Por Ilka Oliva-Corado
Cecilia nunca imaginó que, de trabajar en una maquila en su natal Puerto Lempira, Gracias a Dios, Honduras, llegaría a trabajar pintando casas en Estados Unidos. Ella no aterrizó en restaurantes de comida rápida, tampoco en trabajos de mantenimiento, la esperaba el rubro de la construcción y la jardinería.
Aunque en su país de origen las mujeres que cargan con la familia en hombros están acostumbradas a realizar tareas que por género les corresponderían a los hombres, lo nuevo para ella fue subirse en unos zancos para pintar el cielo de las casas. Cuando emigró le dijeron que trabajo en Estados Unidos había de sobra, todo dependería de a qué estado se iba, si a uno que produce frutas y verduras o a uno industrial.
Cecilia emigró siguiendo el amor de Paco, su novio de toda la vida con el que se casó un mes antes de que él emigrara, no le dio tiempo de embarazarse, aunque lo hubiera querido. Pasaron tres años y Paco no la mandó a traer como se lo prometió, siempre que la llamaba le decía que el trabajo estaba lento y no había podido ahorrar para el viaje, entonces ella lo arregló con los primos que tenía en Las Vegas y emigró el día de su cumpleaños diecinueve.
Al llegar se enteró que su Paco querido vivía con otra mujer, lo desterró de su vida y se prometió que en cuanto lograra ahorrar tramitaría los papeles del divorcio. Su primer trabajo fue cortando grama con una máquina podadora pequeña, la industrial la impresionó, pero después de dos años la manejó. Cinco años trabajó en la jardinería, nada distinto a su trabajo en el campo.
Un día le llegó la oferta de trabajar colocando techos en las casas y se aventó, ganaría cinco dólares más por hora. Un trabajo cansado y de mucho estrés para sus rodillas pues estaba todo el día hincada, pero aprendió el oficio muy rápido. Estuvo ahí dos años, a los veintiséis un pretendiente le ofreció trabajo pintando casas y decidió intentarlo, empezó por el principio, aprendiendo el nombre de las herramientas, sacudiendo el polvo de las paredes y a cómo revolver la pintura.
Diez años lleva Cecilia trabajando, pintando casas, se especializó en los acabados, al puro tanteo, nadie le enseñó, pero desde el primer día puso atención a todo lo que hacían sus compañeros. Así es como durante el día Cecilia se sube en los grandes zancos para pintar los cielos de las casas y hacer las decoraciones que piden los dueños, en ese trabajo echó a andar su imaginación y de las manos le brotaron ramas de árboles y colores de cielos en pampa, ríos de aguas cristalinas y flores de multicolores.
Por las noches cuando llega al apartamento donde vive con sus primos, Cecilia toma los lienzos y comienza a pintar, la artista que la miseria en su país no le permitió desarrollar finalmente en El Norte puede ser. Ella pinta para que su alma se exprese, después saca los lienzos de los marcos, los enrolla y los guarda debajo de su cama, para dar paso finalmente al descanso y soñar con lienzos, colores y pinceles.
Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com