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Por Rafael Cuevas Molina

05 de agosto 2019

Me he enterado recientemente del convenio que firmó la Universidad de San Carlos con la Cámara de Industria: El Ejercicio Profesional Supervisado (EPS) que todo estudiante universitario está obligado a hacer en la universidad se realice, de ahora en adelante, en empresas afiliadas a esa cámara patronal.

Nada más alejado del espíritu con el que fue creado. El EPS nació en un tiempo convulso, en el que la universidad y sus autoridades se encontraban plenamente identificadas con encontrar soluciones a la situación de oprobiosa pobreza que azotaba y sigue azotando al país.

En efecto, a inicios de 1970 mi padre, el Dr. Rafael Cuevas del Cid, fue electo rector de la USAC por un período, en ese entonces no renovable, de cuatro años. Casi al mismo tiempo, el general Carlos Arana Osorio -conocido como “El chacal de Oriente” por la represión a la que había sometido a Zacapa, Jalapa, Santa Rosa y Chiquimula- llegó a la presidencia.

La Universidad de San Carlos era prácticamente el único espacio en el que podía ejercerse la reflexión crítica de la situación del país. La nueva administración universitaria se propuso potenciar el papel de la universidad como conciencia lúcida de la nación, y para ello conformó un equipo de apoyo entre los cuales se encontraban Roberto Díaz Castillo, Lionel Méndez Davila, Bernardo Lemus, Otto Menéndez, Fernando Méndez y Margarita Carrera.

Las iniciativas de este grupo de universitarios marcaron un antes y un después. Se crearon instituciones emblemáticas que entonces fueron vistas como focos de subversión por el gobierno de Arana: la Editorial Universitaria, que inmediatamente publicó algunos libros emblemáticos de las ciencias sociales centroamericanas como la Patria del Criollo, de Severo Martínez; el Centro de Estudios Folclóricos, que se dedicó al estudio de las culturas populares; la Casa de Santo Domingo, en Antigua Guatemala; la Cinemateca Enrique Torres, en donde los universitarios pudieron tener acceso al cine internacional de vanguardia y que el régimen consideraba pernicioso; la revista Alero, en la que colaboró la crema y nata de la intelectualidad del país hasta entonces marginada, diagramada e ilustrada en su primera época por Roberto Cabrera, y que marcó una época en la región centroamericana.

Dentro de estas iniciativas estuvo la creación de lo que se denominó el Ejercicio Profesional Supervisado, en el marco del trabajo de la también recientemente creada en esa administración Dirección de Extensión Universitaria y que inicialmente dirigió Lionel Méndez Dávila. Su estructuración debe entenderse en el espíritu de la época, de identificación con los intereses y necesidades populares, de oposición a los autoritarios y represivos gobiernos militares, de formación de un espíritu crítico constituido a partir del conocimiento de la realidad nacional.

Muchachos y muchachas universitarias complementaban su formación en las aulas con su trabajo en el campo. Para miles de personas la USAC se convirtió en la única forma de acceder a atención médica, servicio odontológico, asesoría jurídica o agrícola, etc.

Tuve el honor, siendo sólo un muchacho que apenas terminaba el colegio, de acompañar a mi padre y a algunas de estas autoridades en viajes al interior del país en donde el rector en persona, y sin ningún protocolo, tomaba nota del avance de la nueva iniciativa. Recuerdo con especial emoción nuestra visita a Jacaltenango, que en aquel tiempo se encontraba al final de un tortuoso camino de más de 6 horas en Jeep desde Huehuetenango, y en donde pudimos ver a los futuros profesionales en plena labor en las instalaciones que, como apoyo desinteresado, ofrecían las monjas Maryknoll.

Personalmente quedé marcado por esas experiencias para toda la vida. Pero al igual que yo, miles de profesionales salidos de las aulas de la universidad vieron transformarse sus vidas al entrar en contacto con la Guatemala profunda que algunos no conocían, como ignoraban también las atrocidades que el ejército cometía a escasas decenas de kilómetros de la capital.

El espíritu del EPS es el espíritu que debe prevalecer en una universidad pública comprometida con los destinos de la nación, independientemente de las coyunturas políticas. En un país como Guatemala, profundamente desigual, en el que impera la discriminación racial, la impunidad y la violencia, la misión de la universidad es estar siempre del lado de las grandes mayorías.

Tengo total conciencia que la ideología dominante de nuestros días se orienta en otra dirección. El sentido común neoliberal permea a la sociedad en su conjunto y la universidad no es ajena a él. Estudiantes, profesores, administrativos y autoridades universitarias rinden las banderas de la universidad pública al dios mercado y creen que eso es “ponerse a tono” con la época.

Pero la existencia y prevalencia de ideas y proyectos ajenos a una visión crítica y comprometida no es nueva. En los años de creación de la Dirección de Extensión y del EPS en la USAC no solo existían sino que eran de una agresividad y violencia superlativas. A ella supieron enfrentarse entonces los sancarlistas hasta, incluso, pagar su compromiso con la muerte. No en vano la AEU lleva el nombre de uno de ellos, Oliverio Castañeda.

La USAC tiene una tradición de compromiso y lucha que debe rescatarse, y de la que debemos abrevar para no caer en las garras del oportunismo y la claudicación.       

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