Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Héctor Silva

El grupo de políticos, empresarios y activistas de ultraderecha que han secuestrado el Estado en Guatemala decidieron aniquilarlo todo hace tiempo. Decidieron matar la democracia, el debido proceso, y la posibilidad de elecciones justas e igualitarias para instalar, de nuevo, un régimen de terror en el que a quienes levantan la voz les quede claro que los únicos destinos posibles al desafiarlos es la cárcel, la muerte o el exilio. Hoy, en ese afán, ese grupo culmina la persecución implacable que emprendió contra Jose Rubén Zamora, el exdirector de elPeriódico y uno de los periodistas que con más ahínco expuso la corruptela de quienes ahora lo persiguen.

Hoy, ese grupo que como un cáncer ha invadido la presidencia de la república, el Congreso, las cortes, el Ministerio Público y todas las entidades contraloras del Estado, brindará en sus cuevas, en sus despachos y guaridas por el triunfo logrado.

Hoy, fiscales, querellantes y corruptos, incluso algún minero kazajo, levantarán las copas después de que las cortes de Guatemala, apestadas ellas mismas por el compadrazgo criminal, sentencien a Zamora a muchos años de cárcel. Lo logramos, dirán; pusimos por un buen tiempo fuera de circulación al periodista que nos denunció y, con eso, le metimos el terror en los huesos a todos los demás, los que quieren seguirnos denunciando, se jactarán mientras se dan palmaditas entre ellos. Hoy aniquilamos a nuestro enemigo, será el grito de batalla que seguirá en sus cuentas de Twitter.

Y este día, cuando finalmente se conozca la sentencia del juicio sumario, sabremos que la democracia de Guatemala habrá retrocedido 30, 40, 50 años; que habrá vuelto a la edad oscura en que la mentalidad de contrainsurgencia, alimentada por los fantasmas alucinados de militares y empresarios, rescató el libro en que basta con la palabra de un acusador y la pantomima de una corte pusilánime para aniquilar al enemigo interno, en este caso al periodismo.

Una revisión somera de esa pantomima judicial en el caso contra Jose Rubén Zamora basta para entender que todo es una farsa, una simulación de justicia que pretende dar apariencia de legalidad a algo que no es más que una venganza política y un acto de terrorismo estatal. Todo el caso está basado en un cúmulo de supuestas pruebas obtenidas de forma ilegal, en un testigo sin credibilidad y en un proceso trucado que impidió incluso que el acusado presentara sus testigos de descargo.

Cinthia Monterroso, la fiscal que se encargó de ejecutar esta persecución en la corte, nunca tuvo reparo en decirle al país y al mundo que lo suyo fue una operación de venganza, de persecución política. Cuando tuvo que justificar su actuación en el alegato final contra Zamora, la fiscal no pudo pasar del condicional para describir las supuestas acciones del periodista: ni siquiera ella compró el cúmulo de mentiras que llevó al tribunal. Pero eso, en este país y en estas cortes, no importa.

Aun después de cerrar el caso por el que Zamora está a punto de conocer sentencia, Monterroso fue y coronó el absurdo al acusar de falsedad al periodista por firmas que él estampó en los formularios aduaneros que se llenan al ingresar a Guatemala. Quien haya llenado esos papeles sabe que nadie los lee, que se llenan porque hay que entregarlos en un acto mecánico en el aeropuerto La Aurora o en las fronteras… ¿Qué sigue? ¿Procesar a Zamora porque a la licenciada Monterroso o a sus jefes no les gusta el color de sus zapatos?

Monterroso es solo una peona que se mueve según deciden su jefe inmediato, el inefable Rafael Curruchiche, o la jefa de ambos, la señora Consuelo Porras, o la Fundación contra el Terrorismo, querellante particular que, en la práctica, actúa como coordinador de acusaciones en este MP.

No hay final feliz en esta historia. No la hay para Jose Rubén Zamora y su familia, que lleva más de dos décadas temiendo un balazo, un accidente de carro, un secuestro, una venganza. No la hay para la Guatemala de los Monterroso, Porras, Curruchiche, Méndez Ruiz y Giammattei -el valedor de todos-, cuyas persecuciones a quienes considera enemigos continuarán tras la próxima elección. Y no la hay para Centroamérica, que sigue viendo en su hermana mayor del norte como vuelven a triunfar los tiranos.

Ya en 2014, cuando lo conocí en un evento académico en Washington, DC, Jose Rubén Zamora hablaba de la narco cleptocracia que se había apoderado de su país. Eran los años de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, cuando el saqueo público alcanzaba niveles de espectáculo, y Zamora y su periódico denunciaban aquellas corruptelas como lo hacían desde que elPeriódico se fundó tras la firma del acuerdo de paz guatemalteco, en 1996. Recuerdo que aquel día, Zamora dijo esto al público: el periodismo es una herramienta ciudadana. En 2015, poco después de aquel encuentro, Guatemala se lanzó a las calles para sacar del poder a los saqueadores de turno.

Pero todo aquello duraría muy poco. En 2016 llegó Jimmy Morales y aupados con él los empresarios, políticos y delincuentes que, en tiempo récord, hicieron sus listas de enemigos y reacomodaron todo lo que tenían que reacomodar en el Estado para aniquilarlos. Con Morales llegó Consuelo Porras, y luego vino Alejandro Giammattei. Y Jose Rubén Zamora estuvo ahí para contar y explicar los desmanes de todos ellos. Y para hacerlo mantuvo, con las uñas, su periódico, que fue también el de decenas de periodistas guatemaltecos que desde ahí investigaron al poder.

A Giammattei, Zamora le descubrió el soborno ruso por las minas de Izabal y el Puerto Santo Tomás de Castilla, y le descubrió el rol de Miguel Martínez en el gobierno. Por eso, Giammattei lo convirtió en su enemigo número uno, y por eso se ensañaron el MP y los demás. Por eso Jose Rubén Zamora espera hoy una sentencia absurda y criminal.

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