Xiomara Castro reunió en torno a su candidatura a la mayoría de los sectores progresistas de Honduras. Cuando ganó, en noviembre, una ola de entusiasmo sacudió al país. A partir de este jueves, Castro empieza a despachar desde la casa presidencial en Tegucigalpa. Su primer reto: plantar cara a las omnipresentes mafias políticas.
Por Héctor Silva Ávalos
Xiomara Castro asume, con presidentes latinoamericanos de todos los signos ideológicos y la vicepresidenta de Estados Unidos como testigos, el cargo que ganó en las urnas en noviembre pasado: presidenta de la república de Honduras. Sus detractores hubiesen preferido que ella jamás pisara la casa presidencial en Tegucigalpa.
Para llegar hasta la casa de gobierno, Xiomara Castro ha tenido que enfrentar a todos los monstruos que se le crecieron a Honduras en los 12 años que el Partido Nacional, comandado primero por Porfirio Lobo y durante la última década por Juan Orlando Hernández, ambos señalados de complicidad con el crimen organizado. Son monstruos temibles, el narcotráfico, la violencia estatal y la impunidad entre los más imponentes, cuyos fantasmas seguirán recorriendo los pasillos y oficinas desde los que hoy toca a Castro dirigir el país y a los que la presidenta debe exorcizar desde el principio, sin vacilar, para tener mesa limpia.
Los monstruos mostraron sus colmillos incluso antes de que la presidenta electa jurara ante la Constitución.
Diez días antes de la toma de posesión, un grupo de diputados disidentes de Libertad y Refundación (Libre), el partido de Castro, se juntó con colegas del Partido Nacional de JOH, como popularmente se conoce a Hernández, el presidente que se va, y otros del Partido Liberal para intentar arrebatar a la presidenta la gobernabilidad en el Congreso.
Tienen, los nacionalistas de Hernández y los liberales, comandados por el empresario Yani Rosenthal, mucho que perder si la gestión de la presidenta Castro, apoyada por un Congreso afín, deriva en la persecución de las mafias políticas que han arrodillado a Honduras.
Sobre JOH pesa la cada vez más real posibilidad de que Estados Unidos lo pida en extradición para que responda ante una corte de Nueva York por delitos de narcotráfico, y Rosenthal es miembro de la élite más depredadora de Honduras, una que se alió al narcotráfico para lavarle el dinero y hacer negocios; él mismo, Yani, fue condenado en Estados Unidos por blanquear activos de Los Cachiros, la banda de narcotráfico más violenta en la historia del país, responsable por la muerte de centenares de hondureños.
Sin concesiones políticas ni demasiadas vueltas retóricas, las élites que comandó durante una década Juan Orlando Hernández hicieron todo lo necesario por blindarse. JOH y los suyos se hicieron con la Corte Suprema de Justicia, el Ministerio Público y la Policía Nacional para evitar sustos; echaron también a la Misión de Apoyo Contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (MACCIH), la organización supranacional de investigación criminal que trabajó junto a un puñado de fiscales locales casos que llegaron a tocar a algunos monstruos de nivel medio.
A JOH no lo paraba nadie, ni siquiera Washington, cuyos fiscales lo señalaron como cómplice en una red internacional de narcotráfico que se nutría del Estado hondureño. Aun cuando el Departamento de Justicia afianzó una condena por tráfico de cocaína a Juan Antonio “Tony” Hernández, hermano del presidente, JOH se escudó en las instituciones que él controlaba a placer para evitar sustos.
La victoria de Xiomara Castro, quien hizo campaña prometiendo que volverá a llevar a Honduras algo parecido a la MACCIH y ha ofrecido mano dura contra los narcos, ha cambiado la ecuación para los JOH, los Yanis y demás.
La primera movida de las mafias ha sido intentar tomarse el Congreso para hacer más cuesta arriba un escenario en el que la extradición de Juan Orlando Hernández, la llegada de una comisión internacional anticorrupción o la elección de un fiscal independiente sean acciones políticas posibles.
Jorge Cálix, un diputado que llegó al Congreso con la bandera de Libre, el partido de Xiomara, es el rostro visible de la maniobra. Cálix se dio vuelta para hacer bloque con los diputados del Partido Nacional y Liberal con el fin de frenar los ímpetus de la nueva presidenta. Ya Cálix fue claro, por ejemplo, en el tema de la extradición; promoverá, dijo, una ley que imposibilite la expatriación de hondureños para que sean juzgados en otros países.
No es un mapa fácil para la presidenta, pero a ella la acompaña, por ahora, la legitimidad de la que Juan Orlando Hernández carecía desde que, en 2017, se reeligió en franco desafío a la Constitución y luego de unas elecciones plagadas de irregularidades. A Xiomara Castro la valida un triunfo electoral sin fisuras.
También tendrá, la nueva presidenta, que enfrentar a sus propios fantasmas: sobre su esposo, Manuel “Mel” Zelaya, y varios diputados de Libre pesan aún señalamientos serios de corrupción, compadrazgo, incluso narcotráfico. Pero Xiomara no es Mel y, al menos por ahora, a ella la acompaña un voto de confianza que alcanza para varios sectores de la sociedad civil hondureña -desde la izquierda hasta el centro- y de los actores internacionales más influyentes en la región.
A la toma de posesión de Castro en el Estadio Nacional de Tegucigalpa se apuntaron Kamala Harris, la número dos de Washington, viejos representantes de la izquierda latinoamericana como la vicepresidenta argentina Cristina Fernández y el expresidente boliviano Evo Morales, y nuevos como el chileno Gabriel Boric, cuya elección en Chile ha despertado tanto entusiasmo entre los sectores políticos más progresistas. Hace un buen rato que un presidente centroamericano no generaba tanta expectativa.
Durante una década, Honduras vio su territorio convertido en feudo del crimen organizado, cuyo cuartel general, según decenas de documentos judiciales estadounidenses y testimonios recogidos en varias regiones del país, estaba en la mismísima casa presidencial.
Como también ha ocurrido en los vecinos El Salvador y Guatemala, en Honduras las mafias políticas se apropiaron de todo para asegurar sus empresas criminales y saquear los dineros públicos. Como otros antes que ella, Xiomara Castro ha llegado a la cúspide del poder político en Tegucigalpa con la promesa de limpiar la cloaca. Le toca, ahora, enfrentar a los monstruos y los fantasmas.