Créditos: Prensa Comunitaria
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 Por Edgar Gutiérrez Girón

Confesiones de un aficionado

Desde niño renuncié a seguir el futbol profesional y a indignarme por lo que ocurría dentro y fuera de la cancha. Momentos de depresión por las derrotas de los rojos del Municipal y sentimientos de agravio y traición al observar a Nacho González y Nixón García -los insignes porteros de los rojos y cremas- conviviendo en un bar de mala muerte de la calle Martí en la víspera de un clásico.

Por supuesto, a la hora del partido, ninguno de los dos le atinó. Ni me acuerdo del marcador final, solo que a partir de ahí decreté mi divorcio con las fanaticadas. Pero después regresaba, cada cuatro años, en los mundiales. Inevitable, como las fiestas de la Navidad.

El mundial inolvidable es México 1970 con el Brasil liderado por Pelé. Vivía en Las Charcas, zona 11, y, como la mayoría de mis amigos que rondábamos los nueve años, no teníamos tele en casa, así que hacíamos cooperacha para lograr un precio especial por volumen con el niño acomodado del vecindario.

La final la vimos en casa de mis tíos jóvenes en la zona 7. Apuraba a mi madre para que llegáramos a tiempo, y cuando por fin entramos a la sala ella preguntó: “¿por qué es tan importante este partido?” Y mi tío Arturo, siempre amable, le responde: “Marina, es Brasil, como si Guatemala estuviera jugando la final del mundial.” Nada más lejos de la realidad, pero era nuestra empatía.

Muchos años después (mundial del 2006) estaba en la casa de Quique de León, en Santa Rosalía, viendo el partido de octavos de final Argentina vs. México, cuando en el segundo tiempo entra de relevo, con la camiseta 19, un jovencito de apenas 18 años, peludo y pequeñito, y les digo a mis amigos: este chavo tiene planta de genio. Allí descubrí a Messi y le seguí la pista, hasta ahora.

Me hizo volver al futbol, incluso a los estadios y a desgarrarme como pinche fanático. Lo peor es que llevé a casa el virus. Por fortuna no le vamos a los mismos equipos en las diferentes ligas. Y nos apoyamos mutuamente. Por ejemplo, nos volvimos seguidores del Arsenal, también de la Roma (nos divorciamos de la Juve cuando llegó Cristiano), de los Pumas y, claro, volví al Municipal, aunque siga en mala racha.

Ahora muchos dicen que opera una conspiración cuasi planetaria para que Messi corone sus siete balones de oro y sus seis botas de oro, más no sé cuántos campeonatos y records, con el mundial Qatar 2022. No lo sé, pero, así como Cristiano expuso su humanidad tras la muerte de su niño, Messi explotó internamente y al final habló e inspiró a su equipo. Rompió el Asperger que quizá una tercera parte de la humanidad llevamos dentro y asumió su liderazgo: es el primer director técnico que veo dentro de la cancha. Me arrepiento: Beckenbauer y otros contados con los dedos de la mano lo han desempeñado de manera genial.

No sé si importa el resultado de la final del domingo. Casi todo está escrito. Francia tiene una máquina demoledora, pero falible (ayer Marruecos mereció ir hasta los penales). Argentina es un grito ahogado en la garganta que este chico que descubrí con Quique hace tantos años, puede liberar. Está decidido a reventar. Esto es más que futbol.

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