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DE CLASES  y otros afanes, incluyendo cariños

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Créditos: Arte: elsalmon.org
Tiempo de lectura: 14 minutos

Por: Miguel Ángel Sandoval

En los días de julio de 2017, el tema del racismo o la discriminación salió a la superficie con fuerza en los medios de comunicación y de manera asustadora en las redes sociales. Todo por un incidente que algunos considera menor, pero que en efecto es un tema de alcances profundos. Al grado que una somnolienta Codisra (Comisión Presidencial contra la Discriminación y el Racismo) pegó un grito en el cielo y a continuación se ha quedado de nuevo sumida en un letargo que da lugar a pensar que no tienen las herramientas para dar un debate indispensable y luego del escandalete, absolutamente necesario.

El debate o discusión apasionada se produce por la denominación a una tienda como María Chula, y hasta ahí, todo mundo podría estar de acuerdo que mucho escándalo para un tema menor. Pero el tema es que se trata de una tienda que vende ropa con motivos tomados de las telas típicas o regionales, que son, no hay mucha duda en ello, patrimonio cultural de los pueblos indígenas.

Con estos datos la mesa estaba servida para una discusión innecesaria, según algunas buenas conciencias, indispensable de acuerdo con otras visiones. A mi juicio es tema para una discusión que demanda mayor seriedad y argumentos. Ello porque en el debate desatado, se confundió categorías,  al grado que en ocasiones se llevó el tema hacia el derecho a tener emprendimientos o a afirmaciones en cuanto a que el tema dividía más al país.

Desde mi perspectiva, la idea de división del país es algo que tiene su origen en la visión racista que considera que si los pueblos indígenas tienen derechos ello pone en riesgo la “unidad nacional” que es bueno decirlo, existe sin los indígenas. En otros términos, esa idea de unidad nacional se ha forjado sin los indígenas, a pesar de ellos o sobre ellos.

Arte: elsalmon.org

En cuanto al libre emprendimiento, pues ello nunca ha estado en cuestión, salvo que se pretenda que el racismo tiene patente de corso para utilizar a su sabor y antojo símbolos, sensibilidades, o derechos de otra naturaleza como aquellos que emanan de la propiedad cultural o intelectual de los pueblos indígenas sobre sus tejidos, que nos remite más profundamente, a la cosmovisión de un pueblo. Y en el caso actual lo que debería plantearse son los derechos de autor de los tejidos indígenas y luego protestar por el uso indebido aprovechándose de la riqueza cultural que se encuentra en esa visión de mundo que se transmite por la vía de los tejidos y los textiles.

Se trata de la propiedad intelectual de los pueblos indígenas lo que está en el centro del debate, aún si quienes opinan sobre el affaire de la chula, no quieren darse cuenta del fondo del tema y solo se quedan en las superficialidades. Planteado de otro modo, ¿son los tejidos indígenas patrimonio de cualquier empresario? ¿O forman parte de una visión del mundo que los mismos empresarios no comparten? ¿Quizás si partimos de aquí se podría llegar a un buen entendimiento del tema o no se considera posible?

En esta línea de argumentación, ¿la utilización de una tela típica o regional para la confección de un bikini podría ser considerada como un insulto a la cosmovisión indígena? O me pregunto si a un musulmán le agradaría sentarse a la mesa con una fejoada brasileña,  a un hindú ver la  inauguración de una churrasquería en la calle principal de Bombay, o si a un israelí le provocaría risas o aplausos, la fabricación de chorizos de cerdo kosher.

Aclarar algunos conceptos y sobre todo dar ejemplos del fenómeno del racismo que se pretende ocultar es propósito de estas notas. Ara hacer un texto ágil no lo hago en términos académicos ni incluyo referencias bibliográficas en el desarrollo de las notas. Las referencias se dejan como un elemento extra al final del texto. Es claro que sobre el tema tanto en sus aspectos culturales, simbólicos, sociológicos, históricos, psicológicos, ideológicos o antropológicos, existe bibliografía abundante, que por cierto no veo reflejada en el debate un tanto primario sobre el tema de la María Chula.

Por supuesto que no toda discusión tiene que ser necesariamente académica o tener esa significación, pero el tema del racismo si amerita una discusión de mejor nivel en donde las referencias teóricas estén al canto de lo que se dice y de la manera en que se dice. Lo contrario es el deporte nacional de la descalificación o la negación de fenómenos que por recurrentes se considera que no existen.

-I-

Algo que quizás haya que poner de manifiesto es que el racismo es parte de la estructura clasista de nuestro país, pero ojo, tiene dinámica propia y no se ajusta al esquema clásico de las clases que es forzosamente esquemático, herramienta de análisis y modelo de estudio teórico. Aunque visto de cerca si hay algo que el racismo hace y hay que decirlo, lo hace muy bien: es la asignación de roles para cada uno de los integrantes de la sociedad.

Y esos roles tienen que ver con la pigmentación de la piel, las herencias familiares, el rol en la sociedad, la posesión de mayor o menor cultura occidental, y otras características que no enumero ahora pero que hay que dar por descontado que existen. Y hay por supuesto aquellos roles asumidos como el del pobre que es racista porque sus patronos lo son o porque considera que su pigmentación lo colocan un grado más arriba que el discriminado y objeto de racismo.

Es un tema que se puede observar en otros países. Es la discriminación hacia los árabes en países como Francia, hacia los turcos en Alemania, en relación con los gitanos en España, a los paquistanis en Inglaterra, y así sucesivamente. Es la denominación de Sudacas a los latinos, de meteques a los mediterráneos, y por supuesto, la discriminación a los negros de África o de donde vengan. Los ejemplos abundan.

En bares o restaurantes de Bélgica no se permite el ingreso de árabes, negros o latinos; igual ocurre en Alemania. Es lo mismo en Guatemala, ¿O acaso nadie recuerda del caso del Tarro Dorado? En este caso,  a una intelectual indígena, Irma Alicia Velásquez Nimatuj, se le impidió el ingreso a ese establecimiento. El caso fue inmediatamente documentado y en el momento y lugar, una abogada que acompañaba a la mujer discriminada, levantó el acta notarial y con ello el asunto tuvo ribetes legales que llevaron a la empresa propietaria, luego de un proceso judicial,  a disculparse de manera pública.

Quizás el colmo sean los letreros que se han denunciado en España en donde se señala con claridad la prohibición de entrar en ciertos lugares a “perros y rumanos” y quien dice rumanos dice gitanos. ¿Invocando que criterios? ¿La ignorancia? ¿La normalidad? ¿No hay que exagerar? ¿O qué criterio entonces? Los ejemplos más brutales se encuentran en el periodo nazi alemán. En este caso la idea de superioridad de una raza llevó al exterminio de millones de judíos. ¿Acaso ya se olvidó esa expresión de racismo?

No hace falta recodar que uno de los factores que hizo más grave el genocidio en nuestro país fue el racismo de la política contrainsurgente. Lo cual fue ampliamente documentado en el juicio sobre el genocidio por un peritaje de Marta Elena Casaus Arzú. Es algo que no se puede ocultar por más que se quiera, y es algo que parece no se ha asumido con claridad como sociedad, por el mecanismo de mirar hacia otro lado o solo ver lo que nos interesa desechando de paso lo que nos genera alguna incomodidad.

Otras expresiones conocidas se encuentran en la práctica tan odiada del apartheid, mediante el que se estableció normas a ser observados por los negros, mayoría aplastante en Suráfrica, que en la época fue colonizada por europeos que hicieron de la política y práctica del apartheid la forma de mantener bajo control a la población negra.

Como se puede observar es un fenómeno que ocurre en todas partes y el mismo no debería de asustarnos por sus reiteradas expresiones. Pero que sea algo reiterado no significa que se deje estar, ni significa que se asuma como algo normal. Tan grave es en el comportamiento de la gente, que hay campañas, incluso en el futbol para denunciar las prácticas racistas, que de país en país asumen diversas formas, que por supuesto no dejan de ser racistas y que en su conjunto ameritan ser denunciadas y superadas.

-II-

Así, en el caso nuestro, son los indígenas que venden acuclillados en el mercado los productos que la “señora o el señor” compran para satisfacer algunas de sus necesidades. Es obvio que el uso del sustantivo señor corresponde a una idea que esa estratificación social guatemalteca por pigmentación de la piel o posición social se encarga de establecer.

Claro que el fenómeno del mercado con todas sus características,  es algo menor ahora por la emergencia de los supermercados, pero hasta hace unos años la moneda corriente era ver a la “señora” de su casa regatear en el mercado con la utilización de la consabida María y Chula. El súper le introdujo un componente adicional  a la división social en nuestro país. Claro que el mismo se ha democratizado, pues ahora indígenas deambulan haciendo sus compras en esos lugares, pero siempre se inventa algo nuevo. Son las membresías, los mall exclusivos, etc. Negar esto es absolutamente una pérdida de tiempo.

Otro tanto ocurre con los jardineros o los peones de cualquier oficio. En esta división de roles por estrato social, no vemos a ladinas ejerciendo el oficio de Marías en el mercado, salvo que sea en oriente del país, pero eso es otra historia. De igual modo no vemos a jardineros ladinos o mejor dicho, mestizos,  ni peones canchitos, salvo aquellos que nacen con un poco o un mucho de albino.

Es por ello que no se puede hablar del tema del racismo alejado del tema de clases y del fenómeno económico. Cierto que desde el punto de vista teórico, las clases se definen por su rol en la producción y en la generación de la plusvalía, pero ello no habla del entramado de relaciones que se producen en el proceso de circulación de las mercancías y del funcionamiento del modelo político y social que viene aparejado.

Es el reino de las empleadas domésticas, los guardianes, los choferes, los dependientes de comercios, los sastres, costureras, albañiles, y en pocas palabras, todos los oficios que no son necesariamente los que producen plusvalía pero que están íntimamente ligados a los procesos productivos y a ese gran renglón que se ubica en los servicios.  Dicho esto debemos pensar en el entramado de relaciones que tienen el sello de la dominación de clase, sea por estrato, función, o como se quiera denominar esa cualidad de poseer algún poder y ejercerlo de forma arbitraria.

Y en el caso nuestro, al hecho que desde la época colonial y liberal se desarrolla y se instituye la finca con los peones y la servidumbre como una expresión de la división de clases y roles en la sociedad guatemalteca. Los criollos y sus descendientes, los indios y sus descendientes. Todo ello que a la fecha no se ha modificado pues permanece la ideología heredada de la finca y todos sus componentes. Por supuesto que no todo es igual que en la época de la reforma liberal o antes en la época colonial. Hay pequeños cambios de forma, pero la esencia sigue siendo la misma.

A título de ejemplo, no existe ya o muy poco, el mozo colono, pero las relaciones de dependencia y dominio siguen como si nada.  Al propietario se le sigue llamando de señor y al obrero de mozo o de peón. Los cambios son en verdad muy tenues.

Y claro un tema que no podía faltar en este entramado de relaciones es la prepotencia y la sumisión como hermanas gemelas, la idea de una raza superior y otra dependiente, el ser de buena familia y contar con apellidos que se remontan a la colonia, incluso conquista es un activo nada despreciable en estas relaciones; es el reino de los patronos y la servidumbre, y por supuesto los códigos de relaciones sociales y culturales que se desprenden de este hecho fundante.

Todo lo anterior con códigos hipócritas. Así la empleada doméstica siempre  es tratada como de la familia, es lo que se dice,  pero nunca es participe de la fortuna familiar o de la herencia en momentos de pérdida. Son las nanas que se quieren como de la familia pero que finalmente son de otra clase o de otra sangre si se utiliza esta gradación en las relaciones sociales y afectivas. A propósito de roles, hay una foto circulando en internet en donde una mujer negra se arregla para una velada de fiesta, mientras ejerce funciones como nodriza una blanca. No hacen falta mayores comentarios a esta fotografía.

Lo mismo podría hacerse en nuestro país. Una nodriza blanca para un niño indígena, quizás exista esta situación pero lo normal, lo comúnmente aceptado hasta en épocas recientes, fue la nodriza indígena para el niño de la familia blanca, aunque en nuestro caso, no tanto.

En este terreno es incluso conmovedor escuchar a intelectuales progresistas hablar maravillas de su nana, que infelizmente se fue a su casa y ahora no está más con nosotros. Ello se dice incluyendo un dejo de nostalgia.

Y todo ello permeado por la desconfianza atávica hacia lo diferente. Las señoras con profunda desconfianza en los peones, aun si se trata de personas que cuentan con un estatuto diferenciado por estar por temporadas en la casa patronal en ejercicio de algún oficio. Son los peones o la servidumbres que es tratada casi como de la familia, aunque a diferencia de las nanas, no es tanto el cariño ni tantas las veces que se les considera de la familia.

-III-

Luego del escandalete de la María Chula y todas las expresiones de racismo no asumido que observamos en esos días, en donde expresiones de gente de derecha o de izquierda, de centro o “sin posición política” escuchamos, aparecieron otras muestras de ese racismo que por cotidiano no atinamos a observar, menos criticar. Un ejemplo de hace unos años fue durante el gobernó de Berger, que vio edecanes vestidas con traje indígena en los salones de casa presidencial o en el palacio nacional, solo que en calidad de candeleros o floreros.

El dato curioso es que la mayoría de edecanes no eran indígenas sino mestizas o si alguien lo prefiere, ladinas. Quizás en este caso el debate podría ser: ¿Cuál es el problema que se use traje indígena por personas que no lo son? Finalmente se superó el problema y las chicas no indígenas dejaron de usar un traje que no significa para ellas nada, sino en todo caso un poco de vergüenza. Pero eso no es el tema principal.

Adelante se hace un tema del traje de las mises especialmente Miss Guatemala, que en los últimos años utilizan traje indígena para eventos de atracción turística y nada más, sin entender que en el traje que se utiliza como una expresión de resistencia cultural o porque forma parte de una cosmovisión diferente, que no hay ninguna Miss que lo entienda o que le interese. Ese es el problema y esa es la visión racista que no se discute, que no se pone sobre la mesa y que se considera que no debería de ser un problema. Tan superficial la manera en que se asume este tema.

El tema del licor y la etiqueta con una mujer indígena ofreciendo el aguardiente que todos tomamos alguna vez y que por lo tanto no tiene nada que ver con el racismo. Es lo que se dice, es lo que se alegan con alguna indignación o con una actitud de molestia que en su desarrollo significa, que joden estos resentidos.

Pues bien, a estas personas solo les recodaría que hace exactamente 25 años, al momento de que Rigoberta Menchú fue galardonada con el premio Nobel de la paz, casi de forma automática en bares y cantinas la gente pasó a pedir de forma “jocosa” un octavo de nobel… para seguir la farra. ¿Era esto inocente, o algo tan profundamente presente en las psiquis de la gente y en ese comportamiento racista que aflora en esas circunstancias?

¿Hace falta insistir en el uso peyorativo de lo indígena en cualquiera de sus expresiones en radio, tv, y otras expresiones? ¿O acaso no es una vergüenza el uso de los chistes sobre indios por cómicos o actores buenos, malos o realmente pésimos? Y si eso no se considera racismo, pues entonces no hay mucho que discutir sobre el tema.

Al grado que programas como el Moralejas utiliza al indígena de manera peyorativa, vulgar, racista en una palabra, a la imagen de programas mexicanos que se han puesto en nuestro medio como un ejemplo de ese tipo de expresiones, no son racistas y forman parte de la “idiosincrasia” de un país que se parece tanto a nosotros. La discriminación al indígena es compartida por aquella que tiene en los negros su filón humorístico. Es el modelo de Black Pitaya, al que se puede agregar todo lo relacionado con el trato diferenciado con humor ofensivo hacia la comunidad china en nuestro país.

Ni hablar de programas cómicos en donde hay una cantidad impensable de “humor” de alto contenido racista. Estos programas presentan al indígena como tonto, ingenuo, al negro como huevón y al chino como perverso, y en general, poco aptos para cualquier actividad que no sea la de la risa fácil por el estereotipo que dicta que el indígena, el negro o el chino,  son menores de edad, tontos en suma.

Es en el fondo el temor por lo diferente culturalmente hablando y ese temor y rechazo se disfraza, se maquilla y es lo que da paso al recurso del humor. Es algo que existe en otras latitudes. Así por ejemplo, en el caso español el “humor” le dedica sus mejores chistes a los gallegos, que no sobra decirlo, son una cultura no castellana, con un idioma diferente,  y claro, todo ello se oculta con el tontín de manolo o la Pilarica

-IV-

Luego está el espinoso tema de los derechos negados a los indígenas de nuestro país. ¿Es o no una realidad que los indígenas están políticamente sub-representados? Una población que de acuerdo con los datos normalmente aceptados, es el 50% de la población total del país y tiene en cargos de elección popular alrededor de apenas un 10% o menos. Y ello no por razones de su falta de formación sino por la exclusión que se hace, especialmente si se toma en cuenta que los partidos son generalmente expresión de elites urbanas y por qué no decirlo, racistas.

Y junto con el candente asunto de la escasa representación política, está todo lo relativo a los datos de pobreza o miseria en donde los números no alcanzan para subrayar que en regiones indígenas la pobreza es mayor, que los niveles de educación son más bajos en áreas pobladas por indígenas, que los servicios de salud son más precarios en regiones indígenas, que, resumiendo, el Estado es ausente en las regiones en donde los pueblos indígenas son mayoritarios. Esto es lo que permite hablar de exclusión, y de racismo estructural. Y son estos datos y las prácticas que los acompañan, lo que permite afirmar que el artículo 4º constitucional es un espejismo o si se prefiere, una de las expresiones más hipócritas del racismo nacional.

En este caso asistimos a una versión más elaborada de eso que se denomina temor a los diferente, pues al reconocer la diferencia y caminar de la mano con la misma se estaría dando muestras de madurez, pero en el caso que nos ocupa, rechazar la diferencia, aun sea con argumentos que no tienen sostén en la realidad, nos brinda una especie de protección que nos permite negar y negar problemas evidentes, pues al invocar el artículo constitucional citado, podemos expresar con aires suficientes: no, yo no soy racista y el país tampoco, pues todos somos iguales ante la ley, o el derecho, porque la constitución lo dice.

María Chula y las consultas

Casi sin darnos cuenta el remolino en la redes ocasionado por el llevado y traído asunto de la maquila María Chula, el debate sobre los derechos indígenas en el tema de las consultas comunitarias previas, informadas, de buena fe y vinculantes paso a segundo plano. No obstante, el tema de los diseños utilizando telas típicas y el reglamento de las consultas son parte de un mismo y único problema. Esto es, negar derechos al os pueblos indígenas de la forma en que sea.

En un caso mediante la apropiación de símbolos que viven en los tejidos indígenas[1], lo cual de acuerdo con el movimiento de tejedoras es parte integrante de la cosmovisión y de otra, tratando de corregir la plana a un instrumento internacional, que hasta antes de la declaración Universal de derechos de pueblos indígenas era la única herramienta que había volteado a ver los derechos indígenas. Ahora con la declaración, el Convenio 169 tiene un refuerzo de gran calado, pues se trata de una declaración aprobada por la Asamblea General de Nacionales Unidas.

No es un tema menor. Considerar que cada vez que se plantea el tema de los derechos indígenas en cualquiera de sus vertientes o aspectos, se genera de manera automática un remolino de opiniones pero de manera general, con ribetes conservadores.

Es el caso de los lugares sagrados y centros ceremoniales cuya legislación no avanza pues se considera que esto colisiona con los derechos de propiedad establecidos en las normas vigentes desde la colonia y la reforma liberal, hasta nuestros días. En este caso hay un tema que revela con creces esa visión: un centro ceremonial en una finca pone en tela de juicio el tan llevado y traído concepto de propiedad sobre la tierra. El centro ceremonial existe de manera previa a los derechos que nuevas leyes le otorgan al reciente propietario de un inmueble aun sea alguien que ostenta esa calidad desde hace un siglo….

En el tema de las comadronas la legislación quedó trunca pues no hubo consenso para aprobar algo que se cae de su peso: las comadronas son parte del sistema de salud nacional, se entienda o no, y forma parte de una relación con pertinencia cultural que se remonta a los años de Maricastaña.

Quizás en lo que si se pueda avanzar en es una legislación sobre el juego de pelota Maya pues finalmente eso ni fu ni fa. Pero cuando se trata de derechos concretos como el de la propiedad intelectual en el tema de los tejidos típicos o regionales, los centros ceremoniales, o las consultas comunitarias sobre el tema del funcionamiento o no de las empresas extractivas o generadoras de energía, se pone el grito en el cielo y se habla de forma automática de polarización o división nacional.

Ni hablar de incorporar derechos reales en la constitución de la república de Guatemala. En este caso el grito es ensordecedor y da lugar a campañas de radio y TV, campos pagados en medios escritos y un sinfín de posicionamientos de los finqueros de toda la vida, señalando que el país no aguanta semejantes modificaciones para incorporar derechos, que en verdad, los indígenas tienen desde siempre, sino ahí está el artículo 4o. constitucional.

Quien diga lo contrario es enemigo de la unidad nacional, y busca por todos los medios polarizar a este país que en verdad desde siempre ha estado unido, pero en la finca, hay que decir.

Hay dos ejemplos recientes sobre el recurrente llamado a no polarizar a una sociedad que necesita unidad. Fue el caso del genocidio. En esa ocasión, intelectuales de “derecha moderada”, hicieron comunicados públicos fijando postura sobre un tema que solo polarizaba y que en consecuencia, había que aceptar como normal la disposición de la Corte de Constitucionalidad en un bodrio jurídico sin precedentes en nuestro país o en otras latitudes. Y de manera reciente, con el rechazo a la inclusión del derecho indígena en la constitución de la república. De nuevo pretextando la polarización y el riesgo sobe la unidad nacional.

En pocas palabras, los pueblos indígenas solo son requeridos como mano de obra barata y como voto desinformado en procesos electorales. Pero ojo, sin derechos, pues si se les otorgan reconociendo realidades que ya existen, por parte de la élites conservadoras del país,  peligra la unidad nacional.

 

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