4F: El Salvador, última parada

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Héctor Silva Ávalos

El Salvador, mi país, va a las urnas el 4 de febrero para elegir al nuevo presidente de la República y a los 60 diputados del Congreso unicameral y otros tantos del Parlacen. Será como ver un partido del que ya se sabe el resultado: Nayib Bukele, el presidente, se va a reelegir con facilidad. Aunque la reelección esté prohibida en la Constitución. Aunque el país sea uno de los más corruptos del mundo, según Transparencia Internacional. Aunque el presidente haya metido en la cárcel al 1% de la población. Aunque haya pactado gobernabilidad y apoyo electoral con los liderazgos de las pandillas MS13 y Barrio 18. Nayib Bukele va a ganar con abrumadora mayoría.

Mi impresión es que esta será la última vez que eso ocurra. Pero la próxima vez que Bukele y los suyos -diputados señalados por corrupción, un fiscal-tapadera, policías que protegen a criminales- vayan a las urnas nada de eso va a importar. Si ya el presidente tiene el control casi absoluto del Estado, su reelección ilegal le dará un segundo aire para terminar de guardar todas las llaves del poder. Eso, el control sin fisuras, le urge al presidente; le urge por su afán mesiánico, pero, a la luz del ejemplo dado por el periplo del expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, juzgado en Nueva York por narcotráfico, a Bukele le urge el control absoluto para prepararse con tranquilidad ante lo que vendrá, ya sea eso una persecución penal o nuevos intentos por consolidarse por más tiempo en su trono.

Bukele ganará, sí, pero incluso pocos días antes del 4 de febrero, las fisuras y la debilidad del bukelismo parecen evidentes, no en términos de apoyo popular, que ese sigue existiendo, le sigue siendo suficiente, sino, me parece, en lo que se refiere a su capacidad para mantener las narrativas falsas sobre las que ha levantado su mandato e, incluso, a la solidez de los apoyos internos en su grupo de poder.

Es bastante significativo que, ante una reciente revelación del periodismo investigativo salvadoreño, a Bukele y los suyos no les haya quedado más respuesta que hacerse pasar por víctimas.

El periódico digital El Faro, el medio insignia del periodismo independiente en El Salvador al que Bukele quiere cortar las piernas desde que asumió la presidencia en 2019, reveló en un reportaje publicado el 26 de enero pasado que un jefe policial, de la policía controlada por el presidente, intentó entregar dinero al Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) de México para devolver a tierras salvadoreñas a Elmer Canales Rivera, alias Crook, uno de los gestores del pacto entre el gobierno y las pandillas MS13 y Barrio 18.

Al Crook, requerido en extradición para ser juzgado en Estados Unidos por delitos de terrorismo, lo sacó de la cárcel salvadoreña donde estaba Carlos Marroquín, un secretario presidencial que es asistente íntimo de Bukele desde que el actual presidente era alcalde de San Salvador. En la alcaldía, Marroquín fue gestor del primer pacto entre las pandillas y el bukelismo, algo que luego llevó al nivel nacional, ya gestionando desde Casa Presidencial. Los pactos han sido confirmados por agentes federales estadounidenses y fiscales salvadoreños que los investigaron desde 2015.

Pues bien, los estadounidenses detectaron que Crook se había ido a Ciudad de México después de que el asistente de Bukele lo sacó de la cárcel. Ahí lo encontraron los policías mexicanos con ayuda de sus pares estadounidenses. Y de ahí se lo llevaron a Houston para, luego, enviarlo a Nueva York, donde el pandillero salvadoreño, según cuentan fuentes norteamericanas, ya pactó con los fiscales entregar información a cambio de beneficios penales.

Esos fiscales, de hecho, ya anunciaron que tienen audios y capturas de pantalla, miles, que hablan de las actividades del Crook, el líder que pactó con Bukele. Hoy, además, los norteamericanos tienen acceso a los testimonios de un pandillero y su hermana, con quienes el jefe policial de Bukele intentó gestionar el pago al CJNG para que el Crook volviera a El Salvador y no llegara a Estados Unidos.
Si el caso del expresidente Hernández es un ejemplo del guion que los estadounidenses utilizan en estos casos -capturar a los jefes criminales con los que han pactado o trabajado los políticos para luego utilizar los testimonios de esos criminales en los juicios a los políticos-, el escenario para Bukele no parece promisorio.

A las revelaciones recientes de El Faro, Bukele no ha sabido responder. Apenas ha balbuceado que todo es culpa de George Soros, el magante húngaro, a quien acusa de mover una red de medios que pretenden hacerlo quedar mal. Él, el presidente que controla todo el Estado, que ha metido presos a opositores, que ha perseguido periodistas, que ha manipulado el sistema electoral a su antojo, él es ahora una víctima del periodismo independiente. Antes, cuando El Faro u otros publicaron revelaciones similares, Bukele atacaba de inmediato; ordenaba a su fiscal o a sus ministros abrir investigaciones penales o hacendarias, o encabezaba intensas campañas de desprestigio y acoso digital. Todo eso sigue, pero hoy el presidente aparece más desesperado, más erosionado, recluido en esa trinchera de la que ya sale poco que es la red X.

El Bukele de hoy es menos brioso, pero, acaso por eso, más peligroso.

Frente a él, después de la reelección del 4F, la situación real de El Salvador será peor que durante los primeros cinco años del bukelismo. El presidente seguirá vendiendo que su gestión hizo al país el más seguro del continente, del hemisferio, del mundo si nos descuidamos -algo que es imposible de afirmar porque el gobierno ha escondido los datos reales de actividad criminal, los ha declarado en reserva por al menos siete años-, que hay más turismo que nunca, más conciertos que nunca, más Messi que nunca… Lo cierto es que, frente a él, Bukele tendrá escenarios sombríos, que lo serán para él y para todo el país.

La crisis financiera es inminente. Ya el gobierno dejó de pagar a proveedores de seguros, por ejemplo. Frente a sí tiene vencimientos de deuda a los que, por ahora, no puede responder. Para pagar vencimientos anteriores y deuda interna el gobierno metió mano ya en otros cofres, como el de las pensiones. La crisis carcelaria, marcada por las torturas y los asesinatos extrajudiciales, seguirá cociéndose para mantener la ilusión de la seguridad. En los barrios el dominio pandillero tradicional será sustituido por el de otra pandilla, uniformada con atuendos policiales y militares. Y así.

Cuando algo de eso reviente, o cuando todo eso reviente, el miedo de quienes alguna vez pudieron o quisieron protestar será absoluto. Ya hay miedo, mucho, en El Salvador, pero sigue habiendo voces que, a pesar de todo, cuentan los abusos, las falacias, las mentiras. Un Bukele desesperado tendrá todo el poder para cortar esas voces de raíz: cuando quiera hacerlo tendrá todo lo que necesita, porque cuando quiera hacerlo, después del 4F, El Salvador habrá pasado ya la última parada de la democracia.

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