Créditos: Prensa Comunitaria
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Por Dante Liano

     Hay momentos en los que es mejor dejar hablar a la poesía. Aquella que ha mantenido el fuego escondido durante años, brasas que alimentaban la esperanza o el sueño, y que de pronto se reaniman y crepitan cuando menos se espera. La primera poesía, romántica y declamatoria, fue escrita a finales del siglo XIX por un exiliado, quien, delante la frontera prohibida, alza la vista y canta a las altas montañas que son barrera para su retorno. No importa el aspecto impuesto por el movimiento literario (todos somos hijos de nuestra época), importa la verdad que Juan Diéguez Olaverri desahoga en el dolor de la imposibilidad.

A los Cuchumatanes
Juan Diéguez Olaverri

Oh, cielo de mi Patria!
Oh, caros horizontes!
Oh, azules altos montes,
Oídme desde allí!

[…]

Cuán dulcemente triste
Mi mente se extasía,
Oh, cara Patria mía,
En tu áspero confín!

Cual cruza el ancho espacio,
Ay Dios, que me separa
De aquella tierra cara
De América el jardín.

[…]

Oh, cielo de mi Patria!
Oh, caros horizontes!
Oh, ya dormidos montes
La noche ya os cubrió

Adiós, oh mis amigos,
Dormid, dormid con calma
Que las brumas en el alma
Ay, ay, las llevo yo!

Más contemporánea, la siguiente poesía identifica a un poeta bueno y buen poeta, lastimado por ejercer un oficio inadecuado en medio de la persecución y el desprecio. Julio Fausto Aguilera merece más renombre (ese caprichoso atributo que la fortuna distribuye con ceguera) y merece más conocimiento esta poesía suya, de pasión civil y también de mansedumbre inédita en el conjunto de las poesías que reflexionan sobre la patria. Julio Fausto, dentro de la patria, sueña con la patria.

La patria que yo ansío

Julio Fausto Aguilera

La Patria, les decía, es una casa

donde vivimos todos como hermanos.

Es una hermosa casa, mis amigos,

que todos afanosos levantamos.

[…]

La patria que persigo es la justicia

[…]

ella es perdón y vida: ella es el alba

de un día sin rencor, día de hermanos.

De todos lados de la tierra vengan

con vino v con canción de todos lados;

y nosotros les damos aborigen

embriaguez de marimbas por regalo.

Manos tendidas traigan, y se lleven

manos tendidas el avión y el barco.

Puerta es el puerto de la patria, puerto

que a ninguna bandera está cerrado.

Esta es la patria: esta es la que no existe.

La que vive en mi sueño desvelado.

La que atisbo y asedio en mis insomnios

como un puma por hambres asediado.

[…]

La última poesía ha tenido una suerte paradójica. Su autor, Otto René Castillo, sintió la urgencia de la historia e ingresó en las filas de oposición para combatir la opresión y la injusticia. Los poderosos le dieron una muerte atroz. Quisieron acabar con una voz rebelde y de alto lirismo. La paradoja está en que la poesía de Otto René sobrevivió a su autor, y se convirtió en una de las más populares de su país. Incluso en una frase hecha. Cuando alguien dice: “¡Vamos!” muchas veces, por ese milagro de que un verso entra en la memoria colectiva, otro añade: “… patria, a caminar!”. Quizá su misterio sea que esos versos son siempre actuales, y hoy más que nunca.

Vamos patria a caminar

Otto René Castillo

Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.

Yo bajaré los abismos que me digas.

Yo beberé tus cálices amargos.

Yo quedaré sin voz para que tú cantes.

Yo he de morir para que tú no mueras.

Para que emerja tu rostro flameando al horizonte

de cada flor que nazca de mis huesos.

Tiene que ser así, indiscutiblemente.

Ya me cansé de llevar tus lágrimas conmigo.

Ahora quiero caminar contigo, relampagueante.

Acompañarte en tu jornada,

porque soy un hombre del pueblo,

nacido en octubre para la faz del mundo.

Hay momentos en que es mejor dejar hablar a la poesía, porque ella nos expresa mejor, con mayor profundidad, con una propiedad que el lenguaje común no alcanza. Así es. Hoy es uno de esos momentos. Dejemos hablar a la poesía.

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