Créditos: Jesús Gonzáles
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Por Jesús González Pazos

A medida que se extienden los bombardeos y aumenta el número de víctimas en Palestina, mientras los gobiernos europeos y estadounidense se alinean con el agresor israelí, los pueblos multiplican el grito: “No en mi nombre”. Es una forma de señalar a sus gobernantes como claros cómplices en este genocidio retransmitido por los canales de televisión, además de por las redes sociales que hoy inundan nuestra cotidianidad.

Sin embargo, esta cuestión de los nombres tiene más significados que la ya de por sí importante negación de la complicidad. Señalar que como ciudadano o ciudadana europea nos negamos a que se use, directa o indirectamente, nuestro nombre para justificar la masacre del pueblo palestino, reivindica al mismo tiempo todos los nombres de las mujeres, hombres y niñez que están siendo asesinados.

Conocemos los nombres de muchos de los civiles israelíes muertos en el ataque que realizó Hamás el pasado 7 de octubre. Conocemos a sus familias y lo que estaban haciendo en ese momento, si dormían, bailaban o jugaban en las calles del kibutz. Conocemos sus edades, sus rostros e incluso muchas de sus ilusiones y anhelos. Les ponemos nombre y sabemos de su existencia como seres humanos protagonistas de sus tragedias. Desde casi los primeros días muchas calles en las ciudades europeas han visto sus paredes empapeladas de carteles con fotografías con nombres y apellidos, edades y otros datos de estas personas. En manifestaciones y redes sociales se han distribuido a miles para que todos y todas nos sintamos más cerca de ellos y ellas.

Pero, qué ocurre en el lado palestino. El ministro de defensa israelí dijo que estaban luchando contra animales humanos y que actuarían en consecuencia. Y estas derivadas pasan, además de por los bombardeos indiscriminados incluyendo hospitales, mezquitas y escuelas, por negar a más de dos millones de personas agua, alimentos, combustible y electricidad. Pero, especialmente, el gobierno y ejército israelíes, con el apoyo de medios de comunicación y gobiernos europeos y estadounidenses, pretenden borrar sus nombres. Los vemos en imágenes, pero no sabemos de quien eran familia, no sabemos sus edades, no sabemos de sus ilusiones o juegos, no conocemos sus planes de futuro. En el mejor de los casos, los vemos demacrados por el cansancio y la angustia o con los rostros irreconocibles por los efectos de la metralla de las bombas y los cascotes de los edificios derrumbados sobre ellos. En suma, los vemos sin nombre y eso les desnuda de su humanidad y así es más fácil de aceptar su asesinato.

Los gobernantes occidentales repiten el derecho de Israel a su defensa mientras niegan el derecho del pueblo palestino a su existencia. Y para borrar la vida, la dignidad del ser humano, un camino efectivo es borrar su identidad. Las dictaduras argentina, chilena o guatemalteca hacían uso de las fosas comunes para desaparecer a todo aquel que consideraban no afecto al régimen. Los nazis hicieron uso también de estas, sumando los hornos crematorios. Y la fosa común, tanto como el horno, cumplen ese mismo objetivo: borrar el nombre, borrar la identidad. El terrorismo de Estado latinoamericano multiplicó el uso en muchos otros casos de las siglas N.N. para referirse a los desaparecidos. Su significado proviene del latín, Nomen Nescio, que viene a decir Desconozco el nombre, es decir, no sé quién es, a lo que hoy podría añadirse: ni me importa saberlo. En castellano se interpreta como Ningún Nombre y en inglés como No Name. Y ahí reside el significado profundo de esta estrategia usada por medios de comunicación, clase política y estrategas de guerra: borrar la identidad del enemigo, mientras se da a conocer con el máximo detalle posible la identidad de los propios.

Por otra parte, esto que se dirige contra las personas en un evidente intento de despojo de la dignidad como ser humano, también se traslada a los pueblos. No hay más que poner la atención en la preocupación de gobernantes y medios por hacer que asumamos que la guerra actual es entre Israel y el grupo Hamás. El primero tiene nombre, se le nombra, es un estado reconocido internacionalmente; al pueblo palestino, blanco directo de los bombardeos y masacres, se le niega ese reconocimiento y se sustituye su nombre por el de un grupo armado que, a su vez, todo el mundo en ese occidente antes señalado identifica como terrorista. Y de este modo, a la par que se justifica el derecho israelí a su defensa, modo de dar cobertura a sus brutales actuaciones, se niega la identidad al pueblo palestino, disminuyendo así la gravedad del genocidio. Incluso negándolo implícitamente pues este se comete contra un pueblo y si ese pueblo no existe –por ser un grupo armado- el genocidio tampoco existirá. Retorcido, pero efectivo a la hora de que las sociedades asimilen lo que hoy acontece en Gaza y Cisjordania, en Palestina.

De todo ello la importancia de reivindicar el hecho de nombrar como muestra de solidaridad, como reconocimiento del derecho a la identidad que toda persona y pueblo posee. Visibilizar los rostros, los cuerpos, los deseos, las ilusiones, los miedos, las alegrías y los derechos de una persona, de un pueblo, significa reconocer su dignidad como tales. Por eso hoy se hace urgente nombrar a Palestina y a los hombres, mujeres y niñez palestinos que se quiere hacer invisibles como si nunca hubieran estado en esa tierra.

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