Washington se acerca a Bukele para negociar la instalación de red 5G en El Salvador mientras pasa de puntillas por la reelección ilegal del salvadoreño
Por Héctor Silva Ávalos
El acercamiento entre el gobierno de Nayib Bukele en San Salvador y el de Joe Biden en Washington ya había iniciado en abril de este año, después de las reuniones de primavera en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La ruta del descongelamiento ha tenido varias paradas que pasan por gestiones del senador republicano Marco Rubio, la labor diplomática del embajador William Duncan, la influencia de lobistas cercanos al trumpismo y la decisión en el Departamento de Estado de no confrontar con un presidente tan popular para no comprometer el delicado equilibrio centroamericano en temas como la influencia de China y la migración.
La diplomacia estadounidense, encabezada por William Duncan, el embajador de Biden en San Salvador, puede presumir ya de un primer logro tangible: el acercamiento ha evitado que Bukele siga negociando con Beijing la instalación de la red de tecnología 5G a través de la empresa Huawei y que, por el contrario, se embarque en pláticas con empresas avaladas por Washington. Dos funcionarios legislativos en el Congreso en Washington que han sido informados de las negociaciones y un diplomático centroamericano destacado en la capital estadounidense confirmaron ambos extremos de las negociaciones. Prensa Comunitaria intentó obtener una reacción oficial del gobierno salvadoreño pero no hubo respuesta.
A cambio, Bukele recibió ya la visita de dos subsecretarios del gabinete de Biden, quienes, además de tomarse fotos con el mandatario y hablar de sólidas relaciones entre ambos países, pasaron de puntillas por uno de los asuntos más espinosos en la política local, el de la reelección, para la cual el mandatario ya tiene todo listo a pesar de que un segundo mandato consecutivo está prohibido por la Constitución.
El nuevo tono de la relación bilateral marca un cambio radical respecto al que existía hace dos años, cuando Bukele inició su arremetida para controlar todo el aparato estatal, su acoso a la prensa investigativa local, y el retroceso en los mecanismos de transparencia. A esto se sumó que Washington se enteró del pacto de gobernabilidad que Bukele tenía con las pandillas.
Todo provocó una reacción diplomática que implicó, entonces, sanciones a una docena de funcionarios bukelistas y el inicio en Estados Unidos de una investigación penal a Carlos Marroquín, secretario presidencial, y Osiris Luna, jefe de cárceles, los dos funcionarios a los que Washington señala de negociar con las pandillas MS13 y Barrio 18 “en nombre” del presidente Bukele. Marroquín, Luna y la madre de este, Alma Yanira Meza, también han sido sancionados por el Departamento del Tesoro. Hoy, sin embargo, toda la hostilidad del gobierno Biden ha desaparecido y poco se habla en círculos diplomáticos de aquellas sanciones.
El principal artífice en el cambio de tono diplomático ha sido el mismo Nayib Bukele, quien a fuerza de controlar los tiempos en el discurso público sobre la relación bilateral, desde los señalamientos confrontativos hasta los silencios estudiados, terminó por imponerse a una diplomacia, la estadounidense, que parece manejarse con parámetros diferentes en países tan cercanos como Guatemala, Honduras y El Salvador.
Bukele logró lo que sus pares en Ciudad de Guatemala y Tegucigalpa no pudieron. El salvadoreño acalló las protestas de Washington a sus desmanes autoritarios, como la elección cuestionada de un fiscal general leal, algo que el círculo íntimo de la presidenta hondureña Xiomara Castro acaba de hacer en Honduras provocando, ahí sí, la ira diplomática de Estados Unidos. Al gobierno de Alejandro Giammattei en Guatemala los estadounidenses lo han presionado en público y privado para que respete la legislación electoral y no subvierta la Constitución tras la victoria del progresista Bernardo Arévalo en las urnas mientras, en El Salvador, Washington responde con “es un asunto interno” a las protestas por la posibilidad, ahora real, de que Bukele se reelija a pesar de que la Constitución salvadoreña lo prohíbe.
Prensa Comunitaria ha hablado durante los últimos tres meses con funcionarios y exfuncionarios del Ejecutivo estadounidense, dos de ellos directamente vinculados con el gobierno Biden, con media docena de asistentes legislativos y operadores políticos -demócratas y republicanos- en Washington y con tres oficiales diplomáticos que estuvieron en Centroamérica antes y durante el primer mandato de Bukele para entender mejor el cambio de rumbo en el Departamento de Estado de Joe Biden respecto a El Salvador. Esas fuentes hablaron desde el anonimato para poder hacerlo con candidez o porque no están autorizados por sus empleadores para hacerlo en público.
Un exdiplomático estadounidense durante administraciones republicanas, quien en la actualidad asesora a varios políticos en asuntos latinoamericanos, cree que la principal razón por el cambio es “la falta de ideas” del aparato de relaciones exteriores actual en Washington respecto a Bukele. “No saben qué hacer, cómo oponérsele sin empoderarlo”, dice, pero puntualiza: “Eso no significa que tengan que abrazarlo como lo están haciendo”.
Un funcionario de la administración estadounidense actual, quien habló con condición de anonimato, aceptó que uno de los análisis en el Departamento de Estado es que mientras más había enfrentamientos públicos entre funcionarios de Biden y el presidente salvadoreño más ganaba Bukele. “¿Cómo te enfrentas a alguien que es tan popular? ¿Qué tanto bien hace eso?”, se pregunta este funcionario, quien asegura que mantener acercamientos con el gobierno de El Salvador les permite seguir influyendo en algunos asuntos relativos a comercio e incluso derechos humanos.
En síntesis, dice el exfuncionario diplomático, el Departamento de Estado se dio por vencido en su afán de reclamar en público a Bukele. “Se trata de una capitulación”, dice.
No es lo que piensa el Departamento de Estado en Washington. “En El Salvador seguimos colaborando con socios del gobierno y no gubernamentales para llevar adelante la estrategia de las Causas Raíz (como la administración Biden bautizó a su estrategia política en Centroamérica). En nuestros acercamientos con el gobierno salvadoreño, nos enfocamos en una serie de asuntos esenciales, incluyendo gobernanza, derechos humanos y estado de derecho”, dijo un portavoz del gobierno Biden.
El exdiplomático estadounidense consultado compara el caso del presidente salvadoreño con otros dos latinoamericanos con quienes Washington cambió el tono de relaciones de forma drástica: Alberto Fujimori en Perú y Juan Orlando Hernández en Honduras. Al primero lo apoyó durante el primer mandato y al hondureño durante sus ocho años de presidencia a pesar de que el segundo periodo llegó después de una reelección ilegal y de que, cuando el reenganche ocurrió, ya agentes estadounidenses relacionaban con actividades de narcotráfico.
“En principio mucho de esto se va armando a partir de los insumos, incluso las decisiones, de agentes del servicio exterior (Foreign Service Officer) a quienes les han enseñado que el objetivo último es la estabilidad en una región. Hoy hay muchos que creen que, en el caso de El Salvador, lo fundamental es la estabilidad”, dice el diplomático.
Eso y el asunto de China que, de acuerdo con las fuentes consultadas para este artículo, ha sido uno de los ejes alrededor de los que gira la relación entre el Washington de Biden y el San Salvador de Bukele.
La visita de la ministra Hayem y la asesora venezolana
La retórica de Nayib Bukele ha acudido, en momentos críticos, a sus relaciones con Beijing para mandar mensajes a los estadounidenses. En mayo de 2021, dos días después de que su recién juramentada supermayoría en el Congreso le diera los votos suficientes en el Legislativo para nombrar a sus funcionarios leales en la Corte Suprema de Justicia y en la fiscalía general, la embajada de Beijing en San Salvador tuiteó que China tomaba nota de la situación política en el país centroamericano y que no se metía en “asuntos internos”.
Aquel mayo del 2021 fue el primer gran punto de quiebre en el mandato de Nayib Bukele. Su popularidad se había trasladado a las urnas de las elecciones legislativas y municipales de principios de año y lo dejó con una supermayoría hasta entonces inédita en el Congreso. El 1 de mayo, día de la investidura del nuevo Congreso, los diputados bukelistas destituyeron a cuatro magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema y al fiscal general para nombrar, de forma ilegal, a sustitutos dóciles.
Washington reaccionó con fuerza. Ricardo Zúñiga, entonces asesor de Biden en temas latinoamericanos, dijo que el único camino era volver a la composición política anterior al 1 de mayo. La Casa Blanca envió a la diplomática Jean Manes como encargada de negocios a la embajada en San Salvador a finales de mayo y, menos de dos meses después, el Departamento de Estado incluyó a cinco funcionarios cercanos a Bukele y a tres de sus financistas en la llamada Lista Engel y les quitó el visado estadounidense. Bukele respondió, aireado, ordenando a sus diputados crear comisiones para investigar a la oposición y haciendo guiños a China. Toda esa hostilidad, hoy, ha desaparecido.
Cuando Estados Unidos sancionó a sus funcionarios, a mediados de 2021, el presidente salvadoreño respondió desde su red X, entonces Twitter, anunciando que China donaría los fondos para construir, en el cuarto suroeste de San Salvador, un nuevo estadio nacional y, además, para demoler el viejo edificio de la biblioteca nacional en el corazón de la ciudad y construir una nueva. El proyecto de la biblioteca está finalizado y fue inaugurado a mediados de noviembre pasado, del estadio Bukele hizo ya una ceremonia de colocación de la primera piedra.
La relación del gobierno de El Salvador con la República Popular de China (RPC) es reciente. Fue el gobierno de Salvador Sánchez Cerén, antecesor de Bukele, el que terminó con décadas de relaciones diplomáticas con Taiwán, a la que Beijing considera provincia rebelde, para abrirlas con la RPC. De acuerdo con una investigación del periodista y académico estadounidense Douglas Farah, el gobierno de Donald Trump se enteró del cambio en la diplomacia salvadoreña apenas unas horas antes de la apertura de relaciones entre San Salvador y Beijing, que ocurrió el 20 de agosto de 2018.
Cuando Bukele fue elegido presidente, en febrero de 2019, el asunto chino era uno de los principales quebraderos de cabeza de la diplomacia estadounidense en la región centroamericana. Un mes después de la elección, en marzo de 2019, Bukele viajó a Washington como presidente electo para su primera gira de reuniones con el Departamento de Estado, oficinas del Congreso y a dar un discurso en la conservadora Fundación Heritage. “Dijo las cosas que queríamos oír sobre China”, comentó un exfuncionario del gobierno Trump que estuvo presente en la organización de algunas de esas reuniones. Era un espejismo. En diciembre de aquel año, el flamante presidente salvadoreño viajó a Beijing a reunirse con su homólogo chino.
Desde aquella visita, la diplomacia salvadoreña, que para todos los efectos prácticos manejan el presidente y su círculo íntimo, formado por sus hermanos y algunos asesores de nacionalidad venezolana, se decantó por acercarse a China y alejarse cada vez más de la Casa Blanca de Biden. Hasta ahora.
Para septiembre de 2023, las relaciones diplomáticas, ya con un tono distinto, permitían a Washington respirar en un tema que lo lleva agobiando ya más de una década al pensar en Centroamérica, el de la influencia de China en la región.
Ricardo Valencia, académico salvadoreño y profesor asistente de la Universidad Estatal de California Fullerton, cree que el tema chino no ha sido menor en el viraje de la administración Biden respecto a El Salvador de Bukele. “La cooperación china está en vacas flacas y no promete ni mucha ayuda y menos que esa ayuda dinamice las economías locales. Para el Departamento de Estado y los Estados Unidos, la lucha es digital en el sentido del acceso chino a tecnología, lo que está haciendo en Nicaragua”, dice.
Desde al menos mediados del verano, los gobiernos de Bukele y Biden se enfrascaron en un diálogo de alto nivel para que El Salvador negocie con una compañía occidental con operaciones en Estados Unidos la compra de red telefónica 5G y desista, con ello, de adquirir esa tecnología de China.
La segunda semana de septiembre, una delegación del gobierno salvadoreño estuvo en Washington avanzando las negociaciones. La ministra de economía de Bukele, María Luisa Hayem, encabezó al grupo salvadoreño, según confirmaron en Washington dos funcionarios legislativos y una diplomática estadounidense al tanto de las negociaciones. Las pláticas sobre la red 5G fueron parte de la agenda.
Antes de los encuentros en Washington, un grupo de funcionarios estadounidenses, entre ellos asistentes legislativos y empleados del Congreso, visitaron San Salvador. Ahí sostuvieron una reunión con el embajador William Duncan, quien anunció que El Salvador no compraría red 5G a China y que el gobierno había emprendido negociaciones para obtener esa tecnología de proveedores occidentales que cuentan con el beneplácito del gobierno Biden, según confirmó uno de los asistentes a la reunión con el jefe de la diplomacia estadounidense en San Salvador.
Las reuniones que la ministra Hayem sostuvo en Washington marcaron un cambio importante: ella se convirtió en la primera funcionaria de alto nivel en la administración Bukele en ser recibida por sus similares en la administración Biden, desde que las relaciones entre las dos capitales se agriaron en 2021.
Antes de ella habían viajado a Washington otras dos personas cercanas al presidente, su hermano Ibrajim Bukele y su tío Miguel Kattán. Ibrajim, a pesar de no ser funcionario público, ha fungido como jefe de delegación en al menos tres viajes de oficiales salvadoreños a la capital estadounidense para intentar mantener a flote las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) de un crédito por USD 1.4 mil millones que El Salvador necesita con urgencia para no caer, dentro de un año, en un nuevo escenario de impago. Durante esas giras, según dos diplomáticos consultados, el trato fue cordial, pero las negociaciones se estancaron por la negativa de los Bukele a promover la derogación de Ley Bitcoin, que da a la criptomoneda circulación legal en El Salvador y cuya existencia es la principal objeción del FMI a desentrampar las pláticas con el país.
La reunión de la ministra Hayem, a diferencia de la de Ibrajim Bukele, era parte de una negociación directa con la administración Biden y, a juzgar por lo que había dicho el embajador Duncan en El Salvador sobre la red 5G, una que sí tuvo éxito. La apertura de Washington en estas pláticas fue tal que incluso permitió, sin demasiado aspaviento, la presencia de Sara Hanna Georges, la venezolana que es una de las asesoras más cercanas a Nayib Bukele y a su hermano Karim. En algún momento, a finales de la presidencia Trump e incluso a principios de la actual, Hanna Georges fue una presencia non grata en Washington luego de que operadores republicanos advirtieron sobre sus posibles vínculos con el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela a través del operador político Raúl Gorrín, preso en Estados Unidos.
La sola presencia de la asesora venezolana en Washington, y su rol de asesora en las sombras en las negociaciones por la adquisición de tecnología 5G, habla con elocuencia del viraje estadounidense respecto a El Salvador. En 2019, según un exfuncionario salvadoreño, Sara Hanna era una de las que llevaban la voz cantante en las reuniones con Jean Manes, embajadora en San Salvador cuando Bukele asumió, y fue ella, la venezolana, una de las que protagonizó, desde la casa presidencial salvadoreña, el deterioro de las relaciones tras los sucesos de 2021 y los encontronazos con Manes cuando la diplomática volvió como encargada de negocios tras la presidencia Trump.
Dos años después, Sara Hanna volvió a los pasillos del poder en Washington. Su vuelta es parte del periplo diplomático que ha llevado a su jefe, Nayib Bukele, a aparecer de nuevo en las fotos con los funcionarios de Biden y a todo su aparato de propaganda a hablar de que las relaciones bilaterales pasan por “el mejor momento de la historia”.