Por Edgar Gutiérrez Girón
El más cómodo para la legión de asaltantes
Guatemala no es una democracia y tampoco una dictadura plena. Es un régimen híbrido que se nutre últimamente de las desgracias sociales: la pandemia y las tormentas tropicales en 2020 y 2021, y los bochornosos estragos en la infraestructura pública con las primeras lluvias en 2022.
Este año le abrieron un agujero de más de Q 7 mil 500 millones al presupuesto público, que se reparten supuestamente entre las dichosas obras de infraestructura, subsidios a los combustibles y un neo-estado de calamidad. Solo ciertos funcionarios del gobierno, los diputados y sus empresas y ONG saben el destino real de esos multi-millones.
El signo más ominoso de este régimen híbrido es la captura absoluta del sistema de justicia. No solo garantiza la impunidad de la gran corrupción, sino que debilita las libertades civiles -como nunca desde 1996- empleando el derecho penal como instrumento de persecución política selectiva.
Es persecución política no porque se dirija contra políticos de oposición sino contra veedores y constructores del Estado de derecho; no importa si eres fiscal o juez leal a la Constitución, periodista independiente o defensor de derechos humanos. No inquietas su ejercicio impune del poder del dinero, pero ya se convencieron de que no deben soportar piedritas en el zapato.
Si entre 2015 y 2018 hablábamos de la crisis de construcción del Estado de derecho, entre 2019 y 2022 nos referimos a la crisis de destrucción del Estado de derecho, que arrastra la siempre frágil ecología de la democracia.
No obstante, el régimen híbrido se instala como proyecto de poder. Es el más cómodo para quienes el ejercicio de poder solo adquiere sentido con el dinero contante y sonante, por más que le espolvoreen ultra conservadurismo y religiosidad -dignos de mejores causas- pretendiendo afirmar una identidad política e ideológica que, en realidad, es subsidiaria.
Para edificar democracias o dictaduras se requiere convicción profunda y estrategia política. Para los demócratas y dictadores el dinero es un medio, no un fin. Para los constructores del régimen híbrido es al revés. Es cierto que en los márgenes de este régimen híbrido hay voluntades dictatoriales y muchos resentimientos, odios y prejuicios. Influyen, pero seguramente no serían tan entusiastas ni vociferantes si detrás no ven negocios.
Esa condición del régimen híbrido ha sido su éxito hasta ahora, pero podría ser su veneno. Parece que Giammattei no reúne las condiciones para conducir la transición del régimen híbrido, pues le atrapa su miedo a perder el control y le carcome la paranoia de la traición.
La crisis de conducción crecerá a medida que se aproxime el proceso electoral. Están probadas todas las formas de fraude en los dos últimos años (Cortes del OJ, CC, MP y USAC). El gran fraude implica una mudanza mayor en el tablero, pero a veces la política muestra un fondo baladí cuando el dinero ya alteró la ecuación. Creo que aún no.