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¿Hacia dónde va la Psicología en el siglo XXI?

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Marcelo Colussi

Psicología: ciencia de la conducta, del comportamiento humano. Esa escueta definición dice mucho, quizá demasiado. Es la ciencia o, digámoslo más claramente, es la pretensión de constituirse en un saber riguroso, científico, que pueda dar cuenta de por qué somos como somos, de por qué actuamos como actuamos. Surgida ya como tal en la segunda mitad del siglo XIX en Leipzig, Alemania, con los estudios de Wilhelm Wundt y su introspeccionismo, pero trayendo tras de sí una milenaria preocupación por la forma de actuar de los seres humanos, no ha parado de desarrollarse desde entonces, estando presente hoy día en numerosos campos: la psicopatología, la publicidad, la educación, el ámbito militar, el deporte, la orientación vocacional, la selección y manejo de recurso humano, la práctica forense.

Todo indica que el discurso y la ideología capitalistas, más aún en su actual versión neoliberal (capitalismo salvaje, sin anestesia), alientan buena parte de las intervenciones que caen bajo la denominación de “Psicología”. Muchas de las acciones que hacen los profesionales de la materia tienen una clara orientación pro-sistema, en tanto ayudan a mantener y/o reforzar el statu quo actual.

La dispersión de escuelas, enfoques, tendencias y modalidades que existe es tan grande que se hace imposible hablar de “la” Psicología. Una variedad de intervenciones tan diversa cae bajo su paraguas que, en términos de descripción de la situación, sería más pertinente hablar de “las Psicologías”. Incluiría eso todo lo que la academia elabora como saber sistemático, más las prácticas tradicionales existentes en diversas latitudes del planeta que, de un modo u otro, se ubican también bajo esa denominación, aunque de hecho no reciban ese nombre, siempre ligadas a la atención del malestar anímico (que, indefectiblemente, está entre todos los seres humanos. “Malestar en la cultura”, alertaba Freud).

Ubicada en el campo de las ciencias sociales, su inspiración cada vez está más cerca del positivismo ligado a la Biología o las ciencias médicas que a planteamientos con contenido social-antropológico. Su metodología se fascina con el laboratorio y la experimentación, encontrando ahí su referente fundamental, obnubilada con el criterio de rigor científico que otorgan las hoy conocidas como Neurociencias.

La modalidad que ha ido tomando la Psicología al considerarse ciencia se ha hecho desde los parámetros dominantes en este aspecto, es decir: los modelos surgidos en Occidente (Europa y luego Estados Unidos). Los distintos saberes científicos del campo físico, de las llamadas ciencias exactas (Física, Química, Matemáticas, Biología, etc.) tienen una pretensión de universalidad. No sucede exactamente así con el ámbito social-humanístico. En Psicología se polariza más aún la situación. La formación académica de las y los psicólogos en todo el mundo asienta en modelos occidentales, repitiendo de algún modo esa abigarrada dispersión de enfoques, priorizando en términos generales 1) un abordaje clínico o 2) una técnica de trabajo con grandes grupos o masas, o el manejo de los trabajadores con la llamada Psicología Organizacional o Industrial. A esa universalización del saber psicológico se le oponen llamados a desarrollar Psicologías con características regionales: latinoamericana, africana, hindú, japonesa. Más allá de ese pedido, tomando distancia del colonialismo cultural que ha impuesto el Occidente industrializado, esa Psicología transcultural no ha podido desarrollar hasta ahora una teoría propia con raigambre autóctona. Es una pretensión/reivindicación más bien ideológica, pero no se halla una teoría propia que la mantenga.

En términos generales la Psicología no presenta un planteo teórico en torno al sujeto que le sea propio, estableciendo conceptos fundamentales que abran un campo novedoso en los saberes. La única teoría que se mueve en esa dirección es el Psicoanálisis, con su descubrimiento del inconsciente. De hecho, la formulación de un sujeto no explicado solo en términos biológicos sino construido a partir de su ingreso a la cultura (lo que Freud denominó “complejo de Edipo” y Lacan perfeccionó/amplió con los tres tiempos en que el mismo se despliega, enfatizando los conceptos articuladores de falo y castración) se muestra fecunda para entender la subjetividad del sujeto, y consecuentemente poder operar con mayor éxito sobre él, resolviendo malestares y angustias varias. De todos modos, el peso de la ideología racionalista tradicional y el negocio capitalista (manejo de personal, eufemísticamente llamado Talento Humano, manipulación de masas, venta de psicofármacos, Psicología positiva centrada en los aspectos conscientes con las consecuentes “técnicas” para manejar el malestar anímico) no le ha permitido expandirse, dejándolo siempre en un rincón de cierta marginalidad. Si bien en algunos países corre mejor suerte, en general en todo el mundo no está en plena expansión. Al contrario, las Neurociencias le arrebatan cada vez más su grupo-objetivo, condenándolo por “anticientífico”, charlatanería barata, pansexualista.

La idea de una Psicología para la liberación no prosperó, porque la liberación social (la transformación política revolucionaria de las estructuras económico-sociales vigentes basadas en la explotación de las grandes mayorías populares) no puede darse a partir de una determinada práctica científica (la Psicología o cualquier otra ciencia) sino a partir de la práctica política de los pueblos. La única liberación posible en el ámbito personal la puede otorgar el ejercicio clínico del Psicoanálisis, pero las Psicologías de la “caricia” y la medicalización psiquiátrica crecientes le obturan su desarrollo. La población, por diversos motivos, termina buscando mucho más esos caminos y no la clínica psicoanalítica, bastante demonizada desde prejuicios invalidantes en el campo de la salud. El abrazo tierno y la promesa de felicidad que ofrecen las Psicologías no asustan, no duelen; el bucear en la propia historia para encontrar y procesar los límites en tanto pasos imprescindible para la curación, sí.

La Psicología clínica que se va imponiendo mundialmente busca tratamientos rápidos, efectistas, centrados básicamente en la desaparición de síntomas y en la pronta reincorporación del sujeto padeciente a la normalidad convencional, con una fuerte presencia de la ideología biomédica y psiquiátrica apoyada en la “rigurosidad” de las Neurociencias. Planteos como el Psicoanálisis, que buscan desentrañar causas profundas de las afecciones para lo que se hace necesarios tratamientos prolongados, ocupan un lugar marginal, sin que se vislumbre la posibilidad de su crecimiento. Todo indica que es muy probable ir caminando hacia un robot, una inteligencia artificial debidamente preparada con sus infinitos algoritmos que atienda las penurias anímicas de la gente, quizá en forma virtual incluso, y recete: 1) consejos prácticos centrados en la Psicología positiva: “técnicas para manejar el estrés”, por ejemplo, o 2) psicofármacos.

Las políticas públicas de salud mental se muestran psiquiatrizadas y no ponen el acento en la prevención, entendida como la posibilidad de hablar de los problemas, rompiendo mitos y prejuicios (única “prevención” posible en el campo de la salud mental, dado que no se puede prevenir el conflicto, el malestar intrínseco a la condición humana). La Psicología, en términos generales, es arrastrada por esta tendencia a la dulcificación, a ser una “técnica de readaptación”.

Tal como van las cosas, todo indica que la Psicología, aún con esa dispersión enorme de escuelas y tendencias, se encamina cada vez más a ser una técnica a) de reeducación/adaptación (en lo individual) o b) de manejo de multitudes en los ámbitos sociales como la publicidad, la formación de opinión pública y el desarrollo de neuroarmas (armas que sirven para influir directamente sobre la conducta humana a través de la alteración de funciones del sistema nervioso central, manipulando procesos cognitivos y emocionales, influyendo abiertamente sobre ciertas capacidades humanas tales como la percepción, el razonamiento, los valores éticos o la tolerancia al dolor). O c) un mecanismo de control del personal asalariado, dándose el ampuloso nombre de “organizacional”.

La tendencia general de la Psicología no parece estar sirviendo para ninguna liberación sino para profundizar la opresión. En el ámbito de lo social se impuso lo dicho por Edward Bernays, sobrino de Freud, quien llevó la idea de inconsciente a Estados Unidos dando lugar a la Psicología del manejo de masas: “El estudio sistemático de la psicología de masas reveló a sus estudiosos las posibilidades de un gobierno invisible de la sociedad mediante la manipulación de los motivos que impulsan las acciones del ser humano en el seno de un grupo”. En el ámbito clínico, la preponderancia que han tomado las Neurociencias, como expresa Nora Merlín, “implican el triunfo de la medicalización, del paradigma positivista y de la investigación técnica desligada de los efectos políticos y subjetivos de vivir con otros y otras. Supone el negocio de los laboratorios y el triunfo de la colonización neoliberal”.

Aunque es imposible predecir con exactitud hacia dónde marcha la Psicología -y este muy modesto opúsculo ni siquiera se lo plantea- pareciera que la tendencia dominante es a convertirla en una técnica al servicio de la “adaptación social”.

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