Por Fernando Espina
La distancia física y mental de Guatemala, no estar vinculado con partido político alguno y no querer que gane las elecciones uno en concreto, sino más bien un mejor futuro para todos, me dan una visión más clara e imparcial de lo que sucede con la democracia en el país en estos momentos electorales tan convulsos.
La democracia no es un sistema perfecto y va mucho más allá de las elecciones, pero no se puede negar que las elecciones “libres e informadas” son en la actualidad su corazón, al ser el momento material en el que el ciudadano ejerce su poder a través del voto. La otra forma en la que los ciudadanos suelen expresarse son las manifestaciones y las revoluciones, pero eso no parece una opción en estos momentos. Por eso en Guatemala hasta los más revolucionarios y antisistema tienen su partido político e intentan llegar al poder por la vía democrática, aunque cada vez sea más difícil.
A nivel mundial se vive una grave crisis de democracia y representación política. Hay un malestar generalizado hacia la clase política y los gobernantes. Ecuador, Perú y Sri Lanka son algunos ejemplos actuales. La gente siente que la democracia no sirve de nada, que no importa por quien vote si todos dan continuidad a lo mismo. El voto ha ido quedando sólo como un rechazo al gobierno de turno o al sistema político, como un castigo al candidato que les cae mal. Ahí están unos y otros desesperados por ir a castigar con su voto a Sandra o a Zury.
En estos momentos de desprestigio de la democracia y de los políticos votar por un buen candidato o por una buena propuesta no es más una opción. Eso no vende. Ya pasó de moda. La ciudadanía se organiza y se motiva por votar en contra de algo o de alguien que identifican como una amenaza real a lo poco que le queda.
Guatemala viene arrastrando el desgaste de la democracia y el desprestigio hacia los políticos de forma evidente desde 2015, cuando la ciudadanía votó contra ellos para poner al primer outsider (“no político tradicional”) de la historia en la presidencia. En 2019 ese descontento se vio representado en el cuarto lugar obtenido por el MLP, el único partido antisistema al que el poder no iba entonces, y menos ahora, permitir que ganara una elección. Ellos aseguran que les hicieron fraude. En el 2023 ese descontento lo venía acaparando Carlos Pineda. Un candidato outsider que insultaba y se burlaba en redes sociales de sus contrincantes. Quienes, con asombro y espanto, lo veían crecer sin tener un plan de gobierno, desacreditando las estadísticas oficiales sobre desnutrición infantil y manejando hacia la presidencia un carro prestado lleno de gente de dudosa reputación.
La aparición en el ruedo político con tanto éxito de figuras como Carlos Pineda no es nueva y exclusiva de nuestro país. El desgaste de la democracia es ideal para el surgimiento de populistas de derecha, al borde del fascismo dictatorial, como Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Milei en Argentina, Bukele en El Salvador, que insultan, menosprecian, y culpan, con bastante razón, a los políticos tradicionales de las malas condiciones en las que viven los ciudadanos. Sin embargo, ellos no son diferentes, ya en el poder hacen todo lo que está en sus manos para no irse o para consolidar proyectos conservadores de los que son parte: toman el congreso, cooptan las instituciones de justicia y electorales para cancelar candidatos, persiguen a los opositores, cierran medios y callan a periodistas que les son incómodos.
No es casualidad que en Guatemala estemos como estamos. Aunque no ha habido continuidad de partido político de 2015 a la fecha y no la habrá en 2023. Sí la ha habido y la seguirá habiendo del mismo proyecto conservador que cierra filas para que solo se pueda escoger entre sus candidatos.
¿Qué podemos hacer ante esta grave situación? ¿Qué se ha hecho en otros países? Pareciera que la única salida viable, que ha funcionado en otros países, es hacer grandes alianzas de oposición de un objetivo concreto que puede ser: sacar al fascista de turno, romper el sistema o cambiar las reglas de juego para devolverle a la democracia su corazón: elecciones libres e informadas. Algunos ejemplos son los siguientes: La unión de fuerzas dentro del partido demócrata de Estados Unidos con actores sociales para sacar a Trump. Los partidos de izquierda y comunistas, estudiantes y pueblos indígenas de Chile se unieron para vencer en las urnas a la extrema derecha. Existe el rumor que en El Salvador está por presentarse una candidatura única de oposición contra Bukele, impulsada por la sociedad civil y apoyada tanto por el FMLN, de izquierda, como por Arena, de derecha. Esas fuerzas han entendido que lo que está en juego es mucho más que una elección, es su propia subsistencia ante un sistema que trata de eliminarlos para consolidarse como una visión única y absoluta.
En 2019 muchos guatemaltecos que querían votar en contra el sistema pedían, casi exigían, una alianza entre los partidos progresistas como Semilla, el MLP, la URNG, Winaq y Encuentro por Guatemala (EG). No se logró. Las desconfianzas históricas, los egos, los intereses personales y la falta de visión de país lo impidió.
Por curiosidad hice un ejercicio para ver qué hubiera pasado si dicha alianza hubiese existido y los resultados son contundentes: I. La alianza hubiera pasado a segunda vuelta electoral contra Sandra Torres al sumar 831,101 votos. Doscientos quince mil votos más que Giammattei. II. En lugar de 15 hubiesen obtenido 36 curules en el Congreso. Para ejemplificar la fuerza de la alianza veamos el caso del Distrito de Chimaltenango: ninguno de los partidos de la alianza obtuvo una diputación porque la cifra repartidora era superior a 10,000 votos y el partido de la alianza que más votos obtuvo fue el MLP: 8,234; seguido por Semilla: 6,599; EG con 6,531; Winaq con 5,196 y URNG con 3,494. Sin embargo, unidos hubiesen obtenido 30,054 votos, aún con el incremento de la cifra repartidora a 13,782 votos, hubieran alcanzado dos curules en dicho distrito. No dudo que los votos hubiesen sido más que la suma de los votos de cada partido al capitalizar el voto contra el sistema.
Cuatro años después la historia se repite, a pesar de que una vez más se pedía la alianza, cada uno de esos partidos va por su lado, más débiles que hace cuatro años y ante un escenario mucho más complicado porque tienen ahora toda la institucionalidad electoral y judicial en su contra. Ahora gritan: ¡Fraude electoral! ¡Elecciones amañadas! ¡judicialización de la política! Sin embargo, además de llorar, patalear y quejarse ante instancias y organismos internacionales que no tienen ninguna incidencia en política nacional, poco puede hacer cada uno por su lado para cambiar la situación.
Los partidos políticos no alineados deben entender que estamos en una grave crisis de democracia. Que su subsistencia está en juego. Que la ciudadanía espera mucho de ellos en estos momentos y no necesariamente un buen plan de gobierno. La gente espera una verdadera alternativa ganadora para arrancar de las manos el Estado a las élites económicas y políticas que lo han cooptado y nos han conducido a esta grave situación. Saben que no es fácil, que un partido en soledad no podrá hacerlo y por eso piden y ven como única opción una alianza de partidos no alineados.
La alianza no debe ser permanente ni general, debe ir hacia el objetivo concreto de liberar la democracia para que, en futuras elecciones, digamos las de 2031, puedan todos los partidos participar en igualdad de condiciones. Liberar la democracia pasa por dos cosas fundamentales: 1. Una nueva Ley Electoral y de Partidos Políticos que establezca un marco legal claro y que fortalezca al TSE para hacerlo cumplir; y 2. Elegir Cortes independientes. Ambas cosas están en manos del Congreso. Por eso la alianza debe enfocarse en ganar el Congreso o en hacer alianzas para avanzar en ese sentido.
Hay tres tiempos en los que las alianzas pueden darse: 1. antes de las elecciones, para que algunos partidos declinen candidaturas a la Presidencia y al Congreso en favor de otros con más posibilidades o llamar al voto por algún integrante de la alianza que tenga candidatos en los distritos que ellos no tengan. Poco Viable. 2. Después de las elecciones para empezar a trabajar dentro del Congreso por la reforma al LEPP y por la elección de Cortes. Más factible. 3. Una alianza político electoral con miras a las elecciones de 2027. Este último parece el escenario ideal porque habrá suficiente tiempo para: 1. llegar a acuerdos claros y concretos sobre los objetivos de la alianza (Nueva LEPP, elección de Cortes y elecciones anticipadas con la nueva legislación, por ejemplo); 2. Seleccionar a los mejores candidatos para la Presidencia y Vicepresidencia de la República, desde donde deben acompañar el proceso y seleccionar a personas idóneas y probas para la CC y para el Ministerio Público; 3. Aprovechar al máximo las capacidades de cada partido en cada distrito para seleccionar a los mejores candidatos a diputados y concejos municipales en cada listado. Entre otras tantas cosas que deben de definirse detalladamente para que la alianza dé los mejores frutos.
Si los partidos políticos progresistas y no alineados quieren seguir jugando a la democracia política electoral para ganar el poder deben escuchar a la gente y sentarse a dialogar con el fin de alcanzar acuerdos mínimos para ganarle al sistema en su cancha de juego y con sus reglas. No será fácil, pero parece la alternativa más viable en este contexto.