapareció de manera insensible, poco a poco, pero el hecho es que se dejó de estudiar, de recordar. Hoy sabemos que los hilos de la memoria social, colectiva, subsisten a pesar de todo y que un hecho, en este caso una elección puede contribuir a desencadenarlo.

Con el golpe invasión de 1954, se truncaron los mejores esfuerzos de hacer un mejor país, libre democrático, moderno. Y con esa derrota en 1954, se sentaron las bases de lo que mas adelante en los años 60, se convirtió en la guerra interna de nuestro país que concluyó luego de sacrificios incontables con la firma de los Acuerdos de Paz en el año 1996. Todo esto se encuentra en los hilos de la memoria que ahora, al menos en parte, resurgen en amplios sectores de la sociedad guatemalteca, que ahora se revela como poseedora de una memoria tenaz.

Es evidente que para ese resurgimiento de la memoria concurren otros factores, y uno de ellos, es que el presidenciable de Semilla, Bernardo Arévalo, es hijo del presidente Juan José Arévalo Bermejo (1945-1951) quien, hasta el 25J dormía en el olvido y fuera del recuerdo inmediato de la gente, especialmente de las nuevas generaciones. Y es entonces que se produce una confluencia entre la denuncia contra la corrupción, el hartazgo ciudadano ante la deriva autoritaria del país, con el rescate de la memoria de Juan José Arévalo, un buen presidente.

Con el 25J renació un grito emblemático, que parecía olvidado, enterrado, y es el grito que hoy se escucha en todo el país: ¡viva Arévalo!  Y por supuesto uno tiene la tentación de reflexionar sobre eso que se denomina la memoria histórica, la fuerza que tienen hechos fundantes en un país, que se mantienen en imaginario social, a veces como algo cotidiano o en ocasiones en gavetas del inconsciente social que regresan cuando uno menos lo imagina y con ello, se puede pensar en los hilos omnipresentes de la memoria de un pueblo o de una sociedad.

En los últimos años varios hechos han dado como resultado reflexiones sobre eso que es la memoria histórica. Unos ligados a la historia de nuestro país, otros, vinculados a procesos ocurridos en otros países. El primero tiene que ver con un acontecimiento que se había quedado en la memoria profunda del pueblo de Totonicapán. En ocasión del llamado bicentenario de la independencia del país, hubo un momento que trajo a la memoria de unos cuantos, la historia del levantamiento indígena de Totonicapán, en 1820 y que antes del festejo de la independencia del país, había conmemorado el bicentenario.

En ello la idea de un artista conceptual, dio la pauta. Viendo en un museo, la silla que ocupo Atanasio durante los días que fue líder de la revuelta de Totonicapán, propuso llevar la silla del museo hacia el pueblo de origen, en una caravana de la capital hacia Toto. La pandemia del COVID hizo el resto. No hubo evento. Sin embargo, parecería que cuando se lee el acta de la independencia de los criollos, hay una parte que dice que la misma se hacía para que otros lo la hicieran, hay una clara alusión al levantamiento de Totonicapán, que la idea de un artista, alrededor de la silla, que había ocupado el prócer indígena, permitió aquilatar el valor de los símbolos en la memoria.

Otro de los hechos tiene lugar en España y es en torno a los desaparecidos en la guerra civil (1936-1939) y el franquismo (Francisco Franco muere en 1975). En el filme “El Silencio de los Otros”, de Almodóvar, ancianos, acaso hijos o nietos de los asesinados en los años 36-39, reviven en filme documental, la memoria de los familiares desaparecidos, luego de al menos medio siglo de que el tema parecía olvidado del todo. Pero la memoria regresa y se recupera datos fundantes de la vida de un país. En este caso, es la memoria de la guerra civil y de los muertos desaparecidos en la llamada guerra civil española.

Solo ponía un par de ejemplos a propósito de la memoria recuperada en otros hechos y eventos, pero que, en el caso presente, es la recuperación de los rasgos más gruesos del proceso de la revolución de octubre, en este caso desatada o desencadenada por el triunfo electoral de un partido joven, Semilla, con un candidato Bernardo, hijo del presidente Arévalo.

Al respecto hay algunas reflexiones indispensables. Una de ellas tiene que ver con el legado de la revolución de octubre. Si bien es cierto que hoy día el grito de Viva Arévalo recorre el país, quizás sea oportuno subrayar, para uso de las nuevas generaciones, que, durante el gobierno de Juan José Arévalo, se introdujeron en la vida nacional varias instituciones que a la fecha son los principales legados de esa revolución democrática. Uno de ellos es el Código de Trabajo, que lleva los años transcurridos desde entonces y particularmente luego de la invasión contrarrevolucionaria de 1954, sufriendo ataques sistemáticos para desaparecerlo.

Son los embates sistemáticos con picos cíclicos, que han tratado entre otros intentos, de derogarlo, de reformarlo hasta hacerlo irreconocible, y de manera general, de no respetarlo. Y hay que decirlo, pues se trata del pensamiento neoliberal que se coló por todos lados, que entonto de todas las maneras, que hizo todos los esfuerzos para burlar el código de trabajo. Es por ello que una de las más grandes expectativas entre muchos es el respeto irrestricto al código de trabajo, que integra los derechos laborales más sentidos, entre los cuales, salarios dignos, derechos sindicales, organización, etcétera.

El otro gran logro es el seguro social. El IGSS, fundado en esa revolución, y en los dos casos código de trabajo y seguro social, como los legados más relevantes del presidente Juan José Arévalo. En el caso del IGSS, son ampliamente conocidos los intentos por privatizarlo, desfinanciarlo, utilizarlo como botín político. Pero con una idea fija: desligarlo de la revolución de octubre. En la misma línea de pensamiento que con el código de trabajo. En el menos grave de los casos, se recuerda el código de trabajo, pero se le descafeína, es decir, se le quita toda la relación con la revolución de octubre. Con la primavera democrática de los 10 años de gobiernos revolucionarios, iniciada con Arévalo y que concluye con el golpe-invasión de 1954 en contra del presidente Jacobo Árbenz, orquestado, dirigido, financiado, por el gobierno de los EEUU, en los años bárbaros de la guerra fría.

Muchas cosas más se encuentran en el legado de la primavera democrática, la educación con las escuelas normales y las de tipo federación, la soberanía reencontrada, la reforma agraria, las libertades políticas, el florecimiento de la cultura (creación del Ballet, sinfónica, etc.), muchas cosas más, entre las cuales, el derecho de voto de las mujeres en la elección de Arévalo.  Son los hechos de los gobiernos que por diez años nos hicieron soñar, como país y por supuesto, a nuestros padres, a nuestros abuelos.

Pero desde el 25J, asistimos al intento de volver sobre los pasos andados y retomarlos, proyectarlos, para construir un mejor país. En esos esfuerzos al grito renovado de ¡Viva Arévalo!, seguro nos encontramos.

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