Por Dante Liano
Dos son las experiencias que guían estas reflexiones. La primera, la visión de una reciente película china, Return to Dust; la segunda, la lectura de un delicioso y poético libro divulgativo: Los agujeros blancos, de Carlo Rovelli. La película, cuya realización merecería la calificación de gran film, nos ofrece una densa reflexión sobre la existencia, sobre el amor, sobre la humildad. El libro, al describir un fenómeno de física quantística, nos lleva de la mano a pensar acerca de la solidez del tiempo y, simultáneamente, del efímero y mudable tránsito que llamamos nuestra vida. Ambas experiencias demuestran que el cine y los libros no son solo diversión, sino también enseñanza, humanidad, pensamiento.
Return to Dust demostró su validez por un hecho externo a la película: fue prohibida en China. El gobierno consideró que mostrar la pobreza de los campesinos (en una potencia que solo quiere mostrar el rutilante skyline de Shangai y la dispendiosa vida de la clase media) era una pésima propaganda. La mediocre lectura de los censores de siempre no les permitió ver la grandeza del film. Se cuenta la historia de dos personajes, que podrían ser incluidos en el catálogo de los últimos de la Tierra. Ma Yutien es el cuarto hermano de una familia perdida en el campo, y, aunque su nombre significa “hecho de hierro”, muchas veces los parientes lo llaman simplemente “cuarto hermano”, tal es su insignificancia para los demás. Ma trabaja la tierra con empeño y posee solamente un burrito, al que cuida como si fuera de oro. La comunidad decide que Ma debe casarse y le encuentran como esposa a una muchacha con evidentes signos de impedimentos físicos: camina con dificultad y tiene un temblor permanente en la mano izquierda. Apenas habla, aterrorizada por los parientes, quienes le propinan palizas gratuitas cada vez que pueden.
Como todo lo que le sucede, Ma acepta el matrimonio como si fuera un destino. Cao, la muchacha, no tiene poder de decisión. Los dos se van a vivir juntos a la casa de adobe de Ma, de una solemne pobreza y precariedad. Poco a poco, la película muestra cómo los dos se van acoplando en las labores del campo, con una sencillez conmovedora y con un profundo sentido de la esperanza. Arar la tierra con instrumentos primitivos, ir sembrando una semilla detrás de otra con las propias manos, esperar el florecimiento y luego la cosecha, otorgan a la pareja el ritmo de la vida y de sus pocos sueños. Cuando un rico que viaja en BMW tiene necesidad de transfusiones de sangre, el único miembro de la comunidad cuyo tipo sanguíneo es compatible resulta ser el pobre Ma. Sin muchas contemplaciones, lo llevan a sacarle sangre, varias veces, sin darle ninguna remuneración. Cao rompe su timidez para protestar y aconsejar a su marido que no se deje explotar.
Poco a poco, entre Ma y Cao nace el amor. Un amor hecho de complicidad, de premura, de protección. Encuentro aquí el núcleo de la película, independientemente de su narración. Una visión revolucionaria, muy lejana del concepto de amor establecido por la burguesía desde el principio de la modernidad. El amor burgués nace de la fulminante atracción, se desarrolla con una pasión que se supone eterna, y culmina con formidables fuegos artificiales. ¿Podemos recordar que ese concepto de amor no es universal y ni siquiera ha sido el mismo durante la historia? Return to Dust nos recuerda que el amor no es posesión, no es poder, no es encendida llama que se apaga cuando se enciende otra. Vemos cómo Ma cuida con ternura a Cao, la trata como un bien precioso, está lleno de gestos amables hacia ella. Entonces, Cao descubre que es una persona digna de ser amada, de tener un techo, de estar dentro de una casa (los parientes la hacían vivir en el patio, en descampado). Y restituye a Ma esa premura, ese cuidado, esa protección. El amor entre ambos es sereno, solidario y, al mismo tiempo, intenso sin aspavientos. Ese amor pone a prueba nuestra concepción de la unión entre hombre y mujer, basada en leyendas románticas y pasionales. Como se ve al final de la película, será un amor para siempre.
El libro de Carlo Rovelli, un notable estudioso de física quantística, trata de explicar, con la sencillez y claridad que solo los grandes intelectuales poseen, la teoría de los agujeros negros y, también, propone la existencia de agujeros blancos. En un libro anterior, Rovelli había explicado la teoría de la relatividad, y cómo el tiempo no es un concepto evanescente, sino una sólida materia que se va moviendo en el espacio a velocidades diferentes (de allí nuestra percepción relativa, como lo muestra la literatura).
Los agujeros negros pueblan el universo y se trata de estrellas que llegan al máximo de su combustión y que, en un último paroxismo, implosionan, y, con ello, crean un pavoroso abismo que, como un monstruo mitológico, se devora a sí mismo hasta convertirse en nada, una nada que es como una vasta cicatriz que flota en las galaxias. Muchas estrellas que vemos en el cielo tachonado del verano, en realidad ya no existen, porque la distancia que nos separa de ellas hace que su reflejo nos llegue postergado, miles de años luz de cuando brillaban. Rovelli postula que, una vez que se ha creado un agujero negro, se opera una metamorfosis, el agujero evoluciona y se recrea, como un guante volteado sobre sí mismo, en un agujero blanco. No renace como astro, sino que nace en otra versión del universo.
Me interesa, de Rovelli, una reflexión sobre el tiempo, basada en Baruch Spinoza. Según Rovelli, el tiempo es asimétrico: no se mueve con la misma velocidad en los diferentes espacios que ocupa. La asimetría del tiempo busca desesperadamente un equilibrio, tiende a la simetría. Y ello lleva a una consideración sobre el tiempo de cada uno de nosotros. En verdad, todos conocemos nuestro pasado y estamos de acuerdo en que el pasado no se puede cambiar. Lo que pasó, pasó, no hay nada que hacer. En cambio, lo único que podemos cambiar es el futuro, al menos en nuestra mente. Nuestro error consiste en creer que tenemos la total libertad de escoger nuestro futuro. En realidad, lo que ocurrió en el pasado condiciona en forma determinante nuestras decisiones. Rovelli no recurre a Freud, como uno esperaría, sino cita a Spinoza: “Los hombres se creen libres, porque están conscientes de sus elecciones y sus deseos, pero ignoran las causas que los empujan a querer y escoger y no prestan la mínima atención a aquellas causas”. Con esto, en el s. XVII, Spinoza había demolido con anticipación la máxima modernista según la cual cada uno es “el arquitecto de su propio destino”. Para nada. Somos lo que somos y queremos lo que queremos y actuamos como actuamos porque el pasado es inamovible y actúa ferozmente sobre nuestro presente, nuestras escogencias y nuestros deseos. Deseamos y elegimos lo que la vida nos ha enseñado a desear y elegir.
Una película y un libro. Dos manifestaciones de la cultura que valen como una larga experiencia de vida.
Publicado originalmente en Dante Liano Blog