Adolfo Gilly en Guatemala Tercera parte: Desapariciones, la derrota y la reflexión

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Créditos: Juan Jose Guillén
Tiempo de lectura: 12 minutos

Por Rolando Orantes

El 4 de julio de 2023 falleció el historiador y revolucionario de origen argentino Adolfo Gilly, quien durante los años 60 tuvo una estrecha relación con Guatemala. En las dos partes anteriores revisamos su llegada al país y sus experiencias con la guerrilla de Marco Antonio Yon Sosa. En ésta, la primera derrota de ese intento revolucionario, su estadía en la cárcel mexicana y sus reflexiones sobre lo ocurrido, 12 años después.

Las desapariciones de 1966

En diciembre de 1965 uno de los dirigentes del MR-13, el trotskista mexicano David Aguilar Mora fue capturado herido en un operativo conjunto de fuerzas policiales, del ejército y la inteligencia militar guatemaltecas. Sus agentes habían sido asesorados días antes por John P. Longan, un ex sheriff y rudo ex agente migratorio estadounidense que se desempeñaba como funcionario de la AID en Venezuela, y que desde al menos una década antes formaba parte de la CIA.

David Aguilar Mora nunca apareció. Tres meses después, entre el 2 y el 6 de marzo de 1966, al menos 33 personas –inicialmente se habló de 28, pero el número exacto no se conoce– desaparecieron para siempre. Todas militaban en el MR-13, el PGT o las FAR. Por testimonios de ex agentes del Estado se sabe que la mayoría fueron arrojadas al mar, o enterradas en secreto.

Entre las personas secuestradas, torturadas y desaparecidas en marzo de 1966 se encontraban la mexicana Eunice Campirán Villicaña, Iris Yon Serna, Yolanda Carvajal Mercado, Carlos Barillas Sosa, Fernando Arce Behrens y Francisco Amado Granados, dirigentes del MR-13.

La expulsión

A finales de abril de 1966 tres de los trotskistas sobrevivientes fueron sometidos a juicio ante un tribunal integrado por dirigentes, combatientes, milicianos y los presidentes de los comités campesinos del MR-13. Los acusaban de desvío de fondos. El 15 de mayo siguiente, en un comunicado publicado en el número 20 de Voz Campesina, suplemento de Revolución Socialista, se explica que en noviembre de 1965 esta organización “realizó el cobro de impuestos forzosos a la burguesía, operación que produjo varios miles de quetzales destinados a sufragar los gastos que se hacen necesarios para la toma del poder y el desarrollo de la Revolución Socialista en Guatemala”, pero que de manera inconsulta el dinero se repartió entre la IV Internacional y el MR-13, y que quienes “dispusieron y ejecutaron esta repartición” fueron “los militantes Francisco Amado Granados (ex miembro del BP) y los miembros de la IV Internacional, cuyos seudónimos son: Tury, Evaristo, Tomás y Roberto”.

Los mencionados, al incorporarse a la lucha en Guatemala, aprovecharon la confianza que se les había depositado, por la preocupación que demostraban para impulsar la Revolución Socialista en el país que, aparejada a su capacidad política, los llevó a figurar como miembros del BP, a excepción de Tury que en su paso por Guatemala usurpó esa calidad.

Por razones de militancia dentro del Partido, al momento de celebrarse el juicio únicamente estuvieron presentes: Evaristo, Tomás y Roberto.

Según el documento, los acusados no contradijeron las acusaciones y se limitaron “a hacer exposiciones políticas que en ningún momento se habían puesto a discusión por parte del Tribunal”. Dijeron que el dinero era para tareas revolucionarias y no para beneficio personal.

“Su sectarismo, prepotencia y soberbia, no les permitía ver con objetividad la causa del juicio”, señala el documento, explicando que la razón era la forma desleal y oportunista en que “dispusieron del dinero de las masas guatemaltecas, que por necesidad de la lucha administra el MR-13”, y que “en ningún momento se les acusó de sustraer los fondos en provecho personal”.

El motivo por el que sustrajeron los fondos fue considerado como atenuante, pero el MR-13 decidió expulsar a Evaristo, Tomás y Roberto y romper toda relación con la IV Internacional.

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En un documento de la Dirección Nacional del MR-13 publicado el 1 de agosto de 1966 en Voz Campesina –tres meses después de la expulsión de los trotskistas– se lee:

Son [los] principios marxistas revolucionarios los que guían al MR-13, razón por la cual somos tajantes e inflexibles en los asuntos de orden ideológico, y es esta convicción absolutamente revolucionaria la que nos hace actuar sin vacilaciones, sin desesperaciones, con la completa seguridad de que tenemos la razón y que marchamos junto con los explotados y oprimidos de Guatemala y el mundo, por el camino correcto –la lucha armada e insurreccional– que nos conduce inevitablemente a la victoria.

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Reafirmamos que no retrocederemos jamás, porque los campesinos, obreros, trabajadores, estudiantes y en general todos los explotados, estamos hartos de la opresión, la injusticia, el desprecio, la miseria, la ignorancia, la amenaza y el hambre, herencias malditas del capitalismo, contra las que lucharemos hasta que desaparezcan de la faz de la tierra.

¡¡Viva la revolución agraria y socialista!!

¡¡Muera el capitalismo explotador!!

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Encabezado de un ejemplar de Voz Campesina.

La cárcel

En abril de 1966 la policía secreta mexicana, la temida Dirección Federal de Seguridad, detuvo a Adolfo Gilly. En la entrevista para la New Left Review publicada en 2010 Gilly explicó que lo capturaron a las dos semanas de llegar a México. En realidad buscaban a otra persona, pero al comprobar que iba para Guatemala lo encarcelaron durante 6 años.

Hoy el edificio de la prisión alberga el Archivo Nacional, mientras que antes fui yo quien fui archivado… Pasé tres o cuatro meses en celdas con presos comunes, que para mí fue todo un proceso educativo. A mí y a otros presos políticos nos trataban bien, quizá siguiendo instrucciones de dejarnos en paz.

Tras ello, sin embargo, todos los presos políticos fuimos agrupados en el bloque N, donde nos autoorganizamos. Vaciamos una celda para utilizarla como cocina, organizamos turnos de limpieza, pusimos en común todos los recursos y materiales que nos enviaban desde el exterior. Logramos gestionar de tal modo las cosas que finalmente los guardianes no se molestaban en entrar en nuestro bloque; en un determinado momento colocamos un cartel que decía ‘Bloque N: Territorio Liberado de Lecumberri’, que los guardias, molestos, se apresuraron a retirar.

El régimen carcelario era relativamente suave: teníamos una televisión, periódicos y podíamos obtener libros del exterior; un prisionero incluso se hizo con un piano, que fue empujado por el corredor por cuatro guardias.

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En cierto sentido, la prisión también me salvó la vida: uno de los agentes de la policía mexicana que me apaleó en un par de ocasiones me dijo que debería estar agradecido, porque los guatemaltecos eran unos “verdaderos hijos de puta”; y es cierto que todos mis compañeros fueron asesinados por los servicios de seguridad guatemaltecos.

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En el número 10 de Ediciones Voz Obrera, órgano del POR (t) fue publicada en 1969 la Audiencia realizada el 7 de octubre de ese año en el Salón de Jurados 2 de la Cárcel de Lecumberri. Ahí aparece la Expresión de agravios de Adolfo Gilly:

Para los revolucionarios no hay fronteras nacionales, hay solamente clases enemigas, explotadores y explotados. Así fue para los mexicanos que fueron a combatir por la revolución española, y así fue para nuestros camaradas mexicanos David Aguilar y su compañera, Eunice Campirán, que hace casi cuatro años fueron asesinados por el capitalismo en Guatemala, como combatientes y militantes de la revolución socialista guatemalteca. Ellos son guatemaltecos, como nosotros mexicanos.

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En la celda que ocupamos en la cárcel de Lecumberri desde hace años, tenemos, entre otras, las fotografías de nuestros camaradas mexicanos caídos en combate en Guatemala, David Aguilar y Eunice Campirán; y la fotografía de la camarada vietnamita Vo Thi Thang en el momento en que, después de que los jueces la condenaron a veinte años de cárcel, se vuelve hacia el público y sonríe con la sonrisa de la victoria.

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En la cárcel Gilly escribió su obra más conocida: La revolución interrumpida, una novedosa interpretación marxista de la revolución mexicana.

Mi interés en la idea de escribir un libro sobre la Revolución mexicana surgió tras leer una buena parte de los libros existentes sobre la misma. En la historia oficial (…) todo el mundo era fantástico y no quedaba en absoluto claro por qué todos acabaron matándose entre sí. Los libros del Partido Comunista sobre el asunto eran aburridos y estaban mal escritos.

Cuando lo tuvo listo nadie quería publicarlo, pero finalmente, en junio de 1971, Gilly recibió en su celda un ejemplar de Ediciones El Caballito, y en enero de 1972, todavía detenido, lo sorprendió “un extenso, amistoso y crítico comentario de Octavio Paz” en la revista Plural.

En el Prefacio a la edición estadounidense, que aparece traducido al español en la edición corregida de 1994, aclara que las notas de referencia fueron concebidas como ampliación del texto y “no como sistema de referencias bibliográficas para apoyar la autenticidad de sus datos o sus afirmaciones (…) limitación que más de una vez me ha sido señalada, particularmente en los medios académicos”. Gilly explica que más allá de “los límites del autor en el oficio de historiador” la estructura elegida obedece a que:

Ante todo, este libro es un trabajo de combate cultural (…) El libro estuvo concebido desde un principio como una obra que, sin rebajar en nada su rigor analítico, fuera accesible al más vasto público y pudiera ser utilizada también por sus lectores como instrumento de conocimiento, de comprensión y de organización.

El libro tuvo cuatro reediciones en pocos meses, y al día de hoy lleva más de cuarenta, una versión corregida y aumentada y traducciones a varios idiomas, y es material de lectura en instituciones de educación media y universitaria.

Cuando en marzo de 1972 fue absuelto por la Suprema Corte de Justicia y puesto en libertad, uno de los policías que lo condujeron al aeropuerto para su deportación lo felicitó por el libro y le dio un abrazo.

Cuando Gilly salió libre en 1972 fue deportado inmediatamente a Francia, de donde viajó a Italia. En 1976 regresó a México, donde se nacionalizó en 1982. Ahí escribió durante décadas para medios como Unomásuno, Proceso y La Jornada, de la que fue miembro fundador, dirigió algunas revistas, dio clases en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México y participó en distintas organizaciones políticas, siendo uno de los fundadores en 1976 del Partido Revolucionario de los Trabajadores, del Movimiento al Socialismo en 1988 y del Partido de la Revolución Democrática en 1989, dando su apoyo desde 1994 al Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

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Crítica retrospectiva de una derrota

En 1978 Gilly publicó en la revista Coyoacán, que él mismo dirigió de 1977 a 1985, el ensayo ‘Guerrilla, Programa y Partido en Guatemala (Crítica retrospectiva de una derrota)’, que luego aparecería en su libro La senda de la guerrilla, de 1986. Como dedicatoria escribió:

En memoria de Marco Antonio Yon Sosa, Francisco Amado Granados, Augusto Vicente Loarca, David Aguilar Mora, Eunice Campirán, Iris Yon, Chinto, Paco y todos mis compañeros del MR-13 caídos en combate.

En memoria de Luis A. Turcios Lima y sus compañeros que, por otras vías, buscaban los mismos objetivos que nosotros.

En éste, Gilly hace un recuento de la experiencia del MR-13, pero se refiere también a la situación en la que entonces, inicios de 1978, se encontraba Guatemala:

Hace ya quince años, entre 1963 y 1966, todavía en pleno ascenso de la ideología guerrillera, tuvo lugar el primer intento de ‘ruptura’ desde adentro de esa ideología para asumir un programa proletario. Fue en Guatemala. Del seno de un movimiento guerrillero, el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre, surgió una tendencia que planteaba el papel del proletariado como fuerza dirigente de la revolución, en alianza con la gran masa campesina del país.

Este primer intento se saldó, en 1966, con una derrota muy grave.

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La clase obrera guatemalteca, a diferencia de aquellos años, es hoy notablemente más numerosa, más organizada y con mayor peso en la economía y en la sociedad. Ella avanza a ocupar el primer plano de las luchas sociales. Importantes huelgas de azucareros, mineros y otros sectores industriales y de servicios, así como el desarrollo en número y en actividad de los sindicatos y de la central sindical, han marcado todo el año 1977, pese a la continuidad de una represión despiadada que, con pequeños altibajos, dura ya veinticuatro años.

Manifestación de trabajadores en 1976 (Foto: Mauro Calanchina)

En vísperas de las elecciones presidenciales de marzo de 1978 triunfó una huelga de trabajadores del Estado que luego se generalizó a los sectores de ferroviarios, telegrafistas, postales y médicos internos y residentes. Poco antes habían logrado aumentos los obreros panaderos y los trabajadores de la construcción de un importante proyecto hidroeléctrico. Estas movilizaciones se combinan con la agudización de la crisis interburguesa, cuyo testimonio más visible es la disputa en torno al resultado de las elecciones presidenciales.

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Gilly se refiere entonces a la experiencia del MR-13, la organización surgida de oficiales nacionalistas que fue radicalizándose por influencia de la revolución cubana y el campesinado guatemalteco, para finalmente aliarse con el PGT, relación que Gilly calificó de “infortunada”, pues para él este partido veía a la guerrilla como un instrumento “de su política de alianzas con un sector de la burguesía, bajo la perspectiva de la revolución democrático burguesa como objetivo”. Pero el PGT controlaba desde los contactos internacionales hasta los abastecimientos para la guerrilla.

En esa combinación de radicalización y decepción, que provocaba una constante crisis en su dirección y amenazaba extinguirlo, el MR-13 entró en contacto, a través de uno de sus dirigentes, Francisco Amado Granados, con los trotskistas mexicanos, agrupados entonces mayoritariamente en el Partido Obrero Revolucionario (Trotskista), hoy desaparecido, perteneciente a la tendencia del Buró Latinoamericano de la IV Internacional (llamada posadista).

A partir de 1963 el POR (t) dio apoyo en abastecimiento y equipo militar al MR-13.

Pero esa nunca fue ni dijo ser una simple tarea “solidaria”. Desde un principio, se entabló también una continua discusión política entre la dirección del MR-13 y los trotskistas. Sería ingenuo atribuir esto, así como la radicalización del MR-13, a la “habilidad” de los trotskistas. Afirmarlo así, es empobrecer terriblemente la imagen de un proceso rico y complejo en sus determinaciones.

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De las discusiones entre esos trotskistas y el MR-13 y de la experiencia de colaboración práctica surgió un acuerdo programático. A fines de 1963, el MR-13 lanzó el programa de la revolución socialista para Guatemala. Esto quiere decir que rompió con la concepción reformista de que es inevitable una etapa histórica previa y extensa: de revolución democrático burguesa.

Declaración de la Sierra de las Minas

Pero el acuerdo programático constituía sólo el paso inicial de una vasta tarea. (…) Un programa sin un partido que lo lleve a la práctica y cuya organización y educación corresponda precisamente a los fines y a los métodos de ese programa, no es más que una declaración intelectual de buenos deseos. Era necesario avanzar de movimiento guerrillero a partido obrero, y al mismo tiempo mantener la lucha armada. (…) No se trataba de construir un partido desde cero, a partir de un grupo de propaganda. Se trataba de la auto-transformación de un movimiento existente, sobre la base del programa socialista, en medio de una lucha armada sin cuartel contra la dictadura militar de Peralta Azurdia.

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Contra lo que afirmaron después algunos periodistas y narradores superficiales, Yon Sosa no era ningún ingenuo bonachón a quien convencían las palabras bonitas. Tenía la astucia y la inteligencia pragmática de los campesinos cuyo dirigente era, medía a los hombres por sus actos y no por sus discursos y los observaba larga y desconfiadamente antes de otorgarles su confianza (a diferencia de Turcios, más joven e impulsivo, menos reflexivo). Con ese criterio, sin decir palabra, iba juzgando a quienes llegaban a la guerrilla. Quien ha escrito lo contrario, no ha hecho más que ofender gratuitamente su memoria.

Así se incorporaron a la guerrilla guatemalteca, entre 1963 y 1965, por lo menos cinco dirigentes del trotskismo mexicano y algunos otros militantes en tareas de apoyo, además de los trotskistas de Guatemala.

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Cualesquiera hayan sido sus errores y su desintegración posterior como partido, algo dice de la educación militante de un pequeño movimiento el que haya aceptado semejante sangría en nombre de una tarea internacional.

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El MR-13 se vio atrapado entre dos fuegos. La lucha por el programa se convirtió, bruscamente, en un combate por la supervivencia. El último episodio, tal vez, de aquella lucha fue la toma de posición frente a la candidatura de Mario Méndez Montenegro a la presidencia de Guatemala.

El MR-13, fiel a su programa, llamó a boicotear la farsa electoral y a anular el voto con un “13” o con una consigna de apoyo a las guerrillas. Su posición –confirmada con creces por los hechos– era que Méndez Montenegro establecería una dictadura tanto o más feroz que la de Peralta Azurdia y que los revolucionarios no tenían por qué apoyar a un sector de la burguesía contra el otro ni legitimar esas elecciones fraudulentas.

El PGT y las FAR, también siguiendo su concepción de revolución democrático burguesa, llamaron en cambio a votar por Méndez Montenegro para favorecer, supuestamente, un cambio democrático en el Estado.

En vísperas de la elección, anunciando los días terribles que vendrían, el ejército apresó, torturó y asesinó a veintiocho dirigentes y militantes del MR-13, el PGT y las FAR, arrojando luego sus cadáveres al mar. En la masacre perecieron Francisco Amado, Eunice Campirán (su compañero David Aguilar había sido asesinado en diciembre de 1965), Iris Yon y toda la dirección trotskista de la ciudad de Guatemala.

Luego de la muerte de Francisco Amado “la represión se abatió sobre los trotskistas de México” y su dirección fue encarcelada por años. La policía mexicana se apoderó de cierta cantidad de dinero guatemalteco. Gilly señaló que no le interesaba “entrar en la ola de mentiras y calumnias antitrotskistas, algunas cínicas y otras irresponsables, que este hecho desencadenó”, asegurando que durante el juicio realizado a los trotskistas estos pudieron demostrar que eran falsas todas las acusaciones.

Según Gilly, el proceso duró ocho días y los campesinos declararon inocentes a los trotskistas. Aunque se les pidió “que abandonaran la guerrilla y regresaran a su país, para evitar nuevos conflictos con cubanos y soviéticos que, al parecer, exigían la salida de los trotskistas del MR-13”. De acuerdo a esta versión, se les devolvieron las armas que les habían quitado al inicio del juicio.

Este solo gesto, devolverles sus armas, debería bastar para ilustrar el resultado de ese proceso a quienes entienden algo de psicología y de principios de las guerrillas.

Último gesto, entre curioso y trágico: antes de partir, Yon Sosa les pidió que lo ayudaran a redactar una declaración del MR-13 sobre la situación política post-electoral. Discutieron con él y así lo hicieron entre todos. Nunca después, a nuestro conocimiento, hasta su asesinato en junio de 1970, Marco Antonio Yon Sosa atacó o hizo campaña política contra los trotskistas.

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