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Dossier de la Muerte (Parte I)

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Créditos: Jilberto Morales
Tiempo de lectura: 7 minutos

 

El documento del cual se extraen referencias para escribir este artículo también es conocido como Diario Militar. El mismo le fue entregado a Kate Doyle directiva del Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad de Washington por un miembro de la inteligencia del ejército.

 Por Gilberto Morales

El Partido Guatemalteco del Trabajo era por definición una organización reformista. Sólo en coyunturas especiales y forzado por las fuerzas determinantes en las mismas se vio obligado a buscar soluciones organizativas y a fijarse metas revolucionarias. El primer caso se da en los primeros años de la década de los 60, posteriores al triunfo del 26 de Julio en Cuba, en donde el régimen del general Fulgencio Batista se derrumbó bajo su propio peso en 1959, después de ser abandonado a su suerte por los Estados Unidos de América, en un prenuncio de los que veinte años después, en 1979, se repetiría en Nicaragua con el general Anastasio Somoza Debayle. Sin ese poderoso sostén, ambos regímenes cayeron por su propio peso, como en una especie de demolición controlada.

En esa situación política en donde el romanticismo y la emoción velaban cualquier juicio razonable, un número importante de la Juventud Patriótica del Trabajo –JPT-, su organización juvenil, y de cuadros maduros al interior de la estructura de ese partido político de izquierda, forzaron una alianza entre dos fuerzas más una tercera más aparente que real a constituir un grupo que se propuso el desarrollo de las acciones militares en una forma de guerra interna para la toma del poder y la reorganización de la sociedad  en su conjunto.

De esta forma en diciembre de 1962 se constituyen las Fuerzas Armadas Rebeldes –FAR-, integradas por un grupo de militares que se alzaron el 13 de noviembre de 1960. Grupo que no tenía ninguna definición ideológica y mucha ignorancia sobre “hacer” política, además de una escasa experiencia militar que no pasaba de lo aprendido en la academia y algunos entrenamientos en cuarteles y zonas militares de los EEUU. Varios de ellos eran fieles a la nueva doctrina de Seguridad Nacional abrevada tanto en la fuente nacional, la academia militar o Escuela Politécnica, como en los ya mencionados cuarteles de ese país neo-imperialista.

No había entre ellos militares con experiencia combativa, ni políticos avezados, ya que el sector civil que los acompañó en su asonada los abandonó cuando el futuro se planteaba como un proceso de guerra.

Las diferencias de criterio y concepción política eran tan severas que fueron determinantes en la desaparición del frente guerrillero de La Granadilla. Eran tan agudas estas diferencias que en el mismo campamento los efectivos de ambas posiciones acampaban separados. El grupo derechista que tomaba distancia del grupo de guerrilleros, cuyo origen político era la Juventud Patriótica del Trabajo, estaba bajo la jefatura del zacapaneco Bernal Hernández y oficial del ejército guatemalteco, que posteriormente se reintegra a la filas de esa fuerza represiva del Estado, hasta que encuentra la muerte por efectivos del revolucionario Ejército Guerrillero de los Pobres –EGP-, ya en la década de los 70.

Otra de las fuerzas políticas que constituyen a las FAR en el diciembre mencionado fue la aparente organización que se presenta a ese evento bajo el nombre de Movimiento 12 de Abril, nombrado en conmemoración de los estudiantes de Derecho asesinados frente a ese establecimiento universitario en esa fecha. Este grupo estaba integrado por algunos pocos estudiantes que se habían distinguido en la dirección de los movimientos de masa que se dieron en marzo y abril de 1962, y en su mayoría por integrantes de la organización juvenil de PGT.

Entre estos presentes en la constitución de esa organización estaba el posterior psiquiatra Carlos Estrada, el más tarde ingeniero Enrique Paz y Paz, el futuro abogado Roberto Taracena Samayoa y Horacio Flores, estudiante de Arquitectura. La tercera fuerza, como es sabido, fueron los cuadros de dirección del comunista Partido Guatemalteco del Trabajo.

El reformismo constitutivo del PGT

Aunque en el tercer congreso de esa organización política se aprobó el uso de algunas formas de violencia, esta concepción no llegaba a satisfacer la nueva demanda del recurso revolucionario de la violencia. Su manera de concebir y ejecutar la violencia no rebasaba la concepción del “brazo armado”, la que como se ha mencionado en otro artículo se limita a las acciones de carácter financiero, secuestros de acaudalados personajes de la derecha política y de la oligarquía, así también de asaltos a bancos con el mismo fin financiero. Eventualmente secuestros de altos funcionarios de gobierno cuyo fin era el cambio de detenidos y, en esa medida, su fin era político anteponiéndose a la satisfacción de necesidades financieras.

Otra característica de esta categoría de violencia era la protección de reuniones de dirigentes, la protección de estos mismos de manera individual en sus desplazamientos y el castigo por la vía de la muerte de represores que alcanzaron notabilidad por la cantidad y calidad de sus asesinatos y tortura. No se ejercía la violencia con fines revolucionarios de desplazar y sustituir el poder político y económico por otro que provocara un cambio estructural definitivo en función de satisfacer los intereses de la población pobre del país, obreros o su sucedáneo, campesinos y las capas medias con más limitaciones sociales y culturales.

A esta concepción reformista del uso de la violencia se oponía la categoría del ejército regular guerrillero y de su retaguardia urbana, mientras que el “brazo armado” se limitaba a un ejercicio de la violencia con un carácter más policiaco que militar y no pretendía la toma del poder por la vía de la violencia –de allí su carácter reformista-. El ejército regular guerrillero y su retaguardia urbana, por el contrario, pretendían el derrocamiento del régimen político y la instauración de un nuevo orden social, en otras palabras, la toma del poder. Esto lleva a que sus objetivos rebasen el carácter policiaco del “brazo armado” y sus objetivos tengan el carácter militar.

El triunfo del 26 de julio en Cuba había generado condiciones de exaltación a través de una narrativa que magnificaba esa gesta de poca duración, lo que necesariamente implica poca experiencia de su combatientes y oficiales enfrentados a un enemigo desentrenado y desmotivado –el de Batista era un ejército como el dominicano, digno para los desfiles y para lucir los entorchados militares, más que para el combate-; el apoyo político y militar de los EEUU es lo que lleva a un triunfo, que como se ha venido señalando obedecía más al carácter de fantoche de sus ejércitos –aunque sostenidos por una fuerza policiaca brutal y efectiva-, que creó en los corazones juveniles e irreflexivos de los post adolescentes y adolescentes de la JPT y de algunos cuadros militares de la organización madre, el PGT, la idea de repetir la experiencia de la Isla casi de manera mecánica al copiar la literatura revolucionaria de un inexperto militar conocido como Ernesto “Ché” Guevara: el “foco guerrillero.”

En ese caldo de cultivo histórico el reformista PGT se ve obligado a intentar un camino revolucionario con carácter militar, aunque tomaban distancia de la concepción militar del Frente Guerrillero Edgar Ibarra, grupo militar en donde quedó concentrada la concepción militar cubana y su fe en ese movimiento, oponían al “foco guerrillero” guevariano, la Guerra Revolucionaria del Pueblo, línea revolucionaria que proponía  la toma del poder político en la existencia de dos elementos sine qua non, las condiciones objetivas y las subjetivas para la revolución, entendiendo por las primeras la existencia de un grado inicuo de la explotación del trabajo con todas sus implicaciones sociales y la segunda, la subjetiva, que se materializaba en la existencia de la organización política de la conciencia revolucionaria, el Partido, de acuerdo con el pensamiento de Gyorgy Lucaks en Historia y Conciencia de Clase. Cumplidas estas dos condiciones la Guerra Revolucionaria del Pueblo consideraba tres etapas, la primera de acumulación de fuerza, la segunda que correspondía a una homologación de fuerzas tanto en lo militar como en lo político y la tercera o final que planteaba la toma del poder, a través de una no determinada forma de hacerlo, guerra irregular intensa o insurrección nacional.

Mientras el “foco guerrillero” guevariano, también teorizado por Regis Debray, suponía como necesario y suficiente la existencia de un pequeño grupo de revolucionarios para crear las condiciones subjetivas. A la par el futuro de ese pequeño grupo y su supuesto crecimiento sería la constitución de una columna madre de donde se desprenderían otras fuerzas que irían en otros lugares del territorio a constituirse en nuevos teatros de operación revolucionaria armada.

A pesar de todo esto, el drenaje de cuadros y la pérdida de hegemonía sobre los mismos vinculados al Frente Guerrillero Edgar Ibarra los obliga a intentar por segunda vez la línea militar revolucionaria creando el Regional “D”, con figuras emblemáticas de esa organización, como también se ha mencionado en otro artículo. Proyecto que finalmente no se llega a realizar por razones distintas, tanto la incorporación del experimentado Ricardo Miranda, Mano de Tigre, quien de acuerdo con información del Dr. Arturo Taracena Arriola termina vinculándose al 13 de Noviembre; la muerte en Jalpatagua, Jutiapa, sitiado en una casa de compañeros de Mario Lemus Chavarría, la desmovilización de Óscar Vargas Foronda por incapacidad para la vida de guerrillero, como por la incorporación de otros a las FAR en el fallido esfuerzo de constituir una columna madre (¡otra vez el inexperto Guevara!), como es el caso de Francisco López Polanco.

Hay un tercer intento en la primera mitad de los años 80 para establecer una guerrilla en Alta Verapaz, luego de que el partido comunista cubano abriera de nuevo las puertas de colaboración hacia el PGT, además de entrenar a algunos militantes de esa organización, en cursos de Estado Mayor, se dio el viaje hacia ese país de un experimentado cuadro tanto en lo político como en lo militar, Iginio, sobrino del viejo dirigente de ese partido, “Che” Manuel Fortuny Arana, por su parte el primero, militante de larga data en las FAR, que se incorpora al hasta ahora aludido partido político en la segunda mitad de los años 70, luego enfrentar problemas políticos con esa organización, en especialmente con su dirigente Jorge Ismael Soto García. El objetivo de este viaje era para consolidar el apoyo cubano para ese esfuerzo guerrillero.

Se repetía con esto las condiciones internas y externas que llevaron en esas tres ocasiones al Partido Guatemalteco del Trabajo a romper con sus fuertes raíces reformistas. En este caso las condiciones externas que forzaron ese intento era la madurez política y militar que habían alcanzado las tres organizaciones que se planteaban mediante la existencia de un ejército regular guerrillero y de una retaguardia urbana, la toma del poder político. Aunque conviene aclarar que luego de la experiencia fallida de las FAR en la constitución de una columna madre en la Sierra de Chuacús, desmovilizaron su fuerza y continuaron el trabajo organizativo viviendo entre la población afín. No es sino hasta el año 80, también por la consolidación de las fuerzas guerrilleras de ORPA y en especial del EGP, que deciden reconvertir su organización en una de combatientes guerrilleros, retomando su concepción original.

Luego de la desmovilización mencionada el concepto en la práctica desarrollado por las FAR era la misma del “brazo armado” llevado además por una inercia y el letargo viviendo de su pasado militar y construyendo mitos, como el de aseguraba que esa organización era la organización revolucionaria con más experiencia militar de América Latina. No fue poco el apoyo financiero de las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional, salvadoreña, que le permitieron cubrir los gastos propios de una organización política, con cuadros profesionalizados y viviendas que sirvieran para el funcionamiento de sus distintos aparatos.

Después de la ofensiva del ejército nacional que movilizó dos mil efectivos en contra de la pequeña fuerza guerrillera de la Sierra de las Minas y del 13 de Noviembre en Izabal, en octubre de 1966 y que constituyó la primera derrota militar de la izquierda revolucionaria guatemalteca, y del fracaso del proyecto de constitución del Regional “D”, el PGT realiza un reajuste táctico, también ya citado y referido documentalmente en otro artículo, en donde sostienen que la guerra les fue impuesta y en la práctica regresan a la limitada categoría de aplicación de la violencia que hemos venido denominando como “brazo armado.”

Ese fue el sino organizativo del PGT, impulsar una fuerza revolucionaria que después entraría en contradicción con las directrices y rutina reformista, para llegar a la ruptura organizativa y constituirse en una nueva fuerza o integrarse de manera individual a otras.

 

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