¿Qué pasó en Washington?: los guiños de la administración Biden al autoritarismo de Bukele

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Créditos: Prensa Comunitaria
Tiempo de lectura: 5 minutos

Por Héctor Silva Ávalos

La diplomacia de Nayib Bukele vive uno de sus mejores momentos. De condenar al gobierno salvadoreño por dinamitar la democracia, de señalar a funcionarios cercanos al presidente de pactar con las pandillas MS13 y Barrio 18 a cambio de gobernabilidad y de preparar incluso acusaciones penales contra quienes en nombre del presidente hicieron ese pacto, la administración de Joe Biden en Estados Unidos ha pasado a recibir en el Departamento de Estado en Washington a la canciller del bukelismo, de tomarse fotos con ella y de, en público, salvarle cara a un gobierno que, hasta ahora, había estado bastante aislado en el tinglado internacional.

El 7 de agosto, el secretario de Estado Anthony Blinken comunicó en sus redes sociales que se había reunido esa tarde con Alexandra Hill, la canciller de Bukele, en Washington, DC. En el encuentro, tuiteó Blinken, se habló de “buena gobernanza, derechos humanos, prosperidad económica, y contención de la migración centroamericana”. Lo último, la migración, es lo único que le importa a esta Casa Blanca, como a todas las que siguieron a la de Bill Clinton en los 90, por los importantes efectos políticos que tiene en la política doméstica. Que un funcionario salvadoreño actual hable de los dos primeros temas solo cabe en el reino de la ironía o la mentira: en El Salvador la gobernanza está basada en el irrespeto absoluto del marco constitucional mientras centenares de salvadoreños están presos sin juicio, sin derecho a defensa, sin ver a sus familiares y en muchas ocasiones sometidos a torturas. En varias ocasiones el Departamento de Estado ha señalado los desmanes del gobierno Bukele.

¿Qué pasó? Varias cosas.

El inicio del cambio ha sido más bien reciente y tiene que ver con un cabildeo constante de Bukele, sobre todo a través de exfuncionarios cercanos al trumpismo, lo cual no deja de hablar sobre la debilidad del aparato diplomático de Biden en lo que a temas salvadoreños se refiere.

También tiene que ver con la capacidad incombustible que tiene Bukele de convertir mentiras y medias verdades en narrativas que incluso Washington ha terminado comprando. De estas, la narrativa más exitosa es que la política pública a la que Bukele ha llamado guerra contra las pandillas, montada sobre la premisa de que los derechos humanos y la legalidad son bienes democráticos descartables, ha sido efectiva en detener flujos migratorios provenientes de El Salvador. No hay, hasta ahora, evidencia alguna de eso. Que la narrativa sea exitosa, se entiende, no significa que esté basada en la verdad.

He hablado en las últimas horas con varios exfuncionarios -subsecretarios de Estado, congresistas, diplomáticos- y con asistentes legislativos demócratas y republicanos; casi todos coinciden en algo: más allá de las consideraciones sobre derechos humanos y legalidad mis interlocutores creen que, en términos de reducción de violencia, las políticas de seguridad pública son exitosas y que eso es loable. Descartar lo que de antidemocrático y antiderechos tiene lo que pasa en El Salvador ha permitido a Washington acudir, únicamente, a la reducción innegable de la violencia y obviar el incómodo asunto de la forma en que esto se ha logrado.

El cambio de postura también tiene que ver con el axioma del que habló Henry Kissinger y que es regla no escrita en la diplomacia estadounidense. “América (Estados Unidos) no tiene amigos ni enemigos permanentes, solo intereses”.

En la Centroamérica de hoy, Estados Unidos, y la administración Biden en particular, tienen dos intereses: detener el avance geoestratégico de Beijing en la región y parar los flujos migratorios. El Salvador, además, tiene una importancia periférica en el norte de Centroamérica, donde la estabilidad de Guatemala, la economía más fuerte, es mucho más relevante.

Por eso las respuestas diferentes de la diplomacia de Biden. Mientras en el caso guatemalteco nombra en la última versión de la Lista Engel a aliados cercanos al presidente Alejandro Giammattei, en el caso de Bukele prefiere dar un respiro nombrando a funcionarios de gobiernos anteriores. Y mientras toma un posición beligerante y firme por los intentos del pacto gobernante guatemalteco de dinamitar las elecciones que han enrumbado al Movimiento Semilla hacia la presidencia del país, la diplomacia de Biden abraza de nuevo a Bukele y le da aires, con ello, para que el salvadoreño se mantenga firme en su camino hacia la reelección y al control absoluto del poder del Estado.

El espaldarazo de Washington puede leerse así, sin equívocos: es una luz verde para que Nayib Bukele se reelija.

Es bastante evidente que este cambio tiene que ver con las instrucciones con las que llegó a San Salvador el actual embajador, William Duncan, que era volver a construir puentes con el gobierno, los que habían sido dinamitados por el mismo Bukele cuando insultó, en 2021, a Jean Manes, la encargada de negocios a la que Biden envió para sustituir al embajador trumpista, el exagente de la CIA Ronald Johnson. Enfurecido por la presión de Manes en temas como la persecución de opositores políticos y los señalamientos desde Washington a los funcionarios acusados de pactar con las pandillas y de llevar adelante la agenda antidemocrática del gobierno salvadoreño, Bukele lo rompió todo. Manes se fue de San Salvador lamentando el retroceso democrático del país.

Nada de lo que Manes señaló en su momento ha cambiado en El Salvador. El autoritarismo de Bukele, de hecho, se ha consolidado, y todo lo que dijo la diplomática en su momento sigue siendo cierto. Lo que cambió fue el humor de Washington, y las dinámicas políticas en la capital estadounidense.

Desde el principio, por Bukele han hablado en el Capitolio y los pasillos del poder en Washington cabilderos republicanos que, a pesar del pacto del presidente salvadoreño y los líderes de las pandillas, le admiran la mano dura, los encarcelamientos masivos y la popularidad, el autoritarismo cool como se le ha bautizado al modo Bukele. En ese grupo de operadores se cuentan el mismo exembajador Johnson y Damián Merlo, el cabildero al que los impuestos salvadoreños pagan 65,000 al mes. Y, desde hace poco, el gran valedor de Bukele es el senador republicano Marco Rubio, de la Florida.

Cuando, en diciembre de 2022, culminó el proceso de confirmación de Duncan, Rubio se aseguró de ser protagonista del asunto. Y, a partir de entonces, la influencia del cubano-americano en el tema salvadoreño creció. De hecho, fue con Rubio, antes que con el secretario Blinken, que llegó la primera oportunidad para Bukele de fotografiarse con pesos pesados de la política estadounidense después de la era Trump.

A finales de marzo pasado, Rubio visitó a Bukele en San Salvador. El senador republicano viajó en su calidad de vicepresidente del comité de inteligencia del Senado, según me han confirmado dos fuentes legislativas republicanas en Washington. Al viajar como parte de la comunidad de inteligencia y no en su calidad de miembro del comité de exteriores del Senado, Rubio pudo controlar la agenda de su visita sin tomar en cuenta a la embajada en San Salvador y etiquetar como clasificadas las conversaciones sostenidas en la capital salvadoreña.

Durante la gira de Rubio hubo una reunión en Casa Presidencial entre el senador y el presidente, a la que sí asistió el embajador Duncan. Por la noche, el senador ofreció una cena privada a la que Duncan no fue invitado, lo cual confirmé en Washington con dos fuentes legislativas y con un funcionario de la administración Biden. Desde aquella visita, el tono cambió, al igual que los guiños públicos a Bukele.

Poco después del encuentro con Rubio, Bukele recibió a Duncan en Casa Presidencial, algo que el embajador estadounidense había solicitado por meses desde que llegó en enero de este año y el mandatario salvadoreño le había negado. Después vino la gira de la canciller Hill por Washington, donde se reunió con Blinken, con Alejandro Mayorkas, secretario de seguridad interna, y con Samantha Powers de USAID. Lo que los funcionarios de Biden han dicho después de sus reuniones con la enviada de Bukele no es tan halagador como las palabras que ofreció Rubio en su momento al salvadoreño, pero el espaldarazo político es aún más importante, porque viene de los demócratas y de la administración que, hasta ahora, había señalado sin equívocos los rasgos antidemocráticos del gobierno salvadoreño, incluso sus rasgos criminales.

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